Hasta Stuttgart descenderá el domingo la banda de gaiteros y los miles de escoceses del Tartan Army detrás para seguir alargando la fiesta. Con eso les basta. Con tener unos días más de esperanza y entregarse a la juerga mientras llega la hora de enfrentarse y batir a Hungría, la única posibilidad que les queda de clasificación, confiando en que con cuatro puntos sea suficiente para pasar como uno de los mejores.
Esos cuatro puntos ya los tiene Suiza, que acabó igual de conforme que Escocia en el duelo de Colonia y aún puede mejorarlos. El empate saldaba el objetivo de mínimos para ambos después del triunfo de Alemania que deja a Hungría fuera.
Escocia no supo administrar el segundo autogol que le había regalado la divina providencia. El de Rüdiger ni maquilló el manotazo de Alemania. Pero el de Schär al tratar de desviar un tiro de Scott McTominay valía su peso oro, ya que abría el marcador. La victoria era vital para seguir dependiendo de sí misma frente a Hungría.
Le duró poco la ventaja: el mismo tiempo que le había costado obtenerla. Trece minutos después encajó un golazo de Xherdan Shaqiri. El genio suizo devolvió el empate que ya no se alteró con un gol anulado por el VAR a Suiza y un cabezazo al poste de Hanley.
El miedo a perder tensó a los escoceses y les empujó a cometer errores gratuitos, como el de Ralston y su ocurrencia de hacer una cesión sin mirar y que tan funesta resultó. Se mostraron incapaces de dar tres o cuatro pases seguidos. No se adivinó cuál era el plan de juego de Clarke, excepto el de situar a McTominay a perseguir a Granit Xhaka. Al descanso advirtió que no valía la pena malgastar a uno de sus mejores de gregario, que para eso servía Callum McGregor. McTominay debía ser quien resolviera la papeleta con un gol.
Lo que había hecho Shaqiri, que siempre deja su huella. Con cuatro Mundiales y tres Eurocopas a cuestas, marca su golito en cada torneo. Solo falló en el 2010 cuando tenía 18 años y solo jugó unos minutillos en un partido.
Golazo a la escuadra
Catorce años después, desde su semiretiro de Estados Unidos volvió a Europa y estampó un golazo en la escuadra en un balón regalado que envió a la red sin pensar qué haría con él. Lo chutó casi sin mirar, confiado en la técnica de golpeo que ha modelado en su privilegiada zurda. El físico no le acompaña y duró una hora en el campo.
Huérfanos de dirección, los escoceses iban improvisando por el campo, sin un guía que les hubiera allanado el camino o tuvieran cuatro automatismos preparados. No fue Suiza un dechado de constancia ni agresividad en la presión ni de fiereza en el balón dividido. A ellos no les iba la vida.