Las tropas israelíes se ha retirado del sur de Gaza dejando atrás un paisaje ruinoso y muchas preguntas sobre los próximos pasos de una guerra que ha entrado en su séptimo mes de hostilidades. El repliegue militar ha dejado la Franja sin zonas activas de combate, por primera vez desde la tregua pasajera de noviembre, con un único batallón israelí desplegado en el centro del enclave para impedir el movimiento de los palestinos entre el norte y el sur del territorio. Si bien todo son especulaciones sobre los verdaderos motivos de la retirada, el gesto ha redoblado las esperanzas de que pueda ser la antesala de una tregua acompañada por nuevos intercambios de prisioneros. Pero, al mismo tiempo, ha reavivado las críticas contra Binyamín Netanyahu y las amenazas de la ultraderecha para abandonar su Gobierno si aborta la prometida invasión de Rafah.
Desde los inicios de la contienda, los generales israelíes han dejado entrever que su guerra “para destruir a Hamás” tendría varias fases. De las maniobras en el interior de Gaza con grandes formaciones de tropas –hasta 40.000 militares ha llegado a tener en el enclave— se pasaría después a otra fase dominada por operaciones de menor envergadura a cargo de fuerzas móviles sin presencia permanente en la Franja. Sus líderes esperaban que después de varios meses de guerra total en la Franja no quedaran más que pequeñas bolsas de resistencia armada, algo así como la insurgencia que Estados Unidos enfrentó en Irak tras ocupar el país sin demasiados problemas en 2003. Pero Israel se va ahora del sur de Gaza dejando como mínimo intactos los cuatro batallones que Hamás tendría en Rafah, donde se refugian cerca de 1.4 millones de desplazados palestinos.
El chasco en algunos círculos políticos es evidente. Y es que de Jan Yunis, la segunda ciudad del enclave, ahora abandonada, proceden Mohamed Deif y Yahiya Sinwar, los líderes de Hamás en Gaza (todavía en paradero desconocido), así como algunos de sus mejores combatientes. “En los últimos dos meses la narrativa ha sido que mientras el ejército estuviera en Jan Yunis tendría el dominio completo sobre Hamás y, en algún momento, la falta de aire obligaría al grupo terrorista a aceptar un acuerdo”, escribe el corresponsal militar del ‘Jerusalem Post’, Yonah Jeremy Bob. “La retirada acaba con esa estrategia y es una admisión de fracaso”.
Priorizar la liberación de los rehenes
El Ejército insiste en que la salida del sur, que sigue a la retirada hace dos meses del norte del enclave, es solo una “maniobra táctica” que no debería interpretarse como un gesto hacia las negociaciones de El Cairo. Tampoco como una capitulación a las presiones de la Casa Blanca, que la semana pasada amenazó con condicionar la ayuda militar al Estado judío si no incrementa el acceso de la ayuda humanitaria y protege a los civiles. Pero lo cierto es que, desde entonces, Israel ha tomado medidas para atender las demandas de Washington, que quiere también un alto el fuego, y ha alterado su retórica para priorizar la liberación de los 130 rehenes que siguen en Gaza. “Las condiciones operativas que el Ejército ha creado con su presión militar implacable sobre Hamas no conceden flexibilidad y libertad de acción para tomar decisiones difíciles respecto a los rehenes”, ha dicho este lunes el ministro de Defensa, Yoav Gallant. “Seremos capaces de pagar un alto precio”.
De momento, sin embargo, las noticias que llegan desde El Cairo no son buenas. Hamás habría rechazado la última oferta presentada por los mediadores, según informa Al Jazeera. Pero las conversaciones continúan, como lo hacen las promesas de Netanyahu para asaltar eventualmente Rafah, la más sureña de las localidades de Gaza, convertida en un gigantesco campo de desplazados.
Fecha para entrar en Rafah
Tras afirmar el domingo frente al gabinete de guerra que Israel “está a un paso de la victoria total”, este lunes ha insistido en que sus tropas acabarán entrando en la única ciudad que sus militares no han tomado hasta la fecha. “Esta victoria requiere entrar en Rafah y eliminar allí a sus batallones terroristas. Esto sucederá, hay una fecha”. A estas alturas, sin embargo, los israelíes saben que la palabra de Netanyahu vale tanto como la vida de los palestinos. Entre poco y nada. Y al final puede que todo dependa de qué es más importante para el primer ministro: su propia supervivencia política o los intereses estratégicos de su país.
Por un lado, Washington se opone frontalmente a la invasión de Rafah, como le ha recordado el portavoz del Departamento de Estado. “Tendría un impacto enormemente dañino en los civiles y acabaría dañando la seguridad de Israel”, ha afirmado Matthew Miller. Pero, por otro, la ultraderecha amenaza con abandonar su Gobierno si amaga el tiro en el sur de Gaza. “Si Netanyahu decide acabar la guerra si un asalto expansivo sobre Rafah, dejará de tener mandato para servir como primer ministro”, ha dicho este lunes el ministro del Interior, Itamar Ben-Gvir.
Es posible que la respuesta al entuerto tarde en llegar porque cuanto más se prolongue la guerra más se extenderá su carrera política, amenazada desde múltiples flancos. Millones de israelíes se sienten engañados, como es cada día más evidente en las calles. “En seis meses de guerra, no hemos conseguido ni uno solo de los objetivos”, escribió este lunes el prestigioso columnista de Yehdiot Ahronot, Nahum Barnea. Ni se ha destruido a Hamás, ni se ha eliminado a sus principales líderes ni se han recuperado a los rehenes. Y van seis meses de apocalipsis en Gaza. O «genocidio», como lo llaman algunos.