Cada lugar del mundo ha sentido la presencia del Señor con la Semilla del Evangelio y ha experimentado también la persecución. Hoy celebramos a los Santos Mártires ingleses, fruto de compartir con el Señor su Misterio Pascual. Entre los años 1535 y 1679, muchos fueron los clérigos y seglares anglosajones que sufrieron persecución y discriminación a causa de su Fe y fidelidad a la Iglesia Católica.
Ya venía de atrás el desencuentro entre la Santa Sede e Inglaterra que subió los impuestos de forma especial a los religiosos, aunque el caso más grave era el nombramiento de Obispos que se había reservado por costumbre el trono inglés. Para esto no había contado con el beneplácito del Papa. Pero las cosas no quedarían ahí porque el rey Enrique VIII, se constituye en cabeza visible de la Iglesia anglicana.
El motivo fue que Roma no le concede la nulidad con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, para desposarse con la cortesana Ana Bolena. Cuando llegó Isabel al trono real, se recrudece la persecución ya existente dictaminándose leyes que prohíban profesar otro culto que no sea el anglicano, ocultándose a los ingleses la realidad de la excomunión que el Papa había decretado contra la reina.
Es aquí cuando se pone a prueba la fidelidad a Dios en la Iglesia de Roma por parte de los fieles que, con rectitud de intención rechazan la supremacía de la monarquía. Todos ellos son considerados apóstatas, muriendo por Cristo al defender la Verdad. Precisamente en 1585, un Decreto vetó la celebración de la Santa Misa y la profesión de la Fe Católica. El ejemplo de Juan Fisher y Tomás Moro que, en estos días celebraremos también, cunde en otras personas fieles al Evangelio hasta el final.