Todos asistimos asombrados a un fenómeno que está socavando no solo la democracia sino también la cohesión social. Me refiero a la creciente violencia en el lenguaje utilizado por los políticos entre sí.
En lugar de ejercer autoridad con responsabilidad y respeto, el discurso político se ha convertido en un campo de batalla donde se usan las palabras como armas sin otro objetivo que aniquilar al oponente. Sin duda este comportamiento no solo establece un peligroso precedente, incita a la violencia física, como se ha visto en alguna ocasión, polarizando aún más a la sociedad.
En lugar de debatir sobre ideas, que a priori sería su trabajo, los políticos se dedican a atacar la dignidad y la integridad de sus adversarios mediante el uso de insultos y descalificaciones personales.
Palabras como “incompetente”, “corrupto” o “traidor”, son términos denigrantes que se han vuelto comunes entre los políticos contemporáneos.
¿No será que no tienen la menor intención de resolver ninguno de los problemas que enfrentamos como sociedad y es una manera de desviación nuestra atención ofreciéndonos un poco de circo?
Cada día es más común que los políticos recurran a la propagación de rumores infundados, a la desinformación y a la difusión de teorías conspirativas en un intento por desacreditar al oponente. El resultado es que la confianza en las instituciones democráticas se está debilitando a paso agigantado, alimentando así el miedo entre la población y el ascenso de las políticas de ultraderecha en toda Europa.
Los frecuentes llamados a la confrontación por parte de los distintos grupos políticos, que lamentablemente incita a disturbios civiles, tienen su base en el discurso beligerante e incendiario. Con su mala praxis están poniendo en peligro la paz y la seguridad de la sociedad en su conjunto.
Es responsabilidad moral de los líderes promover la concordia y el diálogo constructivo, en lugar de fomentar la discordia y el odio que traen a nuestras casas la división y la desconfianza.
En un mundo cada vez más conectado, donde las redes sociales amplifican y perpetúan los mensajes de odio y división, es crucial que los líderes políticos ejerzan un liderazgo responsable y promuevan valores de tolerancia, inclusión y respeto mutuo.
Los ciudadanos estamos en nuestro derecho de exigir a nuestros políticos un lenguaje constructivo. De exigir un mayor grado de integridad y ética en la política de modo que podamos construir entre todos una sociedad más justa.
Cómo hemos llegado a este nivel de violencia verbal, cuando la fortaleza de las verdaderas democracias radica en su capacidad para fomentar el dialogo abierto y el respeto mutuo, incluso en medio de las diferencias ideológicas y políticas, daría para un artículo interminable…
No es cierto que las palabras se las lleve el viento. Tienen el poder de transformar pensamientos y comportamientos en la medida en que influyen en nuestra mente y en la percepción del mundo que nos rodea. La forma en que nos hablan puede moldear nuestra autoestima, nuestras creencias y nuestras acciones.
Es importante ser conscientes del impacto que las palabras pueden tener en los demás, de modo que podemos cultivar relaciones más saludables y construir un mundo donde la empatía sea un pilar fundamental de nuestra comunicación.
En un mundo donde la violencia verbal y el discurso de odio son lamentablemente comunes, es más importante que nunca recordar el poder transformador de las palabras.
Cada conversación, cada interacción, ofrece una oportunidad para sembrar semillas de sanación y crecimiento. A través del arte de la comunicación consciente, podemos contribuir a la creación de un mundo donde las palabras sean siempre una fuente de esperanza.