«Era una tarde criminal, bochornosa, muchos rayos y truenos, pero ni una gota de agua». Javier Lorenzo estaba con el tractor juntando pacas en una finca de Sarracín de Aliste cuando vio caer el rayo en el pago Tras el Serrón y, al instante, el humo. Llamó de inmediato a la Junta (Incendios). Se había desatado la tormenta perfecta. El fuego y el viento se encargarían del resto.
Hoy se cumplen dos años del primero de los dos grandes incendios de la Sierra de la Culebra, los que escribieron el verano más negro del siglo en Zamora con casi 60.000 hectáreas calcinadas. Veinticuatro meses después la sierra es una sucesión de colinas peladas, los pinos que durante años dibujaron un perfil vertical y boscoso ya son historia y La Culebra vuelve a la vida en forma de un frondoso manto verde donde empieza a resurgir el resinero.
«Ahora va cogiendo colorido, la sierra va brotando aunque no tiene nada que ver con lo que hemos conocido toda la vida» relata Javier Lorenzo en un esfuerzo por «mirar hacia adelante». Porque ni dos años ni muchos más son capaces de borrar el recuerdo de un verano «tristísimo» que «pudo ser mucho pero. El segundo fuego se apagó sobre el primero, si no arde toda la sierra» evoca el alcalde pedáneo de Sarracín sobre la confluencia de los dos grandes incendios.
«¡Cuántas veces habré llorado!» se sincera Manuel del Río mientras limpia las calles de Sarracín. Aquel 15 de junio de 2022 estaba convaleciente en Zamora, cuando volvió al pueblo «se me caía el alma. De Tábara para acá parece otro paisaje, menos mal que empieza todo a reverdecer y por lo menos vas al campo y empiezas a ver liebres, conejos, perdices… Pero sigue siendo doloroso» cuenta todavía con la emoción a flor de piel.
«¡Cuántas veces habré llorado!!, los sentimientos de los vecinos siguen a flor de piel
La fauna se abre paso en un territorio casi yermo. Acostumbrada al refugio del bosque, no es difícil observar manadas de ciervos y corzos corriendo ladera arriba. Y lo más complicado: el lobo. Dos ejemplares jóvenes asombrados ante la presencia humana como pudimos ser testigos ayer en El Casal, la icónica finca de la Junta de Castilla y León a la que los pueblos miran con cierto recelo y que no se salvó del verano infernal de 2022.
«Todo el mundo decía que El Casal no se quemaba, que no lo iban a permitir, que iban a mandar todas las máquinas. Pero yo sabía que si el viento tiraba para allá no se salvaba» cuenta Santos Río detrás de la barra de su bar en Sesnández. «Aquí nos llegó todo, el primero y el segundo (que se inició en Losacio el 17 de julio de 2022). «Habiendo aire, el fuego quema hasta la luna» describe sobre el dantesco escenario que se formó en el oeste zamorano, sacudiendo pueblo tras pueblo.
«Se levantó un viento que se movían hasta los contenedores» recuerda Kevin Río sobre el escenario que desencadenó la tragedia. «Las llamas superaban la altura de los molinos, aquello no te lo puedes llegar a imaginar. Pero pasó. Porque conocíamos la carretera, pero es que no se venía nada del humo» recuerda este joven sobre la precipitada evacuación de Sesnández.
Hubo vecinos que se quedaron esa noche «y salvaron el pueblo» reconocen todos. Entre ellos, Pablo Vara, experto en batallas de incendios como trabajador que fue en un retén y en las cuadrillas de incendios. «Mira que he estado en fuegos, pero como estos ninguno» evoca sobre aquel verano infernal. Pablo vio prender los dos fuegos. El de Riofrío (Sarracín) del 15 de junio y el de Losacio, un mes después. «Era tal la fuerza, la rapidez. Yo nunca había visto nada igual» evoca sobre el titánico esfuerzo por salvar el pueblo con la mochila de agua y el batefuegos. «Si nos llegamos a marchar como nos decía la Guardia Civil, muchas casas se hubieran quemado».
