Cristo Grozev, redactor jefe de la web de investigación The Insider, quien en los últimos años ha identificado a los responsables de los envenenamientos del exagente ruso Seguéi Skripal en 2018 y del opositor Alekséi Navalni dos años después, no pudo contener las lágrimas cuando leyó un apéndice a un mensaje que halló en el correo pirateado de Nikolái Ezhov, ayudante del coronel Iván Terentiev, comandante de la infausta unidad 29155 del servicio de inteligencia militar ruso, más conocido como GRU. En el documento se estipulaba el pago a Terentiev de 100.000 rublos –unos 1.700 dólares al cambio de entonces– procedente de la Fundación para la Investigación Militar Avanzada, un organismo dependiente del Ministerio de Defensa y especializado en la investigación militar. El motivo: el desarrollo de «potenciales capacidades de armas acústicas no letales en actividades de combate en un entorno urbano».
«En ese momento pensé: aquí tenemos la conexión» que vincula a esta temida unidad de espías asesinos, conocida en todo el mundo por ser la responsable de las muertes de opositores rusos, con el denominado ‘síndrome de La Habana’, una misteriosa enfermedad descrita en 2016 y que han padecido más un centenar de diplomáticos estadounidenses y canadienses, declaró Grozev a la cadena CNN. Y aunque la suma de dinero recibida pueda parecer muy pequeña a primera vista, la «verdadera recompensa» para Terentiev, sostiene el investigador, fue su posterior nombramiento como «inspector especial» de la región de Sajalin, en el Extremo Oriente ruso, una posición con grandes oportunidades de enriquecimiento.
Nada más publicarse los resultados de la investigación realizada por The Insider conjuntamente con la revista Der Spiegel y el programa 60 minutos, la Casa Blanca, por boca de su portavoz Karine Jean Pierre, repitió la conclusión a la que habían llegado las agencias de inteligencia un año atrás. Éstas consideraron «muy improbable» que dicho síndrome, cuyos afectados presentan un conjunto de síntomas comunes como náuseas, vértigo, pérdida de memoria o de la capacidad auditiva, fuera el resultado de acciones emprendidas por una «potencia hostil».
El informe de The Insider es muy detallado e incluye el seguimiento de algunos presuntos integrantes de la unidad 29155 y su presencia en lugares donde tuvieron lugar incidentes relacionados con la enfermedad. En particular, se destaca el viaje que habrían realizado a Georgia vía Uzbekistán en 2021 Andréi Averyanov, artífice de la unidad 29155, y su hijo veinteañero Albert. Coincidiendo con esas fechas, Joy, la esposa de un diplomático de la embajada de EEUU en el estado caucásico, sufrió presuntamente uno de estos ataques, que le ha provocado lesiones en el aparato auditivo. Según recoge The Insider, la víctima ha asegurado que el joven rubio y delgado cuyas fotografías muestra el informe era el mismo que se hallaba ese día junto a un Mercedes en el exterior de su domicilio en la capital georgiana.
Otros casos descritos incluyen ataques que habrían tenido lugar en Frankfurt en 2014, que afectó a un funcionario estadounidense que no reveló su identidad y al que se le diagnosticó neuronitis vestibular. Este llegó también a identificar al agresor, Egor Gordienko, otro presunto miembro de la siniestra unidad, cuando merodeaba en un aparcamiento cercano. Según ha declarado Greg Edgreen, exinvestigador del ‘síndrome de La Habana’, en todos los casos descritos existe un «nexo ruso»: Los afectados «habían trabajado desde algún ángulo contra Rusia; y lo habían hecho muy bien».
Científicos expertos en el desarrollo de armas acústicas se muestran escépticos respecto a la posibilidad de que un artefacto emisor de ondas infrasónicas pueda ser eficaz a la hora de inhabilitar a un individuo. Los infrasonidos, ondas sonoras cuya frecuencia se halla por debajo de los 20 hercios y no son audibles por el ser humano, «son muy difíciles de producir en el espacio abierto», asegura a El Periódico, del mismo grupo editorial, Jürgen Altmann, profesor de la Technische Universität de Dortmund. «Para que sean eficaces», es necesario (que sean emitidas) «en una habitación cerrada».
Otra hipótesis «no muy plausible», continúa el académico, serían los ultrasonidos, con una frecuencia de 20.000 hercios, también imperceptibles para el oído humano. En este caso, el daño a los tejidos solo es posible en «circunstancias muy particulares y a corta distancia», continúa. Con frecuencias audibles, (entre 20 y 20.000 hercios) se pueden producir efectos significativos. «Si el sonido es muy alto, produce dolor de oídos», explica Altmann, aunque aquí existe el problema de una «sobredosis», «Después de una duración corta, una persona puede convertirse en dura de oído o sorda», concluye el experto.
Debilidades de Occidente
Reacción muy diferente ha generado el informe entre antiguos agentes que en algún momento trabajaron en Rusia y recuerdan los «insalubres métodos» que empleaba Moscú, como «microondas o etiquetas químicas«, para vigilar sus actividades. «Los patrones de comportamiento observados son consistentes con la actividad del Kremlin en la pasada década, y por supuesto, con la actividad de la policía secreta rusa en los siglos pasados», asegura en un mensaje John Sipher, exfuncionario de la CIA durante 28 años, que trabajó como agente clandestino en la capital rusa en los 90. Según su opinión, mientras los expertos se devanan los sesos buscando explicaciones, el Kremlin está explotando las debilidades de Occidente en este asunto: «Conocen nuestra vacilación de responder sin pruebas definitivas, el velo de la negación plausible –no importa lo rídiculo que sea– les da margen de maniobra».
Jon Lee Anderson, periodista de ‘The New Yorker’ que ha investigado los ataques de La Habana en 2016, también privilegia la pista rusa. En declaraciones al pódcast ‘Mission Implausible’ presentado por el propio Sipher, el reportero relató que los incidentes tuvieron lugar en un momento histórico delicado para Cuba, la apertura a los estadounidenses tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas impulsado por Barack Obama. Y ha llegado a la conclusión de que el responsable era «alguna tecnología nueva» que los cubanos «habían obtenido de alguien, y el socio más plausible eran los rusos». El móvil, según Lee Anderson, sería lograr «el desmantelamiento de la estructura de recogida de información de inteligencia» de EEUU en la isla. Algo que, por cierto, acabó siendo realidad: en 2017, Washington retiró a todo su personal diplomático no esencial, dos años después de la reapertura de la embajada en La Habana.
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