La magnitud de la catástrofe desencadenada por el Ejército israelí en Gaza a raíz de los ataques de Hamás del 7 de octubre no es comparable a ninguna de las guerras libradas en las últimas dos décadas en el enclave. Ni siquiera a la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días, que sirvió de antesala a la ocupación israelí de los territorios palestinos. Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense, y José Abu-Tarbush, sociólogo de las Relaciones Internacionales en la Universidad de la Laguna, consideran que solo es equiparable a la Nakba de 1948, saldada con expulsión de 700.000 palestinos de sus hogares. Lo cuentan en ‘Gaza, crónica de una Nakba anunciada’, un ensayo escrito durante la guerra en curso en el que abordan cómo se ha llegado hasta aquí y analizan los potenciales escenarios futuros. Álvarez-Ossorio, que es también colaborador de El Periódico de Catalunya, del mismo grupo editorial que este diario, responde en Barcelona a las preguntas de este diario.
-En el libro afirman que nada volverá a ser igual en Oriente Próximo después de esta guerra. ¿Por qué?
-Los ataques del 7 de octubre y la ofensiva militar contra la Franja de Gaza marcan un antes y un después porque es una tragedia equiparable a la Nakba de 1948 o incluso de mayor magnitud. La cifra de muertos prácticamente triplica la de la Nakba, mientras que la destrucción del 80% de las viviendas en Gaza es equiparable a lo que ocurrió entonces con la destrucción de más de 500 aldeas. Claramente estamos ante un punto de inflexión.
-En la Nakba hubo una reconfiguración de los mapas de la región con la expulsión de la mayor parte de los palestinos que vivían en el territorio asignado por la ONU a Israel. ¿Puede suceder ahora algo similar?
-Es una posibilidad, a mi juicio, elevada. La destrucción sistemática de todas las infraestructuras civiles, hospitales, universidades o toda la red de saneamiento indica que hay un plan para hacer inhabitable la Franja y expulsar a la población. De hecho, varios ministros del gabinete Netanyahu se han mostrado partidarios y también el propio Ministerio de Inteligencia lo considera la mejor opción. Es probable que el estrangulamiento de la población palestina sea la antesala para crear unas condiciones que obliguen o empujen a la población a marcharse en caso de que abra la frontera de Rafah con Egipto.
-¿Quién está ganando la guerra?
-Probablemente nadie. Hamás cometió el mayor error estratégico de su historia al atacar el territorio israelí porque dio la excusa perfecta a Israel para hacer probablemente lo que siempre quiso, pero nunca se atrevió a hacer. Y está claro que Israel está pagando un precio muy alto en términos de imagen y reputación a escala internacional. Se han abierto investigaciones en los tribunales internacionales por crímenes de lesa humanidad, también por un posible genocidio, y la imagen de Israel está muy deteriorada, al igual que la de Estados Unidos, que está respaldando a capa y espada la destrucción de Gaza. Entre los perdedores, no está solo Hamás, también el pueblo palestino, que está sufriendo la mayor tragedia del último siglo.
-No todos los palestinos tienen tan claro que sea un gran error estratégico de Hamás.
-Está claro que la cuestión palestina ha recuperado la centralidad para los países árabes. Pero es cuestionable que eso vaya a empujar a Israel a retirarse de los territorios ocupados y aceptar un Estado palestino. ¿Por qué? Pues porque EEUU, que ha ejercido de mediador desde los acuerdos de Oslo, no tiene voluntad política para presionar a Israel, mucho menos en un año electoral como este. Está repitiendo lo que hizo después de la Segunda Intifada. Es decir, volver a exigir la reforma de la Autoridad Palestina para que quede en manos de tecnócratas, comprar tiempo y permitir que Israel siga con su política de hechos consumados para hacer inviable un Estado palestino.
-Netanyahu ha vendido esta guerra como una lucha entre civilización y barbarie, una suerte de anticipo de lo que podría pasarle a Europa si titubea ante el islamismo radical. ¿Por qué cree que su narrativa ha tenido tanta aceptación en el continente?
