Dos tumbas gemelas / Shutterstock

Aquel lunes me dediqué a observar los zapatos de la gente, primero en la calle, luego en el autobús y en el metro, y en los bares y en las cafeterías. Los observé en los ascensores y en la oficina de correos y en la tienda de proximidad, y hasta en el escaparate de la zapatería, donde los había a pares y de todas las clases: de discoteca, de iglesia, de deporte, de vestir, de tacón alto, de tacón bajo, etc. Enterramos a los muertos con zapatos para que los pies no se les escapen como ratas que huyeran de la quema. Un 80% de los zapatos que vi estaban tristes, aunque las bocas de sus dueños rieran a un metro sesenta o setenta de distancia de ellos. Tristes y resignados, como se quedan por la noche debajo de la cama.

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