Un espectro viene a visitarnos, pero uno inerte, inanimado. No es un punto final, claro, pero sí un paréntesis. Cada retrato congela una vista nuestra irremediablemente pasada con respecto a lo que ya somos, toda foto tiene algo fúnebre, porque ese que sale ahí ya no soy yo, en cierto modo ha desaparecido mientras persisto cansinamente yo. Esa luz nos llega con retardo de una estrella tan lejana que -sospechamos- se ha extinguido ya. Así que es a la muerte de otra persona a la que asistimos, alguien que provoca nostalgia y despierta quizá algo entre el cariño y la envidia. No es la foto el testimonio de un pasado que celebrar, aunque fuera festiva la ocasión que la motivó, sino de una desaparición que lamentar y acaso conmemorar.