En este X Domingo del Tiempo Ordinario el Evangelio nos presenta al Señor que habla del Reino de los Cielos como una semilla que germina, o un granito de mostaza que va creciendo. Todo esto se lo cuenta así a la gente adaptándose a su entender. En cambio, a sus discípulos se lo explica con todo detalle cuando están a solas. Hoy también celebramos a San Juan Francisco de Regis. Su trayectoria fue cultivar y germinar la semilla que el Señor había puesto en su coirazón.

Nace en el año 1597 en medio de un ambiente donde todavía permanecían las discordias entre los católicos y hugonotes, que era el nombre que recibieron los luteranos en Francia. Un año después, el rey Enrique IV, promulgó el Edicto de Nantes, otorgando una libertad plenamente religiosa a los protestantes. En medio de este ambiente, Juan ingresa en la Compañía de Jesús, estudiando Teología.

Es la época en la que una terrible peste asola Toulouse, en la que morirán 87 jesuitas. Esto será lo que le estimule a ser sacerdote, teniendo algunos problemas para la profesión solemne, pero su ardor por ayudar a las personas es más fuerte que todas las dificultades. Pronto irá destinado a la parte de Montpellier donde destaca por sus grandes dotes de predicador, lo que le hace admirable para unos. Mientras, no faltan las envidias a su elocuencia, por parte de otros.

Poco después intenta ir a Canadá, pero la Providencia le depara otro plan como es continuar en el país galo donde muchas Diócesis necesitan ayuda ante los crecientes problemas que sufren. Concretamente en Viviers, convierte a los fieles y devuelve la salud espiritual a los que carecían de ella. Su ministerio religioso se articula en la vida de oración y el ejercicio de la caridad con el prójimo. San Juan Francisco de Regis muere en el año 1640.

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