Estos días de Eurocopa apenas se han visto imágenes de la final que le dio a España el primero de sus tres títulos en la competición, hace justo 60 años. De hecho, el vídeo de aquel partido entre la Roja y la URSS en el Santiago Bernabéu, en 1964, solo salió a la luz muchos años después, en 1991, en el programa ‘Futbolísimo’, de Telecinco; hasta entonces, y como el No-Do no tenía una grabación completa de la jugada y la recreó juntando dos diferentes, mucha gente creía que el pase de gol lo había dado Amancio, en vez de Chus Pereda. Pero la razón por la que apenas se ha recordado esa gran victoria, con el mítico cabezazo de Marcelino, seguramente no sea la pobreza técnica de las imágenes, sino el marchamo franquista que rezuman. «Esta victoria se la ofrecemos en primer lugar al Generalísimo Franco, que ha venido esta tarde a honrarnos con su presencia y animar a los jugadores, quienes han hecho lo imposible por ofrecer al Caudillo y a España este sensacional triunfo», decía tras el partido Ferran Olivella, defensa del Barcelona y capitán de la selección.
Ya se sabe que no es que deporte y política se mezclen; es que a menudo cuesta ver que sean cosas diferentes. Desde el siglo XIX, cuando aparece el deporte de masas, gobiernos y regímenes de todo pelaje han intentado aprovechar en beneficio propio su tirón social. Pero esa relación íntima tiene otras facetas. Volviendo a la Eurocopa actual, en varios partidos se ha visto cómo las tensiones históricas se trasladan al terreno de juego o a las gradas. Ha habido enfrentamientos entre hinchas de Turquía y de Georgia, y de Inglaterra y Serbia, por ejemplo. Y los ultras de Croacia y Albania, cuyas selecciones disputaban un partido de primera ronda, unieron sus voces para cantar: «Ubi, ubi, ubi Srbina» (mata, mata, mata al serbio). Hace décadas que el fútbol sirve como vía de escape a enemistades que en otros siglos se dirimían a cañonazos, así que el lenguaje bélico forma parte de la parafernalia; ya dijo Manuel Vázquez Montalbán que el Barça era «el ejército desarmado» de Cataluña.
Jugar a la guerra
Así que es normal que el poder intente aprovechar el tirón del deporte, y que los aficionados jueguen a la guerra a través de él. También se han dado casos en los que las competiciones de élite han servido para denunciar problemas sociales, como el racismo. Casos paradigmáticos fueron las protestas del ‘black power’ de los Juegos de 1968, o las que se produjeron en los estadios, rodilla en tierra, tras la muerte de George Floyd en 2020. En ellas participó Jaylen Brown, que acaba de ganar la NBA con los Celtics y ha sido nombrado mejor jugador de la final. «Ser una celebridad, ser un jugador de la NBA no me excluye de ninguna conversación. Primero y ante todo soy un hombre negro y soy miembro de esta comunidad«, dijo entonces.
Pero no es tan habitual que los deportistas intenten influir, aprovechando su impacto social, en qué papeleta eligen las personas en unas elecciones. «Aunque hay excepciones, los deportistas, como personas famosas, no suelen decir nada acerca de sus preferencias partidistas», observa Alfonso Iglesias, catedrático de Derecho Internacional Público en la Universidad Autónoma de Madrid, que ha estudiado la imbricación entre deporte y política.
Es lo que ha sucedido esta semana con Kylian Mbappé y algunos otros jugadores de la selección francesa, que se han manifestado claramente contra la posible victoria del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen en las elecciones legislativas, cuya segunda vuelta tendrá lugar dentro de dos semanas. «Los extremos están llamando a la puerta y yo quiero llamar la atención de los jóvenes. Id a votar. Sé que mi voz será escuchada. Kylian Mbappé está contra los extremos, contra los que dividen. Hay jóvenes que se abstienen y quiero darles este mensaje. Su voz sí cambia las cosas. Quiero estar orgulloso de defender a un país que tiene valores de respeto y diversidad y espero estar orgulloso el próximo 7 de julio. No quiero un país fragmentado, no quiero división«, dijo la estrella de Francia, próximo jugador del Real Madrid.
Se le sumaron otros jugadores de la selección francesa, que fueron incluso más claros. «Como ciudadanos hay que luchar a diario para que esto no vuelva a suceder y que no gane el Reagrupamiento Nacional«, pidió Marcus Thuram, al que se unió después Ousmane Dembélé.
Trascender el deporte
¿Por qué las palabras de Mbappé han llenado titulares? «Cuando oigo hablar a Mbappé veo que tiene la cabeza bien amueblada, es un chico inteligente e informado. Él considera que tiene influencia en los jóvenes, y no les ha dicho qué tienen que votar, sino que vayan a votar. Intenta trascender la figura de mero deportista: hace dos años ya estuvo a punto de fichar por el Madrid, pero hubo presiones en Francia, consideró que tenía una reponsabilidad con su país y siguió en el PSG», recuerda Emilio Fernández Peña, director del Institut de Recerca de l’Esport de la UAB.
