Vestida con su inseparable color rojo, Ágatha Ruiz de la Prada se pasó este martes por Fuenlabrada para presentar el libro de la exposición Los años 80. La búsqueda de la Libertad, disponible en el CEART (Centro de Arte Tomás y Valiente) de manera gratuita hasta el día 30 de junio.
Con un cuadro de Ceesepe (acrónimo de Carlos Sánchez Pérez) en su portada, pues fue uno de los artistas más carismáticos de la movida madrileña y Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes; el recopilatorio explica cada una de las obras expuestas en la muestra.
En una distendida convocatoria, la diseñadora aprovechó para repasar en voz alta sus recuerdos de la movida ante un público compuesto por otros de los artistas que conforman el catálogo, pero también por fuenlabreñas de mediaa edad que se acercaron para conocer las obras y, de paso, hacerse fotos con la diseñadora.
Pero, antes de nada y haciendo uso de su humor habitual, la artista destacó que nadie le había avisado de lo «sexy» que era el alcalde de la ciudad. Por su parte, Javier Ayala insistió en su afán por hacer la cultura accesible para todos «en una ciudad de trabajadores, pero vinculada con el arte» y recordó cómo los ochenta fueron decisivos para Fuenlabrada por el boom urbanístico y de natalidad, pasando de 5.000 a 200.000 habitantes en muy poco tiempo.
La muestra consta de 78 obras de la movida madrileña que dan fe, en palabras de María Toral, comisaria de la exposición presente en el acto, de cómo la movida fue un movimiento contracultural, colectivo y multidisciplinar, algo que cayó después ante el auge del academicismo y del individualismo, que «no perdonaron» que creadores como El Hortelano (José Alfonso Morera Ortiz) fuesen autodidactas y viniesen del mundo del cómic.
Así, la muestra recoge pintura de pequeño y gran formato, escultura, fotografía, trajes y diversas instalaciones también de artistas como Jaume Plensa, Miquel Barceló, Miguel Trillo, Ouka Leele, Menchu Lamas o Luis Gordillo:
Pero, como la propia comisaria dijo, por su juventud ella vivió los ochenta de niña, «como espectadora de La bola de cristal«, por lo que el testimonio de Ágatha completó su relato.
«Esta exposición es muy emocionante para mí, recoge completamente mi época», comenzó. Entonces, pasó a describir sus primeros contactos con la capital: «Tras la muerte de Franco, cuando mi madre me echó de Barcelona, vine a Madrid. Barcelona era en ese entonces el lugar de la efervescencia cultural porque estaba junto a Francia, donde se veía El último tango en París, había discotecas…», describió.
Con todo y recordando sus inicios en la ciudad como becaria del diseñador y pintor Pepe Rubio; dijo que la gente de Madrid «siempre fue más simpática que la de Barcelona».
Describió una época «mágica» y un lugar «de libertad y protesta que no se acostaba nunca». Pero esa romantización de la década de los ochenta no la llevó a ignorar cómo la mayoría de artistas murieron por adicciones o, posteriormente, por el VIH, destacando cómo agradeció que los estupefacientes nunca le pareciesen divertidos.
«Hoy quedamos muy poquitos: Almodóvar, Alberto García-Alix, Alaska, que era una bebé, pero lista como un demonio y con una capacidad de estar siempre donde tiene que estar bestial», enumeró.
Para ella, otra de las características de los artistas de la movida, movimiento «muy hippie y desorganizado» al que llegó «por un noviete» cuyo nombre no desveló, era cómo todo el mundo quería hacerlo todo.
«Éramos jóvenes y lo recuerdo como una fiesta. Almodóvar hacía una peli pero también bailaba, el que bailaba querá cantar, todo el mundo quería escribir, Tino Casal le hizo una chaqueta a Fortu Sánchez, de Obús… creo que la gente no estaba obsesionada con tener dinero, sino con ser famosos».
