Cuando dicen que Aprilia, la fábrica de Noale que ha ido progresando, creciendo, de forma espectacular en el Mundial de MotoGP, siempre de la mano del veterano piloto catalán Aleix Espargaró, es una auténtica familia, solo hay que pasearse diez minutos por el ‘boxe’ del equipo italiano en cualquier circuito, por ejemplo, el pasado fin de semana, en el precioso trazado de Portimao, en Portugal, para darse cuenta de que, en efecto, aquello es la mayor de las familias.
Por allí pulula durante todo el día un tal Max Espargaró, de solo cinco años, no tanto haciendo travesuras como divirtiéndose como el que más y, sobre todo, compartiendo disparates y risas con todos los miembros del equipo. Max no solo es de la familia Espargaró Montero, como Mia, su hermana melliza, no tan apasionada por las motos, sino que es un puntal de la familia Aprilia.
“La verdad es que desde el primer día que decidí que, siempre que pudiese, Max y Mia me acompañarían en los circuitos, Aprilia estuvo sumamente receptiva y me ha facilitado la vida muchísimo”, explica Espargaró, que, a los 34 años, siguen estando en la élite de MotoGP y es, sin duda, uno de los pilotos punteros del Mundial de la máxima categoría.
“De momento, tengo la suerte de que mis dos joyas tienen solo cinco años y, cuando vienen conmigo, solo pierden un par de día de clase, que, a esa edad, tampoco es tanto, entre otras cosas porque, cuando están en nuestro ‘motorhome’, Laura les ayuda a hacer algunas tareas del colegio”, continúa contando Aleix.
Max sale y entra del ‘motorhome’ continuamente. Se mueve por el ‘paddock’ con una bici pequeñita, pero va como una bala, siempre acompañado de su madre o cualquier otro familiar que se ha desplazado al circuito para ayudarles. Luego, poco antes de que su padre se suba a la moto, en entrenamiento o carrera, Max se entretiene en ver cómo trabajan los mecánicos de papá, les facilita las herramientas, se sienta junto a ellos, coloca los primeros tornillos en los frenos de disco o ayuda a tapar los neumáticos con los calentadores.
“Max tiene un carácter muy parecido al mío. Es decir, es puro nervio, quiere saberlo todo y compartir cualquier cosa con los miembros del equipo”, indica Espargaró. “Es un trueno, no para. Y, curiosamente, contrariamente a lo que podía imaginarme, jamás me ha pedido una moto ni subirse conmigo a mi moto. A veces, me lo llevo a hacer motocross y, la verdad, no me hace mucho caso, no. Prefiero que no me pida una moto, pero si le hubiese hecho ilusión, tampoco se la hubiera negado. Pero, sí, mejor así”.
«Laura, Max y Mia es lo más grande que tengo en la vida y quiero compartirlo todo con ellos. Tener a Max y Mia cerca, en las carreras, me motiva, me anima y me permite desconectar de todo»
“Desde el primer día que Max y Mia aparecieron, ya muy niños, cuando ya caminaban, por el circuito y, a veces, entraban en el boxe, todos, en Aprilia, nos dimos cuenta de que su presencia era algo muy importante, motivador y, sobre todo, que restaba presión y nervios a Aleix”, cuenta Antonio Jiménez, técnico del piloto de Granollers, pero residente en Andorra.
“Yo no digo que a otros pilotos una situación parecida, pudiese provocarles cierta ansiedad o nervios”, continúa explicando Jiménez, “bueno, es más, si así fuera, no traerían a sus hijos, claro, pero en el caso de Aleix resulta un apoyo vital y un motivo, no solo de entretenimiento y relajación, sino de desconexión, cosa muy necesaria en un deporte de tanto riesgo, responsabilidad, presión y equilibro. Y lo digo para los momentos buenos y para los trances malos. Aleix llega a su ‘motorhome’ y se encuentra a estas dos preciosidades que le ayudan a celebrar o a pasar el mal trago, devolviéndole muchas veces la sonrisa que ha perdido en la pista”.
“Este no es un trabajo normal. La nuestra no es una profesión normal. Ni siquiera un deporte parecido a los demás. Aquí todo es especial, tenso, duro, difícil, hasta peligroso, así que está bien organizarse la vida de otra manera”, señala Aleix.
“Mientras pueda, es decir, mientras pueda aprovechar las vacaciones que tienen en el cole y algún que otro viernes que se pierden, vendrán conmigo. Es evidente que, en cuanto empiecen a estudiar de verdad, no podré traérmelos al circuito, así que, en ese sentido, voy a disfrutar de su compañía todo lo que pueda porque, de verdad, me ayudan mentalmente muchísimo. Me relajan un montón. Con ellos desconectas, sí o sí”.