Como si de un hongo se tratase, la corrupción de toda la vida -la de las comisiones, los cochazos y los favores ‘bien agradecidos’-, ha encontrado en la sombra del fútbol las condiciones perfectas para crecer. Un parásito que ha sabido aprovecharse, como ya hizo décadas atrás, del prestigio social, los contactos y, sobre todo, los miles de millones de euros que mueve el deporte rey en España para su propio beneficio.