Son divertidas estas monsergas complacientes y bizantinas que afirman que si existe un país que no padece racismo es España. Por supuesto que España es un país racista. Lo que ocurre es que se trata de un racismo –hasta hoy mismo– generalmente vergonzante y relativamente domesticado. El antirracismo dura hasta que te tropiezas con un magrebí en la esquina de una madrugada cualquiera o tienes la oportunidad de insultar a un jugador negro en un estadio de fútbol. En un estado-nación que se funda casi al tiempo que persigue tozuda y cruelmente a judíos y moriscos y que impone un sistema colonial a la mayoría de un continente, reclamarlo ajeno al racismo es singularmente grotesco.