Prosigue Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) su labor como escriba de retratos humanos de la sociedad vasca con una novela dolorosa, atravesada por un potente rayo de esperanza, que se retrotrae a 1980 para recordarnos que en Euskadi no solo mataba ETA, también lo hacían catástrofes impensables como aquella que se llevó por delante a 50 niños en un colegio de Ortuella, un pueblecito próximo a Bilbao, a causa de una explosión de gas. Se titula ‘El niño’ (Tusquets) y sigue a Mariaje, la madre del pequeño, a su abuelo Nicasio, y a sus respectivas maneras de enfrentarse a uno de los duelos más terribles que existen: la muerte de un hijo, la muerte de un nieto. Cuando aquello ocurrió el escritor vasco afincado en Alemania tenía 21 años, poco después ejerció como maestro y ese recuerdo le ha acompañado de por vida hasta que cristalizó en esta novela.
Que mueran 50 niños en un pueblo pequeño es un tema literario sensible y precisamente por ello ha debido ser muy delicado abordarlo. ¿Tuvo reticencias?
Sí, es delicado escribir sobre un dolor colectivo que ha existido realmente. Para empezar se requiere respeto y un registro lingüístico adecuado. Por poner un ejemplo, no me he permitido el menor rasgo de humor, ninguna gracieta, nada que me pareciera frívolo.
Ahí se ha tenido que contener mucho porque en su ADN narrativo está siempre ese puntito de humor. De todas maneras, sí que lo utiliza en ese curioso recurso en el que hace hablar a la propia narración, como si esta tuviera vida propia.
Este recurso de la personalización del texto lo llevo aplicando en varias novelas, pero aquí lo he hecho de una manera explícita, incluso explicándolo al comienzo de la novela y cumple diversas funciones. Una de ellas es ofrecer remansos dentro de una narración muy intensa Aparte de que me permite introducir información veraz que habría podido trasmitir a través de la novela en sí, pero no creo que hubiera sido lo mismo. Y sí, algún rasgo de humor se cuela por ahí
En realidad, la novela no va tanto de esas muertes como de cómo los familiares afrontan esa tragedia.
Exacto, la columna vertebral de esta novela no es la tragedia en sí, sino la observación de cómo un pequeño elenco de personajes afronta la desgracia. Cómo trata de aliviarla, superarla, buscar consuelo y determinadas estrategias vitales. Ahí está la verdadera sustancia de la obra y por eso no considero que sea pesimista, aunque parta de una tragedia.
Eso se ejemplifica en los dos personajes principales del libro: el abuelo que se niega a aceptar la realidad y se refugia en el pasado y su hija, la madre del niño, que lucha por construir un nuevo futuro.
Mariaje opta por la reposición de la maternidad -con resultados que no voy a revelar-, lo cual es muy humano El abuelo niega lo ocurrido y recrea su propia ficción, no sabemos si deliberada o inconsciente, a la que sacrifica todo. Deja de frecuentar a sus amigos y a las personas y lugares que le desmientan su ficción y esto también es muy humano.
Quizá sea esta su novela con un componente compasivo mayor. Hay comprensión para todos los personajes, pero en especial para Nicasio.
Este personaje del abuelo es particular en mi historia literaria. Con él trabé una relación de afecto, insólita en mí como escritor que siempre ha sabido que un personaje es una figura de ficción surgida del lenguaje. Y la causa es que yo no llegué a conocer a mis abuelos varones y he aprovechado esta novela para ejercer a la vez de abuelo y de nieto. Reconozco que he tratado a este personaje con una especial delicadeza, poniendo un poquito de corazón. Era fácil dibujarlo como una especie de Don Quijote que vive una serie de peripecias chuscas, dada su distorsión de la realidad, pero no podía tomármelo a broma.
¿Esa dualidad de vivir anclado en el pasado y la necesidad de mirar hacia el futuro está queriendo decir de la actual sociedad vasca?
