Kylian Mbappé, que habitualmente ‘habla’ por la banda izquierda de un campo de fútbol, utilizó días atrás la influencia de la que se sabe tenedor para animar a la población francesa, sobre todo a los más jóvenes, a votar en las legislativas de este verano y frenar el avance «de los extremos, los que dividen». No especificó qué extremos, aunque se sobreentendió que se refería al partido de Marine Le Pen, el que —si los abstencionistas no se animan—, avanza hasta el Elíseo y pretende acotar la entrada de inmigrantes y practicar deportaciones de sin papeles, miles de los cuales conforman censos como el de Bondy, el barrio donde se ha criado Mbappé .
Mbappé habla lo justo. Acostumbrados a la generalidad de los encorsetados discursos del futbolista que solemnizan lo obvio —tenemos que ganar para seguir arriba, no hay enemigo pequeño, la verdad es que— el francés es ese tipo de jugador que si no tiene nada que decir prefiere callarse. Con la autoridad que demuestra en el campo y la contrastada auctoritas que arrastra fuera de él, es consciente de que el llamamiento al voto de esa banlieue que arde entre la desigualdad y la discriminación puede evitar la llegada al Gobierno de quienes consideran franceses de cuarta a miles de jóvenes que aspiran a las mismas oportunidades que un adolescente del distrito XVI.
Algunos futbolistas españoles de primera línea no opinan lo mismo. Al día siguiente de que el 10 francés llamara al voto contra la extrema derecha, el portero de la Selección Española y del Athletic Club, Unai Simón, convino en que «tenemos tendencia a opinar demasiado sobre ciertos temas, cuando no sé si deberíamos (…) Soy futbolista y los temas políticos hay que dejárselos a otros». Como si uno fuera escritor y los temas políticos hubiera que dejárselos a otros, aunque ese tema político tratase de que el avance de determinadas ideologías amenazase con implantar la censura editorial; como si uno fuera cantante y los temas políticos hubiera que dejárselos a otros, aunque ese tema político tratase de que el avance de determinadas ideologías amenazase con impedir la emisión de determinadas canciones; como si uno fuera un científico de prestigio y los temas políticos hubiera que dejárselos a otros, aunque ese tema político tratase de que el avance de determinadas ideologías amenazase con un recorte de fondos brutal para la investigación.
Exfutbolistas como Cañizares compartieron las palabras de Unai. El hoy comentarista deportivo defiende que un deportista no debe meterse en harina porque juega para los de derechas y para los de izquierdas, como si un escritor o un actor no escribieran o actuasen para los de derechas y para los de izquierdas. ¿Alguien cree que Pep Guardiola ha perdido credibilidad como entrenador por apoyar el procés? ¿O Xavi como leyenda del Barça por blanquear los regímenes de Arabia Saudí o Catar? ¿O Pepe Reina como portero por jalear actos de Vox? ¿O Dani Carvajal como defensa internacional por decir tras el beso a Jenni Hermoso aquello de «no podemos condenar una parte u otra sin conocer qué ha pasado»? Sus puntos de vista les retratan, pero su profesión de deportistas con miles de seguidores no les inhabilita para verter opiniones. Pueden y deben emitirlas por incómodas que sean si quien las pronuncia cree que con ello ejerce una buena influencia en la sociedad.
En España apenas ya se recuerda el silencio del Athletic y la Real Sociedad contra el terrorismo de ETA, sobre el que nunca tuvieron nada que decir, ni siquiera el tradicional minuto de silencio después de cada atentado. [El club] «No es el foro adecuado», llegó a decir un presidente. Ni siquiera fue el foro adecuado cuando el independentismo radical amenazó al jugador Bixente Lizarazu, al que la banda exigió el impuesto revolucionario. ETA habría seguido matando igualmente si la Real o el Athletic se hubieran posicionado en contra, pero su enorme peso social habría despertado algunas conciencias entre la juventud de Euskadi.
Hay determinados asuntos en los que el deporte español, y en particular el fútbol, no sabe o no contesta. Hace unos días, el español Dennis González, de 20 años, se proclamó campeón de Europa de natación artística. ‘Sirena’, ’trucha’, ‘vaya pluma’ fueron algunos de los comentarios que salpicaron las redes sociales. Salvo excepciones, lo lógico habría sido que el mundo del deporte hubiera salido en masa para condenar la homofobia, pero las manifestaciones en su defensa fueron excepcionales. A diferencia del fútbol femenino, que vive con naturalidad la homosexualidad de algunas profesionales, en las categorías masculinas continúa siendo un tabú incomprensible, por anacrónico.
Algunos deportistas consideran que no deben opinar más que de penaltis no señalados o comparecer en público para adular al rival. La verdad es que… se equivocan. Las palabras de un futbolista contra la homofobia o el racismo y a favor de la igualdad, los derechos sociales o avisando de los peligros de que un Gobierno quede en manos de extremismos, son mucho más poderosas que muchos discursos políticos. Mbappé lo sabe; una parte del deporte español todavía no.