La fotografía sintetizará lo que Occidente entiende como el mal en estado puro: Vladímir Putin y Kim Jong-un, villanos sin atenuantes, conspirando desde Pionyang contra el mundo libre. La alianza ruso-norcoreana se remonta a la antigua Unión Soviética y el abuelo del actual Kim, pasó por turbulencias y ha recuperado toda su lozanía con la guerra en Ucrania y las sanciones globales. No hay países más sancionados ni comercio bilateral más complementario hoy en el mundo: Rusia necesita municiones, Corea del Norte necesita todo lo demás.
La ceremonia de bienvenida para el presidente ruso, Vladímir Putin, arrancó este miércoles en Pionyang, según informó la agencia rusa RIA Nóvosti. La ceremonia está teniendo lugar en la plaza Kim Il-Sung, de Pionyang, escenario de los principales desfiles y celebraciones del régimen norcoreano, asegura RIA Nóvosti, que publica una foto de la plaza repleta de gente y engalanada con globos.
El Kremlin ha descrito los dos días que pasará Putin en la capital norcoreana como «una visita de Estado amistosa». En la génesis está el viaje del pasado año de Kim a Rusia que selló la sintonía. Putin le regaló una limusina nacional, violando las sanciones internacionales, y Kim prometió que su país sería el «invencible camarada de armas» de Rusia. Putin le agradeció esta semana en un artículo publicado en la agencia oficial de noticias norcoreana el «apoyo firme» en la guerra contra Ucrania.
No había regresado Putin a Pionyang desde 2000. Entonces no había sido expulsada Rusia del G-8, mandaba Kim Jong-il, padre del actual dictador, y faltaban aún seis años para el primer ensayo nuclear norcoreano y dos décadas para que perfeccionara sus misiles de largo alcance. El primer efecto que busca Moscú es desmentir ese aislamiento que proclama Occidente: a Putin le reciben en Latinoamérica, África o Asia y tras Corea del Norte volará a Vietnam. Pero Rusia ha subrayado que esta visita va más allá de la protocolaria fotografía y avanzado una agenda febril. Putin ha aterrizado con un nutrido séquito de ministros y asesores, especialmente del área militar. Le acompañan, entre otros, su nuevo ministro de Defensa, Andrey Belousov, y Denis Manturov, gerifalte de Defensa.
Puesta en escena
También Pionyang, fuera del circuito diplomático ortodoxo, se esfuerza en darle vuelo. Las imágenes satelitales han mostrado los preparativos en la plaza de Kim Il Sung, escenario de los célebres desfiles militares, y a la soldadesca ensayando su paso de la oca.
Aquella visita de Kim a Rusia engrasó el comercio bilateral. Los servicios de inteligencia surcoreanos, que escrutan el trajín de contenedores entre los 200 kilómetros que separan el puerto norcoreano de Najin y el ruso de Dunay, han calculado que desde Pionyang habrían partido ya 4,8 millones de municiones. Para colocar la cifra en contexto: la Unión Europea sólo envió a Ucrania el pasado año la mitad del millón de municiones apalabradas. El ministro de Defensa surcoreano, Shin Won-sik, desveló meses atrás que las fábricas del norte que sirven a Rusia funcionan «a toda marcha» en contraste con los parones y la producción afeitada del resto por los cortes eléctricos y la falta de suministros. No será decisiva la ayuda norcoreana en el desenlace de la guerra pero tampoco irrelevante.
Moscú, a cambio, comparte su tecnología militar y, en especial, la relacionada con los misiles de larga distancia. No parece casual que Corea del Norte consiguiera meses atrás colocar en órbita su primer satélite espía tras sonados fracasos. Pionyang y Moscú niegan con vehemencia esos intercambios militares mientras Estados Unidos alerta de la «creciente y peligrosa relación» entre ambos.
También ha enviado Rusia toneladas de comida con las que Pionyang ha podido estabilizar los precios. Corea del Norte y Rusia firmarán este miércoles una nueva alianza estratégica que actualizará y ampliará los acuerdos firmados entre 1961 y 2001. El Kremlin ha insistido en que no va dirigida contra ningún país en concreto y que sólo pretende asegurar la estabilidad en Asia.