Las finales se juegan para ganarlas. Esta frase tan manida forma parte del fútbol y está cargada de razón, pero hay realidades que la matizan. Porque los que ahora lloran desconsoladamente por la dolorosa derrota del Mallorca en La Cartuja, sobre todo los más jóvenes, con el tiempo se darán cuenta de que lo vivido fue un regalo. Se perdió una gran oportunidad, pero lo bueno es que llegarán más, seguro. Los de la generación del que suscribe estas líneas tuvieron que soportar las decepciones en las finales del Bernabéu (1991), Mestalla (1998) y Birmingham (1999). El título en Elche en 2003 no sirvió para olvidar aquellas frustraciones, pero sí para aliviarlas. No es un gran consuelo, pero ayuda.