Más allá del automóvil, las renovables, el porcino o la pujante industria de los datos, Aragón es potencia mundial en la producción de un cultivo que alimenta a los camellos y sobre todo a las vacas lecheras de Oriente Medio y los confines de Asia por su alto contenido en proteínas. La comunidad tiene el mayor granero de alfalfa deshidratada del país, dado que distribuye cerca del 60% del total nacional, un producto que envía por barco desde el valle del Ebro y Los Monegros. El clima, la disponibilidad de agua y el viento (facilita el secado natural de estos herbáceos) conjugan un ecosistema virtuoso para el cultivo del vegetal, lo que otorga a las cooperativas y empresas una ventaja competitiva por los altos rendimientos obtenidos. Todo ello que hace que esta tierra sea la piedra angular de un mercado español que suele ocupar el primer puesto europeo en la producción del sector y el segundo a nivel mundial, dejando a un lado el fatídico 2023, cuando la sequía hizo estragos. Solo le supera el imperio de la alfalfa de Estados Unidos, que mueve la mitad del comercio mundial.
La comunidad cuenta con más de 60.000 hectáreas de regadío dedicadas a este cultivo y 33 plantas deshidratadoras repartidas todas ellas en el entorno del valle del Ebro y Los Monegros, donde se afincan las principales compañías del sector en Aragón. Desde allí, cooperativas, empresas familiares arraigadas en la industria forrajera y un par de grandes compañías árabes que invirtieron en grupos agrícolas ubicados, por ejemplo, en Bujaraloz.
La razón de esta presencia es que la importancia del mercado árabe y asiático es capital. De hecho, grosso modo, el 50% de lo que España exporta viaja directamente hacia Emiratos Árabes Unidos, el principal cliente de los forrajes de Aragón. En 2022, que se toma como año de referencia por la sequía de 2023, los emiratos importaron 535.035 toneladas de alfalfa española. Todo ello, de un decenio a esta parte, dado que en 2014 se firmó un acuerdo entre este país y España para la exportación de 200.000 toneladas anuales.
China suele ocupar el segundo puesto, aunque sus importaciones con España oscilan mucho (entre las 187.000 toneladas de hace dos años y las más de 303.000 de 2021), mientras que Arabia Saudí suele rondar las 150.000 toneladas, y Jordania y Portugal, las 50.000. Francia, Corea del Sur o Kuwait tam-bién compran importantes cantidades.
Sin embargo, se vislumbran no pocas oportunidades de crecimiento, como penetrar mucho más en el mercado japonés, donde Estados Unidos tiene un gran poder, y posicionarse para el crecimiento del sector lácteo que se prevé en todo el sudeste asiático, en países como Tailandia. Mientras tanto, deberán estar ojo avizor con la pujanza de competidores como Sudáfrica, Argentina o Australia, que también quieren vender sus forrajes en todos estos territorios.
2023, un año fatal
El sector ha atravesado un 2023 fatal. La sequía mermó casi un 25% la producción española, que bajó por primera vez del millón de toneladas, según los datos facilitados por la Asociación Española de Fabricantes de Alfalfa (AEFA), que tiene su sede en Zaragoza desde hace 40 años por ser la comunidad la principal productora del país. Luis Machín, el director de la organización, afirma que «venimos de un año muy malo», en el que posiblemente se haya «tocado suelo». «La escasez de producto español hizo que los precios repuntaran, lo que nos ha restado competitividad. Ahora estamos en disposición de ser optimistas, con más hectáreas cultivadas y la posibilidad de recuperar terreno», explica Machín.
Los forrajes son un cultivo dedicado en exclusiva a la alimentación animal. Como las cabañas de vacuno lechero de la cornisa cantábrica se abastecen de los productores de alfalfa de cercanía, las cosechas aragonesas y leridanas, las mayores del país, se exportan en su mayor parte, con una media de entre 1,2 y 1,4 millones de toneladas que parten desde España. «La mayor parte de nuestras exportaciones viajan vía marítima a los países de Oriente Medio y Asia. Pero nos hemos dado cuenta de que cualquier alteración en la geopolítica mundial repercute en el transporte, por lo que circunstancias que no tienen nada que ver con nosotros nos impactan de forma profunda porque la rentabilidad del producto es muy sensible a esos cambios», explica Francisco Tabuenca, consejero delegado de Forrajes San Agustín (Forsa), una de las mayores productoras de alfalfa deshidratada de Aragón.
