España se muere de sed. Se nota en los acuíferos sobreexplotados, en los ríos ya no tan caudalosos, en los fondos agrietados de los embalses. Con el verano más cerca, los cielos cada vez más despejados no parece que vayan a dar una sorpresa. De hecho, año tras año las precipitaciones disminuyen. Aunque hay diferencias sustanciales entre regiones, a esta situación crítica se ha llegado por culpa de una tormenta perfecta que combina sequía y escasez. La primera obedece a causas ambientales y poco se puede hacer por evitarla en una península especialmente golpeada por el cambio climático. El segundo factor es aún más complejo y en él confluyen aspectos que tienen que ver con el almacenamiento, la gestión, la demanda o los usos que se dan a este preciado líquido. Ahí es donde se debe poner el foco.
El agua que se destina a las ciudades apenas representa el 15% del total; la agricultura se lleva más del 70%
Aunque los ojos se suelen dirigir al consumo humano, los datos no dejan lugar a dudas: el agua que se destina a las ciudades apenas representa el 15% del total. Los expertos recuerdan que la mayoría de las medidas deben diseñarse para el sector agrícola, responsable de entre el 70% y el 80% del gasto, según el estudio que se consulte. Pese a ello, la superficie destinada a cultivos no deja de crecer y, con ella, los litros necesarios para asegurar la producción. El empeño en sembrar especies que requieren características distintas a las del clima de España (como el aguacate, que necesita 700 litros de agua por kilo cosechado) solo empeora el problema.
Reacción a destiempo
«La consideración climática tiene su importancia, pero también influye cómo gestionamos el agua en la normalidad. No hay que perder de vista el hecho de que no hayamos tomado medidas adecuadas en tiempo y forma cuando las precipitaciones y las reservas de los embalses iban disminuyendo para evitar llegar a situaciones de emergencia como las que tenemos en Andalucía y Cataluña», afirma Jesús Vargas Molina, investigador de la Universidad de Málaga y miembro del Observatorio Ciudadano de la Sequía. Lamenta que, incluso en condiciones de normalidad, los sistemas de abastecimiento se encuentran en unos niveles de estrés hídrico «muy altos».
Una vez llegados a este punto, no hay tiempo de recrearse mirando atrás. El reto es buscar soluciones basadas en la ciencia. En las dos comunidades más afectadas (Cataluña y Andalucía) ya se están aplicando severas restricciones encaminadas a calzar las dos patas que tiene este mismo problema: «Por un lado, se están reduciendo de dotaciones para la agricultura o la industria, a la vez que se fomenta el ahorro en los hogares limitando los litros por habitante y día. Por otro, se están promoviendo las políticas de aumento de la oferta mediante la construcción de desaladoras, con trasvases, sondeo de pozos o transportando agua en barcos, que es carísimo», subraya Vargas Molina, que, personalmente, apuesta por las desaladoras portátiles como medida de emergencia para paliar la situación actual.
Al mismo tiempo que se pide ahorro de agua, se fomentan políticas de aumento de la oferta, como desaladoras o trasvases
No son los únicos recursos que están sobre la mesa. Los científicos apuestan por garantizar la protección de los ecosistemas, implementar planes obligatorios de emergencia en todas las ciudades que superen los 20.000 habitantes y activar los llamados ‘pozos de sequía’, tal y como reclaman diversas organizaciones ecologistas. Este término se refiere a perforaciones a gran profundidad que conectan la superficie con los acuíferos más remotos. Esos a los que, en principio, no deberían estar afectando ni la escasez ni la contaminación.
Los hogares, a salvo
Pero, ¿hasta dónde va a llegar esta crisis? ¿Se llegará a acostumbrar la población española a vivir contando los minutos que mantiene abierto el grifo? Los expertos esperan que el país no llegue a esos extremos. Porque, en el caso de que las restricciones se cronifiquen, el último eslabón de la cadena sobre el que recaerían las limitaciones sería el de los hogares. En primer lugar, porque no están a la cabeza del consumo. Y, también, porque la normativa dicta que el abastecimiento humano está en lo alto de la lista de prioridades.
«Los deberes en el ciclo urbano están bastante bien hechos. Tras la sequía de finales de los 90, en Andalucía lo rebajamos de 200 litros a 125. La concienciación está bien, pero el gasto doméstico no es significativo en términos de ahorro», explica Regina Lafuente, socióloga e investigadora del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC), que invita a llevar la discusión un paso más allá: «No sé si estamos preparados para ello… Nos tendríamos que empezar a preocupar por nuestra huella hídrica, la de los productos que adquirimos. Ese debate aún no se ha abierto».
La agricultura, en el punto de mira
Antes de llegar ahí, la primera tirita se debe poner en el sector con más demanda de agua. «Sabemos que el mayor consumo se hace en el agrario, por lo que el mayor esfuerzo hay que exigirlo ahí», expone. Aunque no olvida que este eslabón de la cadena productiva ya se está viendo afectado por las restricciones, pide no perder de vista que la planificación que está ahora mismo sobre la mesa «no está funcionando». «No podemos seguir abordando las sequías como si fuesen casos extraordinarios y que la solución sea dar apoyo directo a los agricultores porque, muchas veces, lo que conlleva la aprobación de esos decretos es la reducción de los caudales ecológicos», añade.
