Se llamaba Marisa, tenía 73 años y murió asesinada en su casa, en Chapinería (Madrid) en julio de 2020. Su verdugo, su yerno, era el novio de una de sus hijas, con la que llevaba unos meses de relación. La mató en casa, troceó su cuerpo, lo malenterró a las afueras del pueblo y unos días más tarde, a principios de agosto de 2020, lo encontró un vecino que paseaba el perro. «Asomaba un pie», denunció tras dar la voz de alarma. Una zona transitable, un camino, a las 19:30 horas de la tarde. Al lugar se desplazaron, en un primer momento, agentes del cuartel de Navas del Rey, demarcación cercana, y finalmente, el grupo de Homicidios de la Guardia Civil. Encontraron más restos humanos repartidos en diferentes bolsas. El cotejo de ADN y la investigación de la benemérita puso nombre a la víctima: María Luisa. No fue fácil, al cuerpo le faltaba la cabeza. El testimonio de los vecinos puso el foco en la familia: se habían producido discusiones fuertes últimamente.