Agulo, un inmenso mirador teñido de verde por sus cultivos sobre el Atlántico, situado en el norte de La Gomera, con una vista privilegiada de Tenerife y de su imponente volcán Teide, es el pueblo más bonito de España, según el periódico británico ‘The Times’.
Las calles empedradas de Agulo y sus casitas de cuento guardan los encantos de una de las poblaciones más pequeñas a la par que más antiguas de la isla de La Gomera, a poco más de media hora en coche de la capital colombina, habitada desde 1607 por los primeros nobles llegados de Castilla y colonos del norte de Tenerife.
Lo más recomendable al llegar a Agulo es dejar el coche para recorrer el casco urbano usando como guía los paneles informativos que van desgranando las peculiaridades de este pueblo de poco más de 1.000 habitantes.
Sorprende la hermosa iglesia de San Marcos con sus blancas cúpulas, en contraste con el tono rojizo de las tejas de las casas. «En 1607 se erigió en ese mismo lugar una pequeña ermita», comenta la alcaldesa de Agulo, Rosa Chinea, orgullosa de una población de gentes trabajadoras, austeras, sacrificadas y desconfiadas que reciben, sin embargo, con los brazos abiertos al visitante.
Agulo se levanta entre dos valles y presume de unos impresionantes paisajes que cuentan con numerosos caminos para la práctica del senderismo en torno a parajes tan espectaculares como el Monumento Natural de Roque Blanco, unas 27 hectáreas de gran interés ecológico donde crecen, entre otras especies, los madroños.
En Agulo se encuentra también el Centro de Visitantes de Juego de Bolas, donde el viajero recibe información del impresionante Parque Nacional de Garajonay.
Los Filiichristi de Agulo
Otro de sus atractivos es la Casa natal del Pintor José Aguiar, uno de los referentes de la pintura canaria, un antiguo edificio residencial de la calle de la Seda construido en el siglo XVIII y donde ahora se exhibe una exposición dedicada a los Filiichristi de Agulo, una congregación de hombres ermitaños dedicados a las ciencias ocultas, la teosofía, el esoterismo, la hipnosis, la masonería, la brujería y la sabiduría oriental con dotes de adivinación y contacto con los muertos que aspiraban a asentarse en el Parque Nacional de Garajonay.
Agulo, en su tiempo, uno de los pueblos más prósperos de la isla, fue el primero en disponer de agua potable, electricidad y un pescante, un embarcadero de madera que servía para facilitar la exportación del plátano y el tomate y del que aún se conservan interesantes vestigios. «Un temporal se lo llevó por delante en 1941», recuerda Rosa Chinea.
El pescante ayudó a muchos gomeros a emigrar en tiempos de penuria y represión en una isla caciquil que fue la última en abandonar el abominable derecho de pernada de los señores.
«Fue una puerta de escape durante la postguerra para emigrar a Argentina, Uruguay, Cuba y Venezuela», añade la alcaldesa.
Ya en la década de 1960, los gomeros se marcharon al sur de Tenerife para aprovechar el auge del turismo.
Parque Nacional de Garajonay
Declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, este parque abarca varios municipios de La Gomera, entre ellos Agulo, donde se encuentra el Centro de Visitantes de Juego de Bolas, puerta de entrada oficial a esta selva tropical.
Los aborígenes veneraban al alto de Garajonay, cuyo nombre surge de la fusión de Gara y Jonay, donde se han encontrado numerosos testimonios de aquellos antepasados de origen bereber que procedían del norte de África.
El príncipe tinerfeño Jonay se enamoró de la princesa gomera Gara durante la fiesta con la que los guanches celebraban el comienzo de un nuevo año.
Esta relación cayó como un jarro de agua fría entre las dos familias, enfrentadas, que trataron por todos los medios de separar a los amantes.
Jonay volvió a la isla del Teide, pero una noche se ató vejigas de animal llenas de aire a la cintura, lo cual le permitiría flotar, y se lanzó al mar en medio de la oscuridad.
Apenas amanecía cuando llegó hasta la costa gomera para reencontrarse con la heredera del municipio de Agulo.
La pareja huyó hacia lo más alto de El Cedro, del monteverde que domina el centro de La Gomera, y con una vara de cedro afilada sellaron su amor para siempre con un abrazo que les costó la vida.
Esta leyenda guanche da nombre al Parque de Garajonay, una selva de laurisilva canaria similar a las que se extendían hace millones de años por el área mediterránea y que ocupa casi 4.000 hectáreas de las cumbres gomeras.
El espacio es Patrimonio Mundial desde 1986, cuando la Unesco reconoció su exuberancia y su alto grado de conservación. En 1981 había logrado ya su catalogación como Parque Nacional y en 1988 fue declarado zona especial de protección para las aves.
Una escapada turística por Agulo no sería completa sin una parada en el Mirador de Abrante que ofrece unas vistas increíbles del pueblo de Agulo, de la costa oeste de La Gomera con Tenerife al fondo.