El cambio temprano en la primavera coincide, y de pleno, con los cambios ambientales típicos de la estacionalidad: temperaturas cada vez más elevadas y más horas de luz. Llega el cambio al horario de verano.

Como ya sabemos, estos factores externos ponen a prueba nuestro propio reloj interno (o ciclo circadiano), que se tiene que resintonizar y adaptarse a la nueva situación.