El 22 de enero de 1817, Stendhal ingresó a la capilla de Santa Croce en Florencia. Allí quedó extasiado con los frescos de Giotto di Bondone y de Baldassare Franceschini. En el lugar donde descansan los restos de Nicolás Maquiavelo o Galileo Galilei, el escritor se arrodilló en un banco y vivió un momento de belleza indescriptible. “Había llegado a ese punto de emoción que cumple con las sensaciones celestiales que brindan las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Al salir de Santa Croce, tenía un latido irregular, la vida se me estaba acabando, caminaba con el temor de caerme”, escribió. Aquel éxtasis que derivó en mareos, palpitaciones, alucinaciones, desorientación y hasta agotamiento no fue algo puntual. Hoy se conoce como el ‘síndrome de Stendhal’ y médicos y psiquiatras han realizado estudios sobre este fenómeno que también se conoce como el ‘síndrome del viajero’. Incluso hay quien lo llama el ‘síndrome de París’ después de que el japonés Hiroaki Ota probase que tras visitar París muchos turistas presentaban mareos, taquicardia, palpitaciones, dificultad respiratoria y alucinaciones visuales y auditivas.

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