Si hay algo que a Natalia le sentaba fatal era esa frase del médico: «¡Venga, venga!. No se queje. Que bastante bien está para su edad. ¿Qué más se puede pedir?». A sus ochenta y tantos y con varios achaques, nada demasiado grave, aquellas palabras, se quejaba a sus hijas, la hundían. Porque sí, porque consideraba que aquel médico que la veía en consulta o a veces la visitaba en su casa, la trataba de forma diferente por ser mayor y, sobre todo, le venía a decir que, con sus años, no aspirase a mucho más. A ella -espíritu joven, ganas de vivir-, que lo que necesitaba era lo contrario. Que la echaran para arriba. Para sentirse mejor emocionalmente. Lo que impactaba de lleno en su salud.

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