-Es curioso porque está repitiendo prácticamente las mismas fras es que decían los padres del sionismo a principios del siglo XX para justificar su empresa colonial en Palestina. Consideraban que los árabes y los palestinos eran incivilizados, bárbaros a los que había que reeducar y todo para justificar la apropiación del territorio, el expolio de sus recursos y finalmente la conversión de Palestina en un Estado judío.
-¿Y por qué parte de Europa acepta esa narrativa?
-No olvidemos que es prácticamente la misma que repetían Gran Bretaña y Francia en la época de las colonias, cuando se repartieron los continentes asiático y africano. Es decir, la idea de una misión civilizadora, que Occidente tenía la responsabilidad de educar a los pueblos atrasados. Obviamente era también un proyecto extraordinariamente racista, en el cual el hombre blanco tenía que imponer su civilización, les gustara o no a la población colonizada. No en vano, los principales aliados de Israel hoy en Europa son partidos neofascistas como el de Le Pen en Francia, el de Meloni en Italia o Vox en España. De modo que esa narrativa ayuda a evidenciar que lo que sucede en Gaza no es más que otra fase del proyecto colonizador de Israel.
-Israel dice estar actuando en legítima defensa, como sostienen también Alemania o Estados Unidos.
-Esto no es una operación antiterrorista. Si lo fuera, no se habría destruido la totalidad de la Franja de Gaza, sus hospitales, universidades, colegios, institutos… Quieren convertirla en un lugar inhabitable para forzar un éxodo masivo de su población. Quizás no a corto plazo, pero sí a medio plazo. No solo es una operación de venganza, como lo fue durante las primeras semanas, sino un plan deliberado para vaciar Gaza e incorporarla a Israel.
-España y otros países europeos han reconocido al Estado palestino. ¿Sirve de algo?
-A efectos prácticos, no va a implicar ningún cambio para la población palestina, que sigue bajo una situación de ocupación y de apartheid, en el caso de Cisjordania. Pero lanza un mensaje muy claro a Israel de que una parte muy significativa de la comunidad internacional sigue apostando por la solución de los dos Estados. A juzgar por la reacción de las autoridades israelíes, el paso no es tan simbólico porque podría crear un clima de opinión dentro de la Unión Europea que arrastre a otros países, como está sucediendo, y podría llevar a Bruselas a revisar el trato privilegiado que concede a Israel a través de los acuerdos de asociación por incumplimiento de varios de sus artículos, como el respeto a los valores democráticos y los derechos humanos.
-Desde distintos ámbitos hay un movimiento para tratar de boicotear a Israel. En el pasado no tardó en difuminarse sin demasiadas consecuencias. ¿Hay algo que podría empujar a Israel a acabar con la ocupación y la colonización?
-Hasta que Israel no vea que sus acciones tienen un coste, no va a modificar su actitud. Solo cuando haya implicaciones reales para sus mandos militares y dirigentes políticos, empezarán a replantear su actitud. Por eso es muy positivo que el Tribunal Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional hayan abierto investigaciones e incluso se planteen emitir una orden de detención contra sus máximos dirigentes. Lanzan un mensaje muy claro de que la impunidad se ha acabado y que todos los crímenes de guerra que se están perpetrando van a tener un coste.
-Tanto Israel como Occidente opinan que Hamás debe ser destruido o tiene que salir completamente de la ecuación. ¿Se pueden gestionar los territorios palestinos sin tener en cuenta a Hamás?
-Así se hizo durante mucho tiempo. Hasta 2006, cuando Hamás ganó las elecciones, era la Autoridad Palestina la que gobernaba los territorios. El gran problema aquí es que el Gobierno israelí no quiere hablar del día después. Y la única propuesta que ha hecho es volver a colonizar parte de la Franja, quedarse con sus recursos, como el gas, y sugerir que solo aceptará como interlocutor a las tribus palestinas. Ya se hizo en los años 80, cuando el Likud trató de reemplazar a los dirigentes nacionalistas palestinos por un liderazgo colaboracionista. Ese el proyecto de futuro que tiene el Gobierno israelí para Gaza. Eso o convertirlo en una nueva Somalia, un territorio sin ley donde las bandas armadas impongan sus objetivos. Cuanto peor, mejor. Pero lo que hemos comprobado en las últimas décadas es que cuando destruyes a un movimiento como Hamás, lo que surge no es una alternativa más moderada, sino un movimiento mucho más radical.