Una década después de la caída del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, esta organización yihadista ha ido cogiendo fuerza y ahora su influencia se concentra en Asia, donde su rama afgana gana protagonismo, y en los países africanos del Sahel, en los que se habla incluso de un posible nuevo ‘califato’.
El atentado cometido ayer, viernes, en una sala de conciertos de Moscú, en el que murieron al menos 133 personas y que ha sido reivindicado por el EI, se produce cerca de una zona del planeta donde este grupo tiene ahora uno de sus bastiones, Afganistán.
Allí ha cogido fuerza con la llegada de los talibanes al poder y opera bajo el nombre del EI de la Provincia del Jorasán (ISPK, por sus siglas en inglés), que perpetró su último ataque este jueves contra las oficinas de un banco de Kandahar, un atentado en el que murieron 23 personas.
«Desde hace un par de años no dejan de llegarnos avisos cada vez más contundentes de que esa facción del Estado Islámico basada en Afganistán no ha dejado de ganar fortaleza», dijo a EFE Manuel Torres Soriano, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla especializado en terrorismo yihadista.
Esta rama, añade, está extendiendo sus redes «con la vocación de proyectar esa violencia, no solo contra los talibanes, sino para recuperar la agenda de operaciones exteriores que desplegó en los años de pujanza del califato» en Siria.
El atentado en Rusia, «ninguna sorpresa»
Según Torres, la policía y los servicios de inteligencia europeos ya avisaban de que las redes yihadistas que operan en Europa están cada vez más asociadas al ISPK, «algo que se aplica igualmente en Rusia», donde su policía ha desmantelado recientemente células.
El ataque en Moscú no representa «ninguna sorpresa, es coherente con el incremento de la amenaza», indica el experto, que avisa de que, a la hora de buscar razones para atentar allí, hay que huir de contextos como, por ejemplo, la guerra en Ucrania.
«Para el Estado Islámico el papel de Rusia en la caída del califato en Siria y en Irak -añade- es una razón, no sólo suficiente para atacar a Rusia en cualquier momento, sino para hacerlo a lo largo de los años», ya que «el deseo de venganza y reparar los agravios del pasado sigue presente».
Otros factores son su actuación en Chechenia con los musulmanes y su condición de Estado cristiano, tal y como el propio EI destaca en su reivindicación: «Ese es el elemento en juego, la civilización antagonista contra la que solo cabe combatir y aniquilar«.
Además de su presencia en Asia, de la mano del ISPK, el EI está muy activo en el Sahel, aprovechando una inestabilidad política con países como Mali, Níger y Burkina Faso gobernados por juntas militares, que recurren a Rusia y los mercenarios de Wagner para la lucha antiterrorista.
Según la plataforma ‘Armed Conflict Location &Event Data Project’ (ACLED), que supervisa la violencia en el mundo, en 2023 murieron en estos tres países 12.224 personas en ataques de grupos no estatales, frente a los 8.641 de un año antes.
¿Un nuevo califato en Mali?
En Mali, el EI lleva a cabo asesinatos constantes y tiene actualmente el control de Menaka, una región situada en el este, junto a la frontera con Níger. Actúan normalmente en grupos y a bordo de motocicletas, arrasando con lo que encuentran a su paso.
Tras hacerse con la provincia y asediar su capital, se centran ahora en patrullar sus aldeas y organizar mítines religiosos para imponer su ideología, en una zona donde algunos aseguran que quiere fundar su próximo ‘califato’.
En sus notas reivindicativas, el grupo habla en Mali de sus ataques contra «cruzados rusos», «espías de Wagner» y «milicias de Wagner», que ayudan actualmente a la junta maliense a luchar contra el EI y también Al Qaeda, presente en el Sahel e incluso más activa en Mali que Dáesh.
Para Sergio Altuna, investigador en el Programa de Extremismo de la George Washington University, el Sahel es uno de los frentes de confrontación del EI con Rusia, pero apunta que, «más allá de la narrativa», el atentado en Moscú busca «generar caos» en un país que sale de elecciones, con frentes bélicos abiertos y más crispación con potencias internacionales.
Y si Asia y el Sahel son ahora los bastiones del EI, su capacidad de atentar, dice Torres, es menor que en los años del ‘califato’ sirio.
«Es una amenaza de menor entidad porque organizativamente es un grupo mucho mas pequeño, con menos recursos y cuya logística y capacidad para poder financiarse es menor», asegura, aunque alerta de que tampoco «es ese EI de la época de decadencia inmediatamente posterior al desplome del califato».