Había sido la primera mujer en entrar en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich y la segunda en terminar los estudios en el Departamento de Matemáticas y Física. También la que había escrito por Einstein en muchos de sus artículos académicos, la que le había ayudado en muchas de sus teorías y la que tras tener una hija con él en 1902 se había casado con el físico y lo había dejado todo por él.
La historia de Mileva Marić con Albert Einstein fue la de colegas de profesión, la de colaboradores y tras aquel embarazo como soltera, la niña que tuvieron murió al poco tiempo, la de casi su secretaria académica y su par a la hora de elaborar muchas de las teorías que le harían el científico de éxito en el que se convirtió.
Pero tras más de diez años de matrimonio, tras el nacimiento de Hans Albert, en 1904, y el de Eduard, en 1910, algo se había quebrado. En 1914 se mudaron a Berlín y él comenzó a dormir en una habitación diferente, a hablarle brusco, a no querer ni pasar tiempo con los niños. A los pocos meses le dijo a su mujer que se fuera de casa porque la había puesto en alquiler y ella se vio sola y con dos niños llamando a la puerta de una amiga a la que había conocido hace relativamente poco.
A la semana, un conocido de Einstein llamó a la puerta y le entregó una carta. En ella, el físico le ponía una serie de condiciones para no pedirle el divorcio. Ahora, esa carta y su historia son las protagonistas de Mileva Einstein, teoría de la tristeza (Galaxia Gutenberg), de Slavenka Drakulić, y cada frase es más llamativa que la anterior:
Berlín, 18 de julio de 1914
Condiciones:
A. Te vas a ocupar:
- De que mis trajes, ropa interior y sábanas estén limpios.
- De que reciba tres comidas diarias en mi habitación.
- De que mi dormitorio y estudio estén limpios y, especialmente de que mi escrito lo utilice sólo yo.
B. Te abstendrás de cualquier relación conmigo, salvo que sea necesario por motivos sociales. En especial, renunciarás a:
- Que yo pase tiempo contigo en casa.
- Los viajes juntos.
C. Al tratar conmigo, cumplirás estas reglas:
- No esperarás de mí ninguna intimidad ni me lo reprocharás de ninguna forma.
- Si lo exijo, dejarás de dirigirte a mí.
- Si lo exijo, saldrás de mi dormitorio o estudio enseguida y sin protestar.
- No me harás de menos frente a nuestros hijos, sea con tus palabras o tu compartimiento.
Aunque dudó, hablamos de principios del siglo XX y de una mujer sin trabajo ni dinero, se negó a humillarse de aquella manera. Venía de una vida de superación absoluta, de una cojera que la había convertido en el centro de las burlas, de un género que la había dejado sola en la universidad y de una inteligencia por la que su padre le suplicó que trabajase. Además, como escribió el físico Evans Harris, “la teoría de la relatividad comenzó con la tesis que Marić escribió y presentó a la supervisión del profesor Weber, cuando estudiaba en la Escuela Politécnica de Zúrich, cuya memoria se ha perdido». Así como multitud de cartas en las que Einstein habla de «nuestro proyecto», «nuestro trabajo» y que al final se firmaron en singular y masculino.
Así que le mandó a fregar, literalmente, y le pidió una pensión con la que mantener a sus hijos en Zúrich. Einstein no se negó, aquel cambió de actitud con su mujer tenía nombre y apellidos y cuánto más lejos estuviera Milena más fácil sería empezar de cero. Porque el físico llevaba dos años enamorado de Elsa Löwenthal, su prima, y en cuanto el divorcio con la madre de sus hijos se hizo oficial, se casó con ella.
No sin antes firmar un acuerdo con su exmujer en la que se comprometía a pasarle una pensión vitalicia y a darle el dinero del Premio Nobel si alguna vez lo conseguía. Esto fue en 1919 y en 1921 lo logró. Mileva utilizó aquella suma para mantener a sus hijos pero sobre todo para la atención médica que requería el segundo, que fue diagnosticado con esquizofrenia y cuyo tratamiento obligó a su madre a vender varias casas y a pedir muchos favores.
Lo peor llegó con Einstein ya de estrella en Estados Unidos. Eduard comenzó a pegar a su madre, llegó a intentar estrangularla y aquello provocó en Mileva crisis nerviosas y varias embolias. Su hijo mayor apenas se dirigía a ella siguiendo la estela del éxito paterno y se encontró sola con el problema. Tuvo que ingresar al pequeño y acabó muriendo sola un 7 de agosto de 1948 de una embolia. Cuando Eduard murió, lo hizo en un psiquiátrico, su esquela decía «el hijo del profesor Einstein». Hoy intentan que ella también aparezca en la historia.
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