El deporte español va de cante en cante. Tal es el espanto que mientras los deportistas simbolizan una de las mejores proyecciones exteriores de la marca España los patricios del poder no disimulan su desatención. La enésima tronada que azota a la Federación Española de Fútbol solo es el penúltimo ejemplo de que a la política le importa un carajo el deporte. Por supuesto, salvo que se trate de fotografiarse en algún podio, lucirse en un palco triunfal, conceder de forma exprés una oportunista nacionalidad o posar con los ganadores de turno en la escalinata palaciega de La Moncloa. Esa Moncloa en la que desde junio de 2018 habita Pedro Sánchez, que encadena ya cinco presidentes del Consejo Superior de Deportes (María José Rienda, Irene Lozano, José Manuel Franco, Víctor Francos y José Manuel Rodríguez Uribes). Unos como apéndice del Ministerio de Cultura, otros del de Educación, según donde sople el viento. Al Gobierno los jefes del CSD le duran lo que a Jesús Gil un entrenador.