Se ha hablado mucho sobre el triste final de Jim Morrison, líder de la banda The Doors e icono de la contracultura de los años 60, que fue encontrado muerto por su novia en un piso de París, en julio de 1971, con solo 27 años. Dado que no se realizó ninguna autopsia a su cadáver —no era obligatorio en Francia en aquella época—, las especulaciones y los comentarios sobre las causas de su fallecimiento estuvieron a la orden del día. Según cuenta a El Periódico de España, del mismo grupo editorial, el periodista Iván Reguera, autor de un nuevo libro titulado El Estado de Florida contra James Douglas Morrison (Alrevés), “ayudó mucho” que Ray Manzarek, su compañero de banda, se uniera a las diversas teorías conspirativas. “Si alguien es capaz de fingir su propia muerte y huir a algún punto remoto del planeta… ese es Jim Morrison”, llegó a decir el teclista. Aunque lo más probable es que fuese una sobredosis de heroína lo que en realidad acabó con su débil organismo.
El Rey Lagarto, como él mismo se nombró para regocijo de la prensa y los fanáticos, era hijo de militar. Precisamente por la profesión de su padre, George Stephen, quien por cierto trataba a sus hijos como si fuesen subordinados soldados a su mando, tuvo una infancia y preadolescencia bastante nómadas. “A los catorce años ya había vivido siete mudanzas y en cada una de ellas perdía a los pocos amigos que conseguía tener, de ahí que se convirtiese en un niño introvertido y solitario dedicado principalmente a la lectura”, explica Reguera. “Devoraba todo tipo de literatura y le gustaba la poesía, que también escribía desde muy pequeño. Además, amaba el cine y su colección de discos, entre los que destacaban los de Elvis Presley”.
Corría el año 1965 cuando Morrison se encontró en Venice Beach con Manzarek, antiguo compañero de la escuela de cine de la UCLA (Universidad de California Los Ángeles), y después de cantarle algo que había compuesto, ambos decidieron hacer un grupo de rock, al que más tarde se unirían Robby Krieger, guitarra, y John Densmore, batería (Ray haría de teclista). Al principio fueron rechazados por la industria musical, pero su disco de debut, titulado The Doors, superó todas sus expectativas, y no tardarían mucho en atraer la atención tanto de críticos serios como de adolescentes gritones e histéricos que alababan la icónica voz de Morrison y aquella innovadora mezcla de blues, rock y jazz del grupo.
En su efímera carrera, Morrison se convirtió en una estrella mundial no solo por su música y la poesía de sus letras, sino también por su postura antisistema y su comportamiento provocador. «Jim Morrison tuvo un padre militar y autoritario y eso lo llevó a odiar con toda su alma la autoridad y las normas”, explica Reguera. “Le horrorizaba la carnicería que era la Guerra de Vietnam y participó en política. Se negó a ocultar sus simpatías políticas y sus ideas de izquierda. Admiraba, por ejemplo, al escritor Norman Mailer, y no dudó en apoyar su campaña para convertirse en alcalde de Nueva York”.
La noche del 9 de diciembre de 1967, Jim estaba besándose con una chica en las duchas de la zona detrás del escenario en New Haven, en Connecticut, cuando fue descubierto por un policía. «El agente les ordenó salir de las duchas, a lo que Jim contestó: ‘Cómemela’», relata Reguera en su libro. «El policía lo roció con gas lacrimógeno, Jim se llevó las manos a los ojos y la muchacha gritó socorro. En segundos, llegaron más policías y todo se desmadró, pero permitieron que Jim regresase al escenario». Eso sí, cuando el artista soltó que había sido “atacado por un hombrecito azul con un pequeño sombrero azul, gaseado por un cerdito azul”, la Policía detuvo el show y esposó al que en ese momento se erigió en el primer músico conocido al que detenían en mitad de un concierto.
Peor fue lo que le pasó en 1969, época en la que los Doors eran ya el grupo de rock más importante de Norteamérica y cobraban la nada desdeñable cifra de 35.000 dólares por noche. En marzo de ese año, su líder la lió parda durante un concierto en el Dinner Key Auditorium de Miami, ciudad bastante conservadora entonces situada en el estado de nacimiento del artista, Florida. Según la versión de algunos testigos del recital, este llegó al mismo con retraso y borracho. También hubo quien aseguró que el cantante le dijo a los asistentes que eran “todos una panda de gilipollas”, y se llegó a bajar la bragueta para masturbarse delante de ellos. Curiosamente, nadie detuvo a Morrison aquella noche, en la que por lo visto los agentes se divirtieron con su actuación y hasta se despidieron de forma afectuosa de la banda.
“El domingo, uno de los periódicos de Miami falseaba que Jim había echado del escenario a tres policías antes de que otros tres se lo llevaran”, cuenta Alberto Manzano en su libro Cuando la música acabe, apaga las luces. “El martes, todo el mundo quería subirse al carro. El presidente de la Comisión contra el Crimen de Miami –un antiguo fiscal– reclamaba una investigación del gran jurado; un legislador del estado, presidente del Club de la Bolsa de Miami, escribía al alcalde de Jacksonville instándole a suspender el concierto que los Doors tenían programado para el fin de semana siguiente. Asimismo, el capitán de la División de Seguridad Interna del Departamento de Policía dijo que expediría una orden de arresto a Jim, y un exjugador de fútbol americano llamado Mike Levesque empezaba a organizar una cruzada contra la obscenidad desde la redacción de un periódico católico local”.