El sector es muy sensible a los vaivenes geopolíticos, dado que depende del transporte marítimo para enviar el producto al continente asiático
La cuestión radica en que el valor añadido, como es habitual en este tipo de cultivos, tiene una rentabilidad es fácilmente alterable. Los 12.000 contenedores que parten durante un año tipo con forrajes aragoneses hacia distintos puntos del mundo lo suelen a hacer a 220 euros la tonelada, que multiplicado por las 25 toneladas que caben en un flete marítimo más o menos normal no dejan demasiado lugar a alteraciones de la cadena de distribución. Ahí es donde entran en juego las mil vicisitudes de la cadena logística durante los últimos años: el monumental atasco en los puertos en los primeros compases de la pandemia, la guerra de Ucrania, el bloqueo del canal de Suez por el encallamiento del EverGreen o la crisis del Mar Rojo, episodios que han multiplicado por cinco en varias ocasiones el precio de los fletes marítimos.
El sector está formado en su mayoría por cooperativas y empresas familiares de largo recorrido que apostaron de forma decida por los forrajes hace ya años. Es el caso precisamente de la aragonesa Forsa, que factura 11 millones de euros y tiene proyectado triplicar su producción actual (de 58 millones de toneladas a 140). «Aragón tiene una tradición histórica en la producción de alfalfa que se remonta a hace décadas. Desde mitad del siglo XX aterrizó en la comunidad una industria agrícola que comercializaba este producto. Llegaron a cultivarse hasta 100.000 hectáreas en Aragón», explica Francisco Tabuenca, consejero delegado del grupo agrícola.
Otra de las grandes compañías que operan en territorio aragonés, aunque de origen navarro, es Nafosa-Grupo Osés, que emplea a 107 personas de forma directa y a 350 de modo indirecto en sus plantas de producción de Esplús, Monzón, Pinsoro o Peralta, las cuatro que tiene repartidas entre ambas comunidades. La compañía explota 1.800 hectáreas de cultivo en Navarra y más de 6.000 en Aragón. «Este año hemos crecido en número de hectáreas, sobre todo porque el año pasado el precio de la alfalfa estuvo en máximos históricos, lo que anima a los agricultores a la rotación», explica Maite Osés, directora de compras y logística del grupo.
Grupos de capital árabe
El tercer elemento en el sector aragonés son los grupos de capital árabe, como Al Dahra, que se estableció en Bujaraloz en el año 2009 para continuar después su expansión hacia Lérida, donde adquirió distintas fábricas, lo que ha permitido a la empresa concentrar cerca de un tercio de la producción nacional de alfalfa.
Sin embargo, hay vientos de cola que soplan muy a favor de la expansión de cultivos como la alfalfa, favorecidos por la modernización de los regadíos y por su capacidad para fijar nitrógeno atmosférico en la tierra, lo que hace que el suelo sea más rico en nutrientes y permite una reducción del uso de fertilizantes. Esta suerte de barbecho productivo cuenta con la bendición de la Unión Europea, que, a través de los ecorregímenes de la Política Agraria Común (PAC), está subvencionando cultivos como estas leguminosas perennes. Por eso muchos agricultores optan por la alfalfa como cultivo rotatorio durante unos cuatro años para regenerar parte de su tierra.
En las inmediaciones de cualquier explotación agrícola que se dedique a los forrajes en fácil ver tanto las tradicionales pacas de forraje como los incipientes pélets. Siempre para consumo, se debe a que la alfalfa de dos opciones para comercializar los forrajes: en las clásicas pacas o en estas piezas prensadas. Las balas, según la compañía que las opere, pueden ser de 400 o 700 kilos, dado que el producto se introduce previamente en la deshidratadora. El segundo formato es el pélet, para lo que se muele el forraje para permitir un porfolio de productos mucho más amplio, desde productos con mayor contenido de paja hasta uno de alta calidad con el 100% de proteína, además de pasar por todas las mezclas intermedias.
Sea como fuere, en el sector diferencian entre producto premium y de menor calidad, siempre según el tratamiento que se da al cultivo. La calidad de la alfalfa varía según el contenido en fibras o proteína y eso es clave para según qué animales. Las vacas lecheras suministran productos lácteos de mayor calidad y con mejores rendimientos si se las alimenta con forrajes de alto contenido en proteína. Los productos de nivel inferior se destinan a vacas secas, ovejas o terneros.