El barrio de l’Alquerieta de Alzira arrastra el estigma del conflicto que provoca una pequeña parte de sus habitantes. Siempre fue un enclave sometido al lastre que acarrea la pobreza. Es una zona alejada de la prosperidad que desprende el centro urbano, pero lo peor no ha sido nunca el hambre sino la acción incívica y hasta violenta de una minoría que impone su criterio a la fuerza. Unas pocas calles de su entramado de casas se han convertido en un coto privado de delincuentes que aprovechan el temor que infunde su presencia para campar a sus anchas. Es un escenario frecuente de operaciones policiales y ese clima no favorece ni la convivencia ni los planes municipales para revitalizar la zona.