«Tras la movida madrileña, se fue la alegría y la gente se volvió más egoísta»
ágatha ruiz de la prada
Entonces, recordó la canción de Alaska y los Pegamoides Quiero ser un bote de Colón / Y salir anunciada por la televisión, pues a su juicio representaba a la perfección el espíritu de los ochenta, aunque el tema vio la luz en 1997. La aportación de Ágatha Ruiz de la Prada a la exposición, de la que lamentó que no se recojan más obras de cada artista para apreciar su evolución, son dos vestidos: un homenaje a Balenciaga que data de 1987 y un vestid de la colección Primavera-verano de 1989, ambos con su imprescindible colorido.
Sobre su trabajo, Ágatha contó que, gracias a los contactos de su padre en el arte contemporáneo consiguió producir sin dificultad y vestir a personas como Juana de Aizpuru, galerista y fundadora de ARCO que se retiró a finales de 2023; o exponer en la galería de Fernando Vijandre en un garaje de Núñez de Balboa, donde meses después expuso Andy Warhol, por lo que pudo conocerle.
Pese a esas facilidades, confesó que sentía que la gente había tardado 30 años en comprender su trabajo, así como que odió la moda del punk, en la que se quedó completamente fuera cuando «tanto las pijas como las góticas» optaron por el color negro. «Yo estaba como un pulpo en un garaje», bromeó.
«Nunca he sido muy de tribus urbanas, que en los ochenta se llevaron mucho, sino independiente. Mi casa era la más moderna de Madrid, eso me dio base para hacer todo esto. Y gracias a Isidro Álvarez [expresidente de El corte Inglés] empezó todo, y lo que antes parecía imponible dejó de serlo», presumió.
Sobre lo que ocurrió tras la década que protagoniza la exposición, lamentó cómo el arte español no había vuelto a gozar de esa notoriedad internacional, mientras que el latinoameriano había conseguido revalorarse y ganar el protagonismo que en el pasado tuvieron artistas como Eduardo Chillida o Antoni Tàpies.
También afeó cómo con el paso de los años se había desprestigiado a los fotógrafos, que fueron «dioses» durante la movida madrileña. Además, contó que la gente se volvió «más egoísta» una vez desapareció «esa alegría». También ha cambiado la relación de la propia Ágatha con el arte contemporáneo con el paso de los años. Según dijo, la obsesión de su padre, Juan Manuel Ruiz de la Prada y Sanchiz por el coleccionismo hizo que en un principio nunca se plantease dedicarse a ello.
«Él era un coleccionista de los de los sesenta, clásico. En casa no podíamos tocar nada y estaba obsesionado con que, si se conocía su nombre, podría ser secuestrado. Por eso, para mí el coleccionismo era una enfermedad«, narró.
Esta realidad mutó hasta el punto de que, posteriormente, ir a museos, galerías o a Arco se convirtió en el pasatiempo favorito de una diseñadora, que comentó que no disfrutaba al «ir a tomar copas», pese a beber «mucho más alcohol que cuando era joven».
«Cuando me divorcié, empecé a odiar el arte contemporáneo»
Hubo un tercer giro en la relación de Ágatha y el arte contemporáneo tras su sonado divorcio con Pedro J. Ramírez, en 2017. «En ese momento todo se viene abajo y el arte fue una de las cosas que pagó el pato. Recuerdo estar en el Moma de Nueva York y sufrir lo más parecido a un ataque de ansiedad que he tenido nunca», apuntó.
En el evento terminó subiendo al escenario tras resistirse en vano Miguel Trillo. Desde allí, explicó cómo había elegido para la muestra fotografías tomadas en la periferia de Madrid, con paradas como Móstoles, Leganés, Fuenlabrada y Villalba.
«En Madrid todo está mezclado. Las afueras de Barcelona no son barcelona, las de Madrid sí», aseveró. Opinó asimismo que ni Miguel Bosé ni Mecano fueron artistas de la movida sino productos de la industria musical y la televisión; y Ágatha Recordó cómo José María Cano fue una de las personas más poderosas de la época, haciéndose con un gran patrimonio en forma de obras de Basquiat o Andy Warhol.
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