Pepito no es, no parece, nombre de narco. Sin embargo, detrás de esas seis letras que evocan a un inocente niño en la fila del patio en su primer día de clase en un septiembre cualquiera de hace medio siglo se oculta una leyenda del narcotráfico en València y un peligroso y escurridizo hombre que lleva siendo perseguido por la Guardia Civil desde finales del siglo pasado. Este martes, Pepito, José G. P., se sentará, por fin, en el banquillo de los acusados para responder por el único delito de sangre con el que la policía española ha sido capaz de relacionarlo: la ejecución, tras ponerlo de rodillas y de un solo tiro en la cabeza de Octavio Ortega, un traficante de Carlet, antiguo miembro de su grupo, con el que tenía una disputa por, según dijeron, un piso. Ocurrió a plena luz del día, sobre las 14.30 horas del 20 de abril del 2010, en la partida la Garrofera de Guadassuar, muy cerca del almacén que usaba desde hacía más de una década como ‘guardería’ de las toneladas y toneladas de hachís que le traían desde el Rif marroquí para distribuirla por España y buena parte de Europa. Pero ese es otro sumario.