Adam apenas tenía once años y no sabía nadar. Se arrojó al río «para refrescarse» tras haberse desatado esa competitividad tan masculina de proponer retos para destacar entre iguales, según admitieron testigos presenciales del suceso, y la apuesta les salió muy cara. No era la primera vez que el niño se lanzaba y en otras ocasiones ya había necesitado la ayuda de algún compañero para salir del agua. No valoró las consecuencias ni la doble cara de un río muy apreciado a la vez que temido en la capital de la Ribera Alta. El Júcar ha sido fuente inagotable de riqueza agrícola a la par que una incontenible fuerza destructora por la devastación que provocan sus desbordamientos y por los numerosos ahogamientos y suicidios que ha protagonizado a lo largo de la historia. Su última víctima ha experimentado el peligro que esconde en sus entrañas: la corriente que circula por el fondo y en la parte central del cauce es incontenible para nadadores no experimentados.
El cuerpo sin vida del menor fue localizado poco después de las diez de la mañana de ayer a apenas unos metros del lugar en el que se zambulló mediada la tarde del jueves. Los bomberos lo sacaron a flote y la noticia dejó abatidos a decenas de ciudadanos magrebíes que habían pasado una de las peores noches de sus vidas. Los padres de Adam esperaban ayer el desenlace a unos metros del río y de los campos de fútbol en los que muchas tardes entrenaba el pequeño, integrante del equipo alevín de un club, el Ciutat d’Alzira, cuyas instalaciones están a apenas unos metros del cauce.
La familia de Adam fue arropada por decenas de compatriotas marroquíes. Al tener constancia de su fallecimiento se derrumbaron. La madre, que ya tuvo que ser asistida por una ambulancia el jueves, necesitó de nuevo ayuda médica y el equipo de psicólogos desplazado se empleó a fondo.
Éxodo en busca de oportunidades
Adam tenía dos hermanas mayores y vivía junto a sus padres en una casa de la calle Albuixarres. Otros miembros de la familia también residen en Alzira, la ciudad a la que se desplazaron en busca de oportunidades. Los tres hermanos dominaban perfectamente el español. A sus padres todavía les costaba un poco expresarse en castellano. Y ahora están desolados. Algunos de ellos y parte de la comunidad musulmana que les ha arropado aún tenían esperanzas de encontrarle con vida. El ayuntamiento ha decretado que el lunes será un día de duelo oficial y ha convocado una concentración a mediodía ante la casa consistorial, donde se guardará un minuto de silencio.
La delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, se desplazó ayer hasta el cauce del río para dar personalmente el pésame a la familia y al alcalde, Alfons Domínguez. También agradeció la intensa labor desarrollada por el equipo de rescate, al que se habían unido helicópteros provistos con cámara térmica, buceadores y un equipo del Grupo de Operaciones Especiales (GEO).
La doble cara del Júcar
El grupo de amigos en el que integraba Adam había adoptado la costumbre de acercarse al embarcadero de piraguas habilitado a unos trescientos metros aguas abajo del simbólico Pont de Ferro, bajo cuya sombra solían bañarse los alzireños hasta los años cincuenta del siglo pasado. Esa costumbre desapareció sin necesidad de que las autoridades prohibieran el baño. El río fue distanciándose desde entonces de la ciudad y el espeso cañaveral que creció en ambos márgenes parecía inexpugnable hasta que, hace veinte años, la avidez constructora convirtió en un inmenso solar edificable el espacio que separaba el cauce del centro urbano.
El deseo de reintegrar el Júcar en la trama urbana ha devuelto el protagonismo al río. Ha comenzado a ajardinarse y se proyectan distintas iniciativas para convertirlo en un espacio de ocio. Las piraguas surcan las aguas de vez en cuando, pero es muy raro ver gente bañándose. Sin embargo, Adam y sus amigos escogieron el embarcadero como epicentro de sus aventuras infantiles. Desconocían que el Júcar ejerce una fuerza centrípeta. En su parte central tiene una profundidad de dos o tres metros y el vigor de la corriente arrastra hasta a los más avezados. Adam no lo era. Y los dos amigos que intentaron salvarle, tampoco.