A las personas que tenemos un mínimo de empatía nos preocupan los otros, nos conmueve su dolor, sobre todo el de los seres inocentes e indefensos, humanos o no. Una de las grandes preocupaciones de un sector importante de la sociedad en relación con el auge de fascismos y extremas derechas que estamos viviendo en España y en Europa, es no sólo el retroceso en los derechos humanos, sino también el previsible retroceso en lo ya conseguido en ecología y especialmente en derechos animales. Si a la extrema derecha le caracteriza por definición el desprecio a los derechos de las personas, podemos imaginar en qué orden de prioridad colocan a los derechos seres vivos de otras especies.

En realidad, los fascismos son un retroceso inmenso en sí mismos. Son el reflejo ideológico de lo peor del ser humano, de ese diez por ciento aproximado de la humanidad que, en palabras de Robert Hare, carecen de conciencia. De hecho, estas ideologías crueles, tiránicas, agresivas, narcisistas e inclementes representan a lo más arcaico de la especie humana. Si toda la humanidad fuera como ellos, no habría habido evolución. Viviríamos todavía en el Neardenthal, ni siquiera en el Cromagnon. Simplemente porque no quieren evolución. Se niegan a la evolución de manera sistemática. La agresividad y la violencia psicológica o verbal, cuando no física, son sus grandes armas para disuadir al otro. En ellos no existe la capacidad de empatía, ni de compasión, ni de humanidad, ni de sensibilidad, ni solidaridad;  justamente todo eso que ha supuesto, desde el inicio de los tiempos, que el ser humano se haya superado y haya progresado a lo largo de los siglos y los milenios.

Lo muestra muy bien una anécdota científica que se atribuye a la maravillosa antropóloga americana Margaret Mead, en respuesta a la pregunta de un alumno en sus clases de antropología. Según ella el primer signo de civilización que se ha encontrado fue un fémur roto que había sido sanado. La rotura de una pata en cualquier animal, humano o no humano, ante la imposibilidad de procurarse alimento o de protegerse de los depredadores, supone la muerte. Una pierna rota y sanada  implica que esa persona fue cuidada, alimentada y protegida durante la sanación del hueso, evitando que una fractura le supusiera la muerte. No es la lucha, ni la competencia, ni la dureza ni la bestialidad lo que nos dejó sobrevivir y evolucionar, sino todo lo contrario, la empatía, la preocupación por el otro, el amor, como bien argumenta esta maravillosa antropóloga.

Por tanto, si el fascismo y extremas derechas se dedican a menospreciar a los seres humanos y arrebatarles derechos y libertades (miremos el horror que está ocurriendo en Argentina con Milei), podemos bien imaginar lo que esos idearios tienen en cuenta proteger y cuidar a los animales. Mucho menos que nada. De hecho, muchos les consideran las víctimas invisibles de totalitarismos, dictaduras y guerras. Diversos estudios atestiguan que en las guerras los animales suelen ser usados y abusados como instrumentos bélicos, como armas, medios de transporte, mensajeros, detectores, guardianes, etc; habiendo sido entrenados, abusados, torturados, mutilados, abandonados y olvidados casi siempre. Por no hablar de muertos por hambre, sed y miseria.

Hay también casos extraordinarios, como el de dos mujeres rusas, una abuela y una nieta, que escondidas en un zulo en la II Guerra mundial, lograron sobrevivir en Leningrado gracias a su gatita, de nombre Vaska, que salía a cazar todos los días pequeños animales para que ellas pudieran comer algo y no murieran de hambre. Algo que, según los estudiosos de los felinos, es algo absolutamente normal, pero que nos asombra porque nos han contado muchas falsedades respecto de los animales. Que no tienen inteligencia, por ejemplo, o que no sienten afectos y sensibilidad, o que son fieras peligrosas. Al contrario, como decía Lovekraft, todos los monstruos son humanos.

Se nos enseña a cosificarlos, a despojarles de consideración moral, a aceptar, como bien enseña el catecismo cristiano, que fueron creados para satisfacer al hombre; en ese pensamiento especista y falso que no tiene en cuenta el origen y la evolución de las especies; y en ese pensamiento antropocéntrico, narcisista y soberbio que nos hace creernos superiores al resto de especies, sin aceptar que somos una especie más, y que somos parte de la naturaleza, al igual que cualquier ser vivo.

La ultraderecha, como bien sabemos, por definición rechaza cualquier movimiento emancipatorio; y la defensa de los animales está estrecha e íntimamente ligada a las otras luchas contra otras formas de opresión, como el racismo, el machismo o la homofobia. En esencia, todo es lo mismo. La escritora afroamericana Alice Walker (premio Pullitzer por su maravillosa novela El Color Púrpura) lo expresa muy bien en su novela cuando dice que “Los animales del mundo tienen sus razones para existir. No fueron creados para ser explotados por los seres humanos, al igual que los negros no fueron creados para ser explotados por los blancos, ni las mujeres por los hombres”. Seguiremos siempre en el compromiso del apoyo a esas emancipaciones, y de ser la voz de los que no la tienen. Porque, en lo profundo, como dice el filósofo, poeta y matemático Jorge Riechmann, sin enfrentarse al mal la vida no tiene sentido.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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