No necesariamente. No me propongo utilizar mis novelas para trasmitir mensajes de ningún tipo, pero yo sé que si escribo sinceramente sobre un grupo más o menos numeroso de personajes, lo quiera o no, voy a trazar un dibujo social, aunque no lo haga de manera deliberada. No quiero trasmitir ideas y, sobre todo, nunca supedito las narraciones a una posible tesis. Mis opiniones las dejo para las entrevistas.
Ese texto con conciencia y criterio del que antes hablábamos se hace eco de una posible crítica que le persigue como escritor, según la cual sus personajes no son creíbles.
Eso es una astucia narrativa en la que ejerzo como crítico negativo de mí mismo. Con lo cual me adelanto a lo que pueda decir algún tasador de literatura ajena. Es un juego en el que me hago una serie de reproches. Así si algún crítico las trae a colación parecería que las ha copiado.
¿Pero esa reacción por su parte significa que existe una herida, que le duelen estas críticas?
Sí que existe, pero eso no me va a llevar a adoptar un tono patético o a prescindir de juegos o ingredientes literarios que para mí son esenciales. De todas formas, procuro que las críticas no me afecten. Solo hago caso a mis confidentes literarios antes de entregar el libro al editor, porque esas me permiten mejorar los textos.
«Albert Camus defendía que el escritor debe atender preferentemente a quienes padecen la Historia con mayúscula más que a quienes la protagonizan»
Su literatura está dirigida una y otra vez a hablar sobre las víctimas. ¿Por qué esa obsesión?
Esto lo aprendí con Albert Camus que defendía que el escritor debe atender preferentemente a quienes padecen la Historia con mayúscula más que a quienes la protagonizan. Llevo conmigo desde la niñez una compasión natural, entendiendo por ello la capacidad de sentir con el otro y un impulso para tratar de amortiguar su dolor y su pena.
¿Es distinto hablar de las víctimas de ETA a las de una tragedia como esta?
Lo esencial es que las víctimas de un accidente lo fueron fortuitamente. Ahí no hay una ideología que justifique su dolor. Las víctimas de ETA me indignan porque muestran que ahí ha habido una maldad organizada para obtener réditos políticos. Y aunque no soy un especialista en conducta humana creo que el duelo en uno caso y otro es distinto. De todas formas, las reacciones dependen de nuestra conformación psicológica, de nuestro nivel cultural o económico. Perdí a mi padre a los 88 años y me pareció que su muerte era asumible. Murió sin dolor y pude explicármelo. No hay receta para superar la muerte de un niño de corta edad.
¿Hay realmente una persona real detrás de Mariaje, como se asegura en el texto?
Esta pregunta me da un tremendo placer porque demuestra que la novela funciona como testimonio verídico y eso es lo máximo que se puede conseguir. Digamos que es una invención colocada en un contexto real. Tampoco es un personaje sacado de la nada. Tiene retazos de personas a las que he conocido. No he querido molestar a los familiares de las víctimas y tampoco quería que su testimonio interfiriese en lo que quería crear.
¿Se ha leído esta novela en Ortuella? ¿Se ha comprendido?
El otro día, después de la presentación del libro en Bilbao, en la sesión de firmas, vinieron bastantes lectores que me contaron sus recuerdos de la tragedia: un médico que se ocupó de los niños, gente del pueblo que me trasmitió cómo se vivió la tragedia, Y me gustó ver que aceptaban mi trabajo, que lo interpretaban como un homenaje a aquellos pequeños.
«Veo que la llama del independentismo vasco va a fuego lento. Estoy tranquilo»
¿El domingo hay elecciones en el País Vasco qué espera de los resultados?
He leído las encuestas y todas confirman que habrá una hegemonía nacionalista con algunos diputados socialistas que decidirán si gobiernan unos u otros. Eso es lo que espero.
¿Pero ante un gobierno nacionalista cómo se siente?
Muy tranquilo. Veo que la llama del independentismo en el País Vasco está a fuego lento. Desde que no se produce la violencia, vivo el devenir político con cierta normalidad. Escucho los debates y compruebo que tratan temas de gestión, de la seguridad social, el transporte o el colegio… Y me alegro de que así sea y de que no tengamos lo que tuvimos hace décadas.
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