Este profesor universitario, que también es director del Centro de Estudios Olímpicos, ve la sombra de todo un choque cultural tras las manifestaciones de Mbappé. «La gente ya no se informa en profundidad, con la caída de la radio y la prensa no existe la pluralidad. Instagram o X [antes Twitter] son medios de comunicación que profundizan en lo que tú quieres, te muestran noticias que siguen el pensamiento que tú ya tienes. Y eso es una base para el populismo», asegura. Y añade: «En Francia aún se mantiene en cierta medida un poso mayor del intelectualismo. Intentan retrasar este fin de modelo y la llegada del relativismo y la posmodernidad, que es inevitable, y es un caldo de cultivo para el populismo y los extremismos. No lo van a poder evitar, pero en Francia incluso los deportistas como Mbappé, gente con cierta formación y herederos del viejo modelo, consideran que tienen ese papel de influir en la opinión pública».
Discreción española
¿Sucede eso también en España, hay deportistas que se pronuncian sin ambages sobre sus preferencias políticas? En el pasado, ha habido, por ejemplo, casos de futbolistas que no querían jugar con la selección. Oleguer Presas, jugador del Barça en la primera década del siglo, dijo muchos años después de que surgiera esa posibilidad que la Roja le generaba «rechazo y aversión». Nacho Fernández, futbolista gallego cuyo nombre se barajó como posible integrante de la selección española en la Eurocopa de 1996, también repudió la oportunidad: «Ni me interesa ni me apetece». Ambos casos se manejaron con discreción.
Pero quizás la muestra más clara de cuál es la declaración estándar de un futbolista español cuando se le pide una opinión política es la que dio Unai Simón para responder a las palabras de Mbappé. «Al final Kylian es un jugador que tiene mucha repercusión en el mundo. Tenemos muchas veces la tendencia a opinar demasiado de ciertos temas, cuando no sé si deberíamos opinar o hacer esas cosas porque yo aquí soy jugador. Lo único que debería hablar en estos momentos es de temas deportivos y temas políticos dejarlos a otras personas o entidades«, dijo el portero de la selección.
También Sébastien Chenu, vicepresidente del Reagrupamiento Nacional de Le Pen, echó mano de la teoría de que una persona con tanta repercusión pública como Mbappé no debería aprovecharla para influir en unas elecciones y dar «lecciones de política». Pero introdujo otro argumento: que, aunque el delantero francés «tiene todo el derecho a opinar», también está «bastante alejado de la realidad» y por eso sus valoraciones no deberían ser tenidas en cuenta por los votantes.
Del oro mundial al PP
Hay deportistas que no solo opinan de política, sino que saltaron la barrera y se cambiaron de trinchera. Es el caso de Jesús Ángel García Bragado, el deportista español que ha participado en más Juegos Olímpicos (con ocho), que fue campeón del mundo de 50 kilómetros marcha en 1993. Entre 2011 y 2019, compaginó la competición con el trabajo en el Ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs, donde fue líder de la oposición en las filas del PP. En conversación con El Periódico de Catalunya, del mismo grupo editorial que este diario, lo primero que hace es distinguir entre deportistas: «Los futbolistas, como tienen una vida acomodada, no tienen tendencia a manifestar opiniones políticas».
García Bragado, que ya estaba afiliado al PP antes de entrar en política, entiende a Mbappé, pero también a quienes votan al Reagrupamiento Nacional de Le Pen. «Macron ya sabía que si no arreglaba las cosas Le Pen acabaría llegando al poder. En la ‘banlieue’ no impera la ley, sus leyes a veces se aproximan más a las islámicas. Y la población cuando se siente insegura, busca las posiciones que le ofrecen seguridad. Aquí se ha visto con las subidas de Vox o Alvise, o en EEUU con Donald Trump. Cuando los partidos tradicionales no responden, aparecen los populismos», afirma.
Pero en Francia muchos deportistas al margen de Mbappé han entendido que el momento es especial. Casi 200 competidores de élite (hay futbolistas, pero también tenistas o atletas) han firmado un manifiesto que llama a los franceses a «no resignarse a que la ultraderecha tome el país».
Todos, futbolistas y no futbolistas, aún recuerdan, como hacía estos días el entrenador de la selección, Didier Deschamps, cuando Jean Marie Le Pen, antecesor y padre de Marine, criticaba en 1996 a la selección de su país por estar «llena de extranjeros» que no se sabían ‘La Marsellesa’. Dos años después, la Francia de Zidane, Djorkaeff y Henry, y también de Deschamps, ganó su primer Mundial.
Suscríbete para seguir leyendo