He aparecido en doce búsquedas esta semana. Pocas me parecen. Cada vez que entro en Linkedin, al codearme con tanto CEO y tanto ‘project manager’ mi ego se desborda como la espuma de una cerveza de barril. Qué ambientazo, tan profesional, tan de poca broma, libre de ‘trols’. Doce búsquedas, necesito mejorar.
Tengo abiertas cuatro pestañas en el navegador, cada una de ellas con una red social diferente. Si no han viajado en Semana Santa o en Pascua hagan la prueba y salten de una a otra ventana. Nada que ver con conocer una ciudad o relajarse en sus playas, pero entre ordenar la ropa de primavera, el paseo matinal, un libro de Almudena Grandes y el ‘spritz’ del mediodía, mientras reviso los correos con los que me encontraré a la vuelta de vacaciones todavía saco tiempo para poner un poco de orden en mis redes sociales, algo abandonadas. Es un viaje por el multiverso, o por el metaverso, o por el reverso de nuestro mundo físico (no irreal ni virtual, solo físico), aunque, al fin y al cabo, un viaje para comprobar el estado emocional de la sociedad de este año de gracia de 2024.
Por internet se puede viajar como aquella ardilla que decían podía cruzar de árbol en árbol y de norte a sur los bosques de España. Ya ven, las ‘fake news’ no son cosa de hoy día. Nadie vio jamás a esa ardilla, hoy convertida en ratón de ‘hardware’. Con un clic de ‘mouse’, el viaje arranca con un par de ‘avemarías’ de Facebook y el recuerdo de un vídeo de hace cuatro años, cuando tal día como hoy llevábamos semanas confinados, al covid aún se le llamaba coronavirus y quedamos atrapados en el impulso incontrolable de hablar con suegros, nueras y cuñados como no habíamos hecho en ninguna nochebuena. Aquellos arrebatos se fueron diluyendo, y con el transcurso de los meses la familia política volvió a ser lo de toda la vida. O sea.
Salgo de Facebook y en décimas de segundo me planto en Twitter. Nada que ver. La Semana Santa en Twitter es más entretenida que en muchas ciudades de España. Los usuarios suben vídeos nuevos y recuperan algunos antiguos, el del legionario borracho, el del Cristo que se cae, el de la mujer que pide estampitas a los nazarenos, el del tranvía que irrumpe en mitad de una procesión (‘tranvía crucis’, lo llama el tuitero), el bar de Pablo Iglesias, la tira del Gólgota donde ya no aparecen los ladrones y los comentaristas aprovechan para apuntar que los amnistió Pedro Sánchez, etcétera.
Twitter es una red previsible, como Instagram, tercera parada de este viaje a través de la pantalla. Todos deberíamos vivir en Instagram, que es el auténtico reino de Barbie y Ken. Instagram es la anarquía de la felicidad. No hay gobierno, la realidad pasa a través de filtros, apenas hay rastro de guerras, nos mantenemos eternamente jóvenes y dedicamos el tiempo a cocinar, a cenar en sitios estupendos y a reflejar una realidad impostada que oculta nuestras miserias. Cuando guardemos el teléfono y no hagamos la foto, habrá tiempo de regresar al mundo que se pisa, al aire que se huele, al ruido que se escucha, al calor que nos hace sudar, al frío que nos encoge por esa calle sin filtros y a la vida diaria en la oficina.
La oficina es el entorno natural de Linkedin, última parada. Fulanito ha visto tu perfil. Nos ven de perfil, nunca de frente, siempre de soslayo, como de refilón, con prisas, el perfil bueno o el perfil malo. Julio Iglesias nunca dejaba que le hicieran fotos del perfil malo (tratándose de Julio, el izquierdo, seguramente). Has aparecido en doce búsquedas esta semana. El mundo se divide entre la gente que busca y la gente que encuentra. Lo llaman búsqueda, pero es un encuentro casual, azaroso, al socaire de un algoritmo que nos convierte en CEO o en ‘senior manager’. Nos ponemos títulos y nombres como queriendo decir, cargos ampulosos con salario mínimo interprofesional, el nuevo mercado laboral de la rimbombancia, la ardilla que cruza España de árbol en árbol, de cargo en cargo, mano de obra sobrecualificada en busca de empleo o que acaba en un ’delivery’, en casa de los padres o compartiendo 40 metros cuadrados con compañeros de promoción. Has aparecido en doce búsquedas.
Chief financial officer, chief marketing officer, chief technology officer. Como decía aquel personaje de ‘Airbag’, lo importante es el concepto, sobre todo el de uno mismo. Podemos llamarlo mundo virtual, pero también es el mundo real. Comienzo a cerrar pestañas. La última, la del vídeo de la cuarentena de 2020. Saldremos mejores, decían. Debe de ser cierto, todos somos jefes, ya no quedan aprendices.