«Mucho cuento, pero aquí no aparece nadie a limpiar y los pueblos se ponen como un bosque»
Aquella tarde del 15 de junio Manuel Fernández estaba atendiendo el bar en Sarracín; «venía la gente diciendo que había muchos rayos en la sierra y enseguida empezaron a salir focos. Cada foco un rayo. Es verdad que se juntaron un conjunto de fenómenos de la naturaleza, pero creo que con los medios que hay ahora se pudo apagar. No estuvieron a la altura; llegó un montón de gente de la UME (Unidad Militar de Emergencias) a Ferreras de Abajo y decían que no podían actuar hasta que no recibieran las órdenes» evoca sobre aquellos días trágicos cuando los vecinos de muchos pueblos de La Culebra vieron seriamente comprometidas sus casas y haciendas. «Es una experiencia para que aprendamos todos, a ver si no plantamos tanto pino».
Pero lo cierto es que la especie se abre paso entre el manto de urces, chaguazos o carqueixas. «Hay zonas donde están naciendo más de cinco mil plantas por hectárea» apunta un agente medioambiental. Otra cosa será el tratamiento de este nuevo bosque que empieza a asomar en la Sierra de la Culebra, donde ya se remata la saca de madera que ha movido miles de camiones a lo largo de dos años dejando caminos y carreteras bastante dañadas como advierte María Belén Martín, alcaldesa de Villanueva de Valrojo. «De momento solo hemos visto sacar madera, aquí no se ha hecho nada. Nos han quemado el monte y ahora quieren que paguemos nosotros los destrozos que nos han causado camiones de un montón de toneladas».
Apenas un cinco por ciento de todo el volumen de pinos cortados sigue en pie. La abundante lluvia obligó a parar los trabajos de las máquinas. Se espera que al final del verano la sierra quede definitivamente pelada, con la excepción de las frondosas y vegetación autóctona que ha sobrevivido al desastre. La idea es repoblar con estas especies, nada de pinos. De momento se van a utilizar dos parcelas piloto en El Casal y Ferreras de Abajo para realizar repoblaciones de frondosas y ver el progreso.
«La sierra se está cubriendo toda de verde, la primavera ha favorecido y además es una zona donde llueve, con un a pluviometría de 800 a 900 litros por metro cuadrado al año. Ahora hay bastante humedad y va a brotar mucho más» explica Felipe Alonso, de Mahíde, amante de la naturaleza, gran aficionado y sabio micólogo sobre la evolución de la sierra calcinada.
Lo cierto es que –se sincera María Casas– «cuesta volver la mirada a la sierra porque no ves nada, gracias al monte bajo y al brezo, pero es una pena terrible. Te entra mucha angustia cuando piensas que el paisaje con el que has crecido desde niña ya no lo vas a volver a ver» se sincera esta vecina de Sarracín mientras trabaja en el huerto. «Lo único que teníamos era el paisaje y la sierra, y se nos ha ido».
El agua ha obrado el milagro y la vegetación surge con fuerza eliminando el paisaje ceniciento. «Aunque es muy triste ver la sierra pelada, la gente mayor dice que no ha visto nunca tanta agua». Ya no hay pinos que la absorban y el monte bajo mantiene a estas alturas del año una humedad antes desconocida que la vegetación y los animales agradecen.
En Escober de Tábara, otro de los puntos calientes del verano infernal por el incendio de Losacio coinciden tres hermanos: Eduardo, Francisco y Toribio Morán. ¿El incendio? «Hacía falta que a algunos no les subieran tanto los sueldos y hubiera dinero para que se pasaran por aquí unas cuadrillas a limpiar. Mucho cuento, pero no aparece nadie y los pueblos se ponen como un bosque». Dos años después el miedo y el recuerdo siguen muy vivos.
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