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El precio a pagar es el fin de la humanidad

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Qué pasaría si para conseguir un trabajo, y prácticamente una vida, tuviéramos que desprendernos de nuestras emociones y convertirnos en autómatas insensibles. Si, en un mundo dominado por el sentido común impuesto por la Inteligencia Artificial, el ser humano se hubiese convertido en una especie inútil. Esto es lo que propone el cineasta francés Bertrand Bonello en su última película, La bestia, protagonizada por Léa Seydoux y George MacKay.

En una sociedad distópica con más del 60% de paro pero aparentemente perfecta, la única opción de convertirse en una persona apta y funcional pasa por una nulidad emocional lograda a través de una depuración del ADN. Un proceso al que Gabrielle (Léa Seydoux), una mujer sumida en una profunda tristeza existencial, decide someterse.

La película tuvo su estreno mundial en la Sección Oficial a competición en el Festival de Venecia, donde fue alabada por la crítica, en un celebrado regreso del realizador de Le Pornographe, Casa de la tolerancia y Saint Laurent.

A partir de una interpretación totalmente libre del relato homónimo de Henry James, Bonello construye una película altamente experimental y estimulante que apela directamente a nuestro presente. «Es un relato totalmente atemporal y contemporáneo, hay cosas muy precisas en cuanto al alma humana y a la vez también habla sobre lo que no se ve, lo que se espera, la catástrofe, que nunca sabremos qué será ni cuándo llegará», cuenta el director en una entrevista para El Independiente.

El cineasta francés utiliza este escenario distópico, que va saltando en el tiempo sobre las vidas pasadas de Gabrielle, para explorar su historia de amor imposible con Louis (George MacKay). «El hecho de que este amor no llegue a ocurrir se debe a una razón invisible e imperceptible. Y eso es algo que me parece maravilloso como arranque para escribir una historia».

Una historia de los sentimientos

A través de tres momentos históricos distintos, 1914, 2014 y 2044, Bonello dibuja una especie de recorrido cronológico en el que el miedo a amar va degradando, poco a poco, los sentimientos de dos amantes condenados a la imposibilidad de estar juntos. «Había un guion secreto que contenía efectivamente una especie de historia de los sentimientos. En 1914 se expresan, aunque las convenciones sociales no lo permiten. En 2014, el año que refleja la actualidad, se esconden en el interior, y en 2044 se suprimen, como un hilo conductor que nos lleva a la nada», confiesa el francés.

El filme transcurre primero en el París de 1914, donde los enamorados conectan, pero la sociedad del momento les impide estar juntos. Después, Bonello lleva la acción a Los Ángeles en 2014 y la película pasa del romance de época al thriller. Aquí MacKay representa a un incel que se cuelga vídeos en Youtube renegando de las mujeres que nunca le han dado la oportunidad de amarlas. El realizador francés afirma que los monólogos de estos vídeos, que parecen paródicos, fueron fielmente sacados de los que grababa Elliot Rodger, responsable de la masacre de Isla Vista. Al final, en 2044 el amor entre ambos culmina su imposibilidad por su ausencia de sentimientos.

El progreso según la Inteligencia Artificial

La premisa de este filme es, de entrada, una voladura de cabeza realmente interesante que interpela directamente al momento presente, donde la ciencia y el progreso luchan por imponer un futuro cada vez más ordenado y aséptico. «Ese es el progreso según la Inteligencia Artificial, que se traduce en la retracción de las emociones, para terminar alcanzando una especie de vacío que genera una inmensa tristeza», asegura Bonello.

La cinta también confronta con el viejo dilema sobre la tecnología haciéndonos cada vez más dependientes e inservibles. Pero aquí lo que dejan de servir son las emociones, precisamente lo único que nos diferencia como seres humanos y nos diferencia.

Bertrand Bonello. ©Carole Bethuel

«En la película, las emociones nos hacen inútiles y peligrosos -puntualiza el francés- porque, de entre las emociones que nos hemos liberado, también están el racismo, el odio, los celos, las emociones negativas, todo lo que nos convierte en humanos y nos lleva a cometer horrores. Esa es la visión tecnológica de lo que debería ser el ser humano. Es posible que si piensas en un genocida y le quitas la locura y el odio, igual la cosa va a mejor. Por eso me gusta el concepto, hay una ambigüedad, y el ser humano no consigue llegar a ninguna parte. Las máquinas con muy buen sentido común lo van a resolver todo, pero el precio a pagar es el fin de la humanidad, en todos los sentidos de la palabra».

Por eso el regusto que deja una película como La bestia es agridulce, primero porque el director, enfangado en una trama conceptual con tantas aristas abiertas, prefiere centrarse en la forma y la sugerencia. Y segundo porque su mensaje termina siendo bastante desesperanzador para la humanidad. Y es que para Bonello, «la catástrofe de la que hablaba James en su relato ya ha llegado y quizá lo más duro y lo más triste es que nadie quiera nombrarla, porque eso implicaría interrogarse sobre tantas cosas…».

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