Un trío de voces coreando a Pedri y a Lamine Yamal, en medio de un inmenso ajedrez de camisetas croatas: así se veía zona del aficionado ante la Puerta de Brandeburgo, a punto del estreno de España en la Eurocopa. Alguna presencia podía interpretarse como neutral, como una camiseta de Luka Modric versión madridista. «Yo a Modric le deseo todo lo mejor. Pero no hoy», dice a gritos Enrique, alicantino junto a uno de sus colegas de coro, Sebastián. El tercero es en realidad un amigo alemán, residente como los españoles en Baviera y propietario del coche compartido con que los tres se han plantado en Berlín. La pantalla gigante ante el emblemático monumento proyecta su bandera española ondeante en el minuto 28, tras el gol de Morata. Es la victoria desde la inferioridad numérica.
La afición croata quintuplicó en presencia a la española, tanto en el Olympiastadion como en la zona del aficionado. Teóricamente, deberían estar equiparados. En Berlín residen unos 18.000 españoles, frente a los 15.000 croatas. Pero la omnipresencia de los primeros rivales de La Roja era evidente en las zonas del aficionado junto a la Puerta de Brandeburgo y el Reichstag, la sede del Parlamento. A ellas se sumaban las ‘gradas oficiosas’. Desde el viernes, son centenares las terrazas de bares, panaderías o restaurantes de comida rápida Berlín que se han equipado con sus pantallas para que nadie se quede sin ver unos partidos que, por lo demás, se ofrece en abierto por la televisión pública.
«Ustedes ya tienen mucho. Déjennos seguir disfrutando de Xabi!», clama Miriam, hispano-alemana con la camiseta del Bayer Leverkusen, de visita por Berlín y juntándose al trío alicantino-alemán. Xabi Alonso es en Alemania el artífice de un nuevo milagro: el fin de la hegemonía del Bayern Múnich. De histórico se califica el doblete logrado con el título de la Bundesliga y la Copa de Alemania, además de la imbatibilidad a escala nacional, aunque «chamuscada» por el pinchazo en la final de la Liga Europa frente al Atalanta. Xabi Alonso se dice feliz en el Leverkusen. Pero la posibilidad, no inminente, de que pueda llegarle una oferta incontestable desde España causa pavor en Leverkusen.
Alemania recupera la sonrisa
Nadie en la milla del aficionado berlinesa parece haberse enterado del susto del viernes en uno de sus accesos. Los equipos de seguridad detectaron una mochila sospechosa, que resultó inocua, pero que provocó la evacuación de esa área. Alemania entera bulle bajo el impacto del 5-1 con que se estrenaron los de Julian Nagelsmann en el partido inaugural contra Escocia. Muchos siguen con la misma camiseta alemana mientras la pantalla gigante proyecta el España-Croacia. Algunos confiesan no acabar de creérselo. «Nos espera Hungría, luego Suiza», dice Hans, del brazo de Miriam y con su camiseta de Kroos. Los próximos rivales de Alemania son «huesos duro de roer», dice.
La selección anfitriona era todo lo contrario a la favorita en esta Eurocopa. Caer eliminados en la fase de grupos es una pesadilla no del todo erradicada tras sus derrumbes en los mundiales de Rusia (2018) y de Qatar (2022). Dos veinteañeros, Florian Witz y Jamal Musiala, han devuelto la sonrisa a Alemania. La columna vertebral innegable es Toni Kroos. Persisten, sin embargo, las dudas sobre el portero Manuel Neuer, a quien parecen habérsele venido encima los 38 años -dos más que los de Nagelsmann-.
Saturnino, el otro capitán del Olympiastadion
«Entre las monstruosidades del nazismo y la instrumentalización propagandística del deporte también surgieron historias bellas. Como la de Saturnino, el capitán español en el campo de concentración nazi de Mauthausen», explica a El Periódico, del grupo Prensa Ibérica, Julian Rieck, responsable de la exposición ‘Deporte. Masas. Poder’ sobre el pasado del fútbol bajo el nazismo. Está instalada en el recinto del Olympiastadion en el que Adolf Hitler inauguró los JJOO del nazismo, en 1936.
Recorre la historia de las deportaciones de deportistas judíos u otros enemigos del régimen, como los políticos. Entre ellos estuvo Saturnino Navazo, uno de los 15.000 «españoles rojos», como les llamó Hitler. Del exilio republicano en el sur de Francia pasaron a los campos nazis. Navazo, burgalés e hijo de un panadero, dio «una lección de vida», explica Rieck. No solo porque se convirtió en capitán del equipo de fútbol de los «españoles rojos» confinados en Mauthausen. También porque salvó a un niño judío, Siegfried Meier, al que convirtió en su hijo adoptivo tras la liberación del campo, en 1945. A su historia se consagra uno de los paneles de la exposición berlinesa.