La planificación que hay actualmente sobre la mesa «no está funcionando», según los expertos
En los primeros días del mes de febrero, la Generalitat de Cataluña anunció restricciones para más de seis millones de personas ante la falta de agua más acuciante que se recuerda en su territorio. Además de la reducción del consumo en los hogares a un máximo de 200 litros por habitante y día, en más de 200 municipios está ya prohibido regar jardines, lavar los coches o llenar piscinas. Pero, aunque en algunas zonas parezca imposible llegar a una situación tan extrema, lo cierto es que no es la única región en peligro. «Sobre todo el sur y el este. Dramáticos son los casos del Guadalete-Barbate, en Cádiz, de las cuencas mediterráneas andaluzas, del Guadalquivir, y de las cuencas internas del Cataluña. El Guadiana y el Segura están muy al límite y el levante almeriense, también», indica Jesús Vargas Molina.
Ni siquiera los habitantes del norte, el área más húmeda del país, pueden estar tranquilos al cien por cien. «La capacidad de embalse es mucho menor que en otros sitios, porque no hace tanta falta acumular. Hace dos años, los niveles estaban muy mal. A las comunidades del norte les afectan las sequías cortas, mientras que, en Andalucía, para que los niveles bajen del 15 por ciento, se tienen que encadenar cuatro años de precipitaciones muy bajas y haber hecho un uso bastante irresponsable del agua», concluye Vargas Molina.
Al final, lo que pase en este 2024 dependerá de lo que ocurra en esta primavera. «Es un periodo lleno de incertidumbre en cuanto a las predicciones climáticas. Se espera que sea más húmeda que la de otros años, incluso que esté por encima de la media. Pero el comportamiento de la dinámica atmosférica en esta época es muy aleatorio», explica el investigador de la Universidad de Málaga.
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ENTREVISTA. María José Polo, ingeniera hidráulica
«La solución es consumir menos; no hay otro remedio»
Crear más embalses no solventará el problema de la sequía, pues no llueve lo suficiente para llenarlos, afirma la experta
Catedrática de Ingeniera Hidráulica y vicerrectora de Política Científica de la Universidad de Córdoba, aún recuerda la situación que vivió Andalucía por la gran sequía de la década de los 90 y ahora trabaja para eso no se repita.
-¿Por qué los problemas se concentran en el Mediterráneo y Andalucía?
-Es la escasez la que condiciona la cantidad que se puede gastar. Las diferencias entre zonas surgen porque el número de embalses varía y también el reparto de la demanda. La situación es parecida, pero hay diferencias entre Cataluña y Andalucía. Y, dentro de Andalucía, entre unas cuencas y otras.
-En Cataluña ya hay restricciones al consumo humano. ¿Llegarán a Andalucía?
-Podrían llegar. Las últimas lluvias intensas han paliado la situación y el peligro de cortes se ha alejado un poco. En Andalucía, tras la gran sequía de los 90 se construyeron embalses y se pusieron a punto otras medidas. La situación fue muy grave, pero en Cataluña no lo fue tanto. Ahora están viviendo un momento histórico. Los cortes en los hogares alarman, no disponer de agua en tu casa a ciertas horas es algo que marca. El consumo medio suele estar por debajo de los límites que se han dictado, pero estas restricciones tienen un impacto en los hábitos. Se crea una justificada sensación de alarma.
-Las infraestructuras hidráulicas mejoran, pero los problemas van un paso por delante.
-Hay dos causas principales. La primera es que, hasta que no tenemos una emergencia, no planteamos como prioritarias ciertas acciones. En esta situación surgen siempre las mismas informaciones: hay que mejorar las pérdidas, faltan determinadas obras, hay poblaciones mal abastecidas… Por otro lado, las medidas que se toman suelen generar, de manera indirecta, mayores expectativas de consumo. Por ejemplo, si se construye un embalse surgen otras demandas de riego o un mayor uso del agua. La efectividad pierde valor y el efecto protector disminuye. Y, cuando llega la sequía, se deja de abastecer a un número mayor de usuarios. Según nuestra normativa, la primera prioridad es el uso humano. Pero, antes de llegar ahí, hay un impacto económico.
-Entonces, ¿es la solución construir más embalses?
-Podemos construir muchos embalses, pero la entrada de agua es la lluvia. En la región mediterránea las cuencas ya están bastante exprimidas. Los ríos van con muy poco caudal y su calidad, en algunos puntos, es deficitaria. ¿Es necesario construir alguno en una zona concreta? Seguramente sí. Pero, ¿es la solución para la sequía? No. Estamos en un punto donde la solución es consumir menos, no quedará otro remedio.
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