El Papa Francisco presidió en silencio este Viernes Santo el rito por la Pasión de Cristo en la basílica de San Pedro, una ceremonia en la que se evocó el dolor de la guerra, de la inmigración o de la violencia contra las mujeres.
Francisco accedió al templo en la silla de ruedas que suele usar por sus conocidos problemas de movilidad, vestido con los paramentos rojos de la Pasión y sin el anillo del Pescador, símbolo del poder papal y que este día los papas se quitan en señal de duelo.
Tras su entrada en la basílica, sin coros, oró en silencio ante el Altar de la Confesión, sobre la tumba de san Pedro, frente a un crucifijo cubierto por una tela púrpura (este año el baldaquino de Bernini estuvo tapado por andamios por su restauración).
El Papa evitó postrarse en el suelo de la basílica. Desde 2022, no ha realizado este gesto impedido por una dolorosa gonalgia provocada a su vez por una artrosis.
La Liturgia del Viernes Santo está marcada por el luto por el martirio y crucifixión de Cristo y, por eso, es el único día del año en que no se celebra misa, aunque sí se imparte la comunión
Acto seguido tres diáconos entonaron los pasajes de la Pasión de Cristo según San Juan, desde el arresto de Jesús de Nazaret hasta su muerte crucificado y su entierro en el Sepulcro.
Después, el predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero Cantalamessa, pronunció una profunda reflexión sobre el poder del gesto de Jesús, que, dijo, «reducido a la impotencia más radical en la cruz, continúa amando y perdonando, sin condenar jamás».
«¡Qué lección para nosotros que, más o menos conscientemente, siempre queremos destellar! ¡Qué lección especialmente para los poderosos de la tierra! Para aquellos entre ellos que no piensan ni remotamente en servir, sino sólo en el poder por el poder», criticó el capuchino.
Cantalamessa recordó que Jesús sigue dirigiéndose al hombre actual, a «ancianos, enfermos y solos«, a quienes «el mundo deja morir en la pobreza, el hambre, bajo las bombas o en el mar», a quienes «languidecen en una celda» por su fe o a las mujeres «víctimas de la violencia». Asimismo dirigió una crítica a la idea pretérita de triunfo de la Iglesia católica.
«En el pasado hablábamos a menudo del ‘triunfo de la Santa Iglesia’. Se rezaba por ello y se recordaban de buena gana sus motivos históricos. ¿Pero qué tipo de triunfo se tenía en mente? Hoy nos damos cuenta de cuán diferente era ese tipo de triunfo del de Jesús. Pero no juzguemos el pasado. Siempre hay el riesgo de ser injustos cuando juzgamos el pasado con la mentalidad del presente», dijo.
El rito fue seguido por 4.500 fieles en la nave central del templo y por numerosos prelados de la Curia Romana, decenas de purpurados y obispos.
Esta noche, el Papa Francisco tiene previsto presidir un año más el tradicional Vía Crucis, la representación del camino de Jesús a la Cruz, desde las 21:15 horas locales (20:15 GMT) en el Coliseo Romano, símbolo de la persecución de los primeros cristianos.
Para la ocasión ha escrito por primera vez las meditaciones que se leen en cada estación del Vía Crucis y en las que describe un mundo donde reina «la locura de la guerra», «la violencia contra las mujeres» y en el que «basta un teclado para escribir sentencias».