En apenas 24 horas, la Policía Nacional resolvió el macabro crimen del descuartizador de La Felguera. Lo que podría haber sido una película de terror tanto para investigadores como para vecinos quedó desentrañado, en poco tiempo y tras una rápida reacción, como una historia de desencuentros protagonizada por dos seres desgraciados a los que la droga destrozó la vida. Uno, la víctima, Santos Conrado, de 71 años, que arrastraba su carro con bombona de oxígeno para poder moverse con libertad tras haber salido de la cárcel. El otro, su verdugo, Javier R. E., de 58 años, que camina con muletas y también viejo «amigo» de la Policía por su adicción a los estupefacientes, un superviviente de la época dura de la heroína.
El viernes 22 de marzo, a las diez de la mañana, un vecino se acercaba su huerta en el barrio de Villar, en La Felguera, para sembrar pimientos. Llevaba un par de semanas sin pasar por allí, tras unas vacaciones. Encontró una bolsa de basura y su primera reacción fue echarla fuera de la propiedad. Quedó enganchada en unos matorrales y se rajó. De no haberlo hecho, es posible que el terrible crimen todavía no se hubiese descubierto. De esa bolsa cayeron dos piernas, ambas cortadas por debajo de la rodilla.
La Policía se personó de inmediato en la zona e inició las pesquisas sin escatimar esfuerzos. Las primeras horas de la investigación resultaron cruciales y la encaminaron de forma eficiente hacia su resolución. Lo primero de todo fue acordonar la zona e indagar en la posibilidad de que hubiera más restos humanos en la zona. Lo segundo, consultar las bases de datos: en la comarca no había ninguna denuncia reciente por desaparición. Reciente, porque los restos encontrados eran «frescos».
Tampoco había denuncia oficial, pero una simple conversación con los vecinos delimitó la búsqueda: desde hacía unos días, al menos desde el domingo, se echaba en falta a uno de los residentes del barrio, a Santos Conrado, que vivía en el número 30 de la calle Joaquín Costa. Un hombre de «unos 70 años» –acabaron siendo 71–, bajito, delgado, que era según los vecinos «educado, fino», incluso en su manera de vestir, pese a que su principal fuente de ingresos parecía ser la venta de sustancias ilegales.
«¿Vivía solo Santos?», preguntó con casi total seguridad uno de los primeros policías en acudir a la zona. «No», hubiera sido la respuesta de cualquier vecino. Desde hacía unos meses –unos dicen que cinco, otros que tres– residía con él en la casa otra persona, «Javi, que va con muletas». A él sí lo habían visto a lo largo de estos días. Y se había comportado de forma aún más extraña que en otras ocasiones. Un día se había paseado con carrito y bolsas de basura, otro llevaba las bolsas llenas; hay incluso quien dice que se le vio con carretilla, pese a sus problemas de movilidad –que podría exagerar para resultar más torpe de lo que realmente es–. Varias preguntas más por la zona, y los Policías ya sabían que inicialmente Javier R. E. había atribuido la ausencia de Santos Conrado a una vista al Hospital de Oviedo, al HUCA. En una segunda ocasión, que había vuelto a la cárcel. Y ya una última vez, el jueves 21, que había sido «secuestrado por los rusos». Unas respuestas tan incoherentes como el propio comportamiento del que acabó siendo el asesino confeso.
«¿Se llevaban bien Santos y Javi?». Pues depende, podría ser la respuesta. Depende de si había dinero, de si el que acabó siendo descuartizador tenía o no acceso a la droga. No siempre ocurría, claro, y cuando no pasaba, había peleas, broncas, fuertes desencuentros que alarmaban al vecindario.
No tardó la Policía Nacional en dar con el sospechoso. En pocas horas ya había hablado con él, los investigadores ya habían escuchado sus «incoherencias», similares a las mostradas días atrás con los vecinos que le habían preguntado por Santos Conrado, extrañados porque éste no sacaba a los perros, sus «border collie». Testificó ante los agentes, como inicialmente hicieron otros muchos vecinos. Y la Policía ya no le perdió de vista: tenía móvil (la difícil convivencia, el dinero, las drogas), la oportunidad (vivían en la misma casa), los medios (cuchillos, herramientas en casa) y el tiempo suficiente como para ser el autor del crimen y del desmembramiento.
A medida que iban apareciendo indicios, a medida que el macabro puzzle iba completándose –primero la parte inferior de las piernas, luego el torso, después la cabeza…, una búsqueda con perros y drones–, los focos, que inicialmente apuntaban en muchas direcciones, fueron centrándose en él. Finalmente, pasado el mediodía del sábado 23, poco más de 24 horas después del primer hallazgo, los agentes detenían al entonces presunto culpable, y ahora ya autor confeso de la muerte.
Testimonios, declaraciones inconexas… todo parecía apuntar hacia Javier R. E., pero estas supuestas evidencias tenían que ser «amarradas» con pruebas físicas que presentar ante el Juzgado. Manos a la obra. La Policía Científica intensificó la búsqueda de indicios tanto en la casa como en sus alrededores. El domingo por la mañana, el detenido acudió hasta el barrio de Villar a una reconstrucción del crimen. No se mostró especialmente colaborador, su comportamiento fue errático, incluso brusco con los policías. A esas alturas, es posible que llevase ya bastantes horas o incluso días sin consumir.
El análisis minucioso del escenario acabó descubriendo un cuchillo que encajaba con las heridas que pudieron causar la muerte de Santos Conrado. Dentro de la casa, claro está, también había evidencias biológicas. Sangre, restos. Y más partes del cuerpo en el exterior. El descuartizamiento pudo llevarse a cabo a lo largo de varias jornadas, al igual que el reparto de las bolsas con los restos por los alrededores del barrio.
Tras varios días callando, incluso afirmando que no recordaba nada porque «estaba drogado», en la comparecencia ante el juez de Langreo, acabó confesando. Su abogado, Rubén Díaz, explicaba que su defendido «trató de explicar los hechos al juez de la manera que él percibe lo ocurrido. Ha reconocido que es la persona que cometió el homicidio y, posteriormente, desmembró el cuerpo, y lo ha hecho con un relato ordenado y verosímil».
Todavía faltan incógnitas por resolver. El motivo exacto de la pelea que pudo provocar la muerte, o si ésta fue o no planificada previamente. Si Javier R. E. estaba bajo el influjo de las drogas cuando mató a su compañero. El porqué del descuartizamiento, cuando al final arrojó los restos tan cerca de la casa. Cuestiones de fondo y de forma que podrían hacer aumentar o disminuir la condena a la que se enfrentaría.
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