Luis reúne a todos los implicados en el caso, tanto sospechosos como policías. ¿El lugar? El vistoso ajedrez gigante del hotel. El agente cuenta que todo nació como un robo a Sarai Levi, la reina blanca, perpetrado por tres peones: Lorenzo, Julio y Eduardo. Dos de ellos muertos.
Julio mató a Lorenzo para quedarse con una parte mayor del botín. Pero, por sorpresa, otra persona asesinó a Julio. “Eduardo tenía motivos, pero no tiene madera de asesino”. Sí, discutió con él poco antes de su muerte, pero no fue él. Este asesinato no fue por venganza ni por celos, fue por negocios.
El asesino es otra persona: un alfil blanco enviado por los irlandeses para vigilar el collar de la reina blanca. “Alguien que está aquí, en este preciso momento”. Mientras lo dice, Luis se acerca hasta Ramón, con los ojos humedecidos y temblándole la voz.
“Me has usado de coartada”, le dice serio Luis a Ramón, su supuesto amigo. “¿Cuánto tiempo llevas trabajando para los irlandeses?”. Ramón niega, sin saber dónde meterse. “No estás viendo con claridad”, le responde. Luis sonríe levemente: “Veo mejor que nunca. ¿Sabes por qué? Porque ya no eres mis ojos”.