Ante semejante campaña de persecución y desprestigio, no es de extrañar que un tribunal de Miami imputase varios cargos al cantante, que se acabó entregando al FBI y fue puesto en libertad bajo fianza de cinco mil dólares. Luego, tras una farsa judicial que duró varias semanas, el susodicho fue declarado culpable de exposición indecente y blasfemia abierta e inocente del delito grave de comportamiento lascivo –la simulación de masturbación y de copulación oral– y embriaguez pública. Se pidieron seis meses de prisión y una multa de 500 dólares, aunque Morrison esquivó la cárcel con el pago de una fianza de 50.000 dólares –su abogado apeló, el caso quedó abierto y, sorprendentemente, en el año 2010 Florida retiró la demanda contra el cantante–.
Creo que lo que se juzgaba, en realidad, era un estilo de vida, más que un incidente concreto […] Es más un escándalo político que sexual”
“Creo que lo que se juzgaba, en realidad, era un estilo de vida, más que un incidente concreto”, reflexionaría Morrison en una entrevista. “Evidentemente, el juez tenía muchos prejuicios, y lo único que pretendía era procesarme hasta los límites permitidos por la ley. Es más un escándalo político que sexual. Se centraron en el aspecto erótico porque no había nada político que pudieran utilizar en mi contra. Es todo muy amorfo. En aquellos días, por ejemplo, se estaba representando en Miami la obra Hair, en la que aparecían muchos actores desnudos en el escenario y estaba permitida la entrada a todos los públicos, sin importar la edad”.
Por otro lado, Morrison consideraba que todo el proceso estaba siendo “una valiosa experiencia” para él, porque, antes del juicio, tenía una visión demasiado “irreal” sobre el sistema judicial americano: “Ahora mis ojos se han abierto un poco. Allí veía cada día a tíos negros que iban a la cárcel antes que yo. Los juicios duraban cinco minutos, y eran condenados a veinte o veinticinco años de prisión. Si yo no hubiera tenido suficiente dinero para seguir luchando por mi caso, presentado alegaciones y alegaciones, ya me habrían condenado a tres años de prisión. Si no tienes dinero, vas directo a la cárcel”.
Desde luego, aquel absurdo acoso político, judicial, policial y mediático pasó factura a Morrison, que pagó el ‘incidente’ de Miami con su dinero y, sobre todo, su salud mental. “La cancelación que afectaba al bolsillo de los Doors era, sobre todo, la de los conciertos”, apunta Reguera. “Fueron cancelados de norte a sur y eso casi los lleva a la ruina. Los miembros de la Asociación de directores de Salas de Conciertos se reunieron para declarar a Morrison un riesgo para su negocio. Esto hizo, además, que en el mundo del rock cundiese el pánico. Los Grateful Dead, por ejemplo, también fueron cancelados en el auditorio de Miami en el que Morrison provocó su calvario porque el tipo que lo gestionaba dijo que eran ‘el mismo tipo de personas y tocan el mismo tipo de música que los Doors’”.
En El Estado de Florida contra James Douglas Morrison se expone igualmente que uno de los principales promotores de aquella campaña de desprestigio contra Morrison fue John Edgar Hoover, director del FBI desde hacía varias décadas y bajo el mandato sucesivo de los presidentes Coolidge, Hoover, Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon, recién nombrado. «Hoover estaba obsesionado con la música, con el poder que tenía sobre la juventud norteamericana«, aclara el autor. “Llevaba siguiendo a Frank Sinatra desde 1938, a Jimi Hendrix desde 1961 y a Aretha Franklin desde 1966 por estar conectada con el movimiento de derechos civiles. Morrison fue perseguido porque representaba un peligro para lo que Hoover y Nixon consideraban la América decente. Luego se supo el tipo de gentuza que fueron los dos».
Morrison no quería ser famoso, ir a fiestas de gente rica, tener una mansión, un avión privado y hacer anuncios de coches. Morrison quería ser poeta, dramaturgo, novelista, actor y director de cine»
En marzo de 1971, Morrison abandonó los Estados Unidos para instalarse en París, donde le esperaba su novia, una yonqui pelirroja, de nombre Pamela Susan Courson, a la que dicen que adoraba. Según su último biógrafo, los excesos con el alcohol habían alterado gravemente la salud y la fisonomía del artista, que en cierto momento empezó a hincharse y se dejó crecer una barba larga y descuidada: “Ya no quedaba ni rastro de su juvenil y pasmosa hermosura. Su rizada cabellera ahora era pajosa, horrible. Solo cuatro años atrás, esa melena, entonces de vivo color castaño, se había convertido en icono del rock por el joven fotógrafo Joel Brodsky, autor de una sesión de fotos que le cambió la vida y le sirvió de carta de presentación para el mercado discográfico, en el que acabó creando portadas para Van Morrison, The Stooges o Isaac Hayes”.
El libro muestra que, por desgracia para la estrella, aquel intento de cambio de aires acabó resultando poco idílico. “Morrison no quería ser famoso, ir a fiestas de gente rica, tener una mansión, un avión privado y hacer anuncios de coches”, apostilla el periodista. “Morrison quería ser poeta, dramaturgo, novelista, actor y director de cine. El fenómeno Doors le daba igual y, de hecho, en Miami se cargó a su alter ego, el Rey Lagarto, pues estaba harto de todo ese rollo del pantalón de cuero y las fans gritonas. Lo malo es que lo hizo en Miami, un estado reaccionario en el que lo crucificaron legal y mediáticamente. Eso le llevó a la depresión y el agotamiento mental. Y mezclar eso con su profundo alcoholismo resultó mortal”.