El Pabellón de Aragón es uno de los edificios más icónicos que la Expo dejó como legado a todos los Zaragozanos. Su construcción supuso una inversión de casi 30 millones de euros, ocho más de los inicialmente presupuestados. Abrió sus puertas con la inauguración de la exposición internacional del agua y las cerró un 14 de septiembre de 2008. Desde entonces ha permanecido cerrado al público y es ahora cuando el Gobierno de Aragón, propietario de la construcción, se ha decidido a rescatar este emblema arquitectónico. EL PERIÓDICO ha tenido acceso al inmueble en el que la DGA pretende que se instale la futura Agencia Estatal de Salud Pública.
Por fuera, este edificio acaba de recibir un primer lavado de cara pintando las tres patas de hormigón que sostienen la estructura, que hasta ahora estaban llenas de grafitis. Justo este pasado viernes se estaban ultimando estos trabajos. Por dentro, el edificio lleva sin vida 16 años, pero sorprende que su estado no es para nada el que podría imaginarse. Los materiales se conservan en buen estado y los espacios siguen manteniendo la grandeza que un día albergaron.
En la actualidad, los tres accesos al edificio que se usaron durante la Expo, –uno por cada pata– están sellados, por lo que hay que entrar por el sótano. El Pabellón de Aragón no tiene luz, así que hay que hacer uso de linternas para poder guiarse por las escaleras, que acumulan mucho polvo y restos de suciedad. Pero las baldosas del suelo, que son de piedra negra, están en buen estado e incluso las barandillas siguen amarradas sin que los tornillos se hayan aflojado.ç
El edificio se dividió en dos plantas más la terraza y es la primera la que albergaba la exposición que unía la historia de Aragón con la del agua. Allí se proyectaba un audiovisual obra del maestro Carlos Saura en el que aparecía el coreógrafo y bailarín aragonés Miguel Ángel Berna.
Durante la Expo, este inmenso espacio de más de 2.500 metros cuadrados estaba a oscuras. Unas grandes cortinas cubrían las ventanas para impedir que entraran los rayos del sol. Pero hoy se puede contemplar que el edificio recibe mucha luz natural a través de los ventanales de su fachada. El espacio cuenta con más de 10 metros de altura, por lo que podrían instalarse forjados para crear dos plantas más y aprovechar mejor el espacio. Ello implicaría, eso sí, tener que extender toda la red de aire acondicionado e iluminación.
Dentro del enorme salón, además del forjado entramado de aluminio y vidrio que recubre la estructura de hormigón, el protagonismo se lo llevan toda una serie de estructuras poliédricas embellecidas con unas lamas de color negro brillante.
Llegado el caso, según el uso que se le dé al edificio, estos elementos podrían desmontarse para ganar espacio dejando a la vista además las vigas que sujetan la estructura y que tienen forma de ramas de árbol. Además, ello permitiría, si se quiere, que entrara la luz solar también por el centro de la sala.
El suelo, de madera, sigue estando en buen estado más allá del dedo de polvo acumulado. Para hacer funcional esta planta solo habría que rellenar los huecos de un pequeño canal de un palmo de profundidad por el que discurría el agua dentro de la propia sala. También habría que cambiar varios cristales –algunos rotos por impactos de piedras– y elementos de la carpintería de aluminio. Para poder ejecutar un primer lavado de cara en profundidad, el Gobierno de Aragón tendrá que desembolsar entre 500.000 y 750.000 euros, una cantidad que también servirá para reparar las goteras de la cubierta.
No obstante, la inversión posterior solo para reparar todos los daños en la fachada podría alcanzar los 2 millones. Antes de poder usar de nuevo el edificio habrá que comprobar si funcionan todos los sistemas de ventilación y electricidad, así como los ascensores. Pero el aspecto de los materiales es bueno: no hay óxido, las bombillas siguen en su sitio –solo se usaron tres meses– y los botones y pomos están sin desgastar.
En la segunda planta es donde se situaban las oficinas del pabellón de Aragón y la cafetería restaurante. Los baños siguen como nuevos, con la grifería brillante y la cerámica pulida. Mirando a sus espejos no parece que lleven 16 años sin usarse. «El edificio se encuentra en buen estado porque se usaron buenos materiales. La calidad de la construcción es muy buena», detalla la directora general de Patrimonio, María Asunción Sanmartín.
En esta planta la altura hasta el techo es menor y podría acondicionarse más fácilmente de cara a una segunda vida. Eso sí, el suelo está lleno de suciedad y heces de pequeños roedores y alguna placa del techo se ha venido a bajo debido a las filtraciones de agua. Las vistas, a través de los ventanales, son de las mejores de la ciudad.
En la última planta está la cubierta de este edificio, diseñado por el estudio de Olano y Mendo. Desde allí se contempla un horizonte en el que ya se ve, aunque sea de lejos, la recuperación de un edificio que llevaba 16 años en el olvido.