La operación fue bautizada como “la boda”, el nombre en clave que le dio la inteligencia iraní al plan para matar en Londres a dos presentadores del canal persa de televisión por satélite Iran International, crítico con el régimen de Teherán. El trabajo se dejó en manos de un traficante de personas al servicio de la Guardia Revolucionaria iraní (IRGC), el cuerpo encargado de las operaciones clandestinas en el extranjero, al que se ofrecieron 200.000 dólares por llevar a cabo los asesinatos. El plan inicial consistía en emplear un coche-bomba para matar a los periodistas, un modus operandi que se modificó después para recurrir a un cuchillo de cocina. Pero no funcionó. El asesino a sueldo resultó ser un agente doble, que informó a Scotland Yard de los planes homicidas y acabó desbaratando la trama, según desveló en diciembre la cadena británica ITV.
Aquella operación fallida, castigada por Londres y Washington con sanciones contra los responsables de la trama, sirvió para poner de relieve la agresividad con la que Teherán opera contra sus oponentes en el extranjero. Un término que incluye desde periodistas, activistas y políticos iraníes hasta funcionarios gubernamentales extranjeros. Como métodos, Irán utiliza el asesinato, el secuestro, el acoso en redes sociales o la infiltración de espías en las organizaciones del exilio para perturbar sus actividades. Y si bien la persecución de la disidencia no es nueva, la campaña del régimen se ha recrudecido desde que millones de iraníes tomaran las calles a finales de 2022 para protestar contra la falta de libertad y la discriminación sistemática que padecen las mujeres, según han advertido varios gobiernos occidentales. “Estamos en un momento sin apenas precedentes”, le dijo recientemente a ‘The Economist’ un alto funcionario británico. “El momento de máxima actividad global del Estado iraní desde 1979”.
La soberanía de otros países no parece importar demasiado. Solo en 2022 las autoridades británicas identificaron 15 “amenazas creíbles” para eliminar a residentes en el Reino Unido o ciudadanos británicos. Aquel mismo año EEUU desarticuló un complot para acabar presuntamente con John Bolton, quien fuera asesor de seguridad nacional del presidente Trump, aparentemente como represalia por el asesinato estadounidense en 2020 de Qasem Soleimani, quien fuera jefe de la IRGC, así como una trama posterior para secuestrar en Nueva York a la periodista iraní Masih Alinejad. Anteriormente, Países Bajos acusó a Irán de haber cometido dos asesinatos políticos en su territorio contra dos holandeses de origen iraní activos contra el gobierno de los ayatolás.
Oposición muy activa en el exilio
“El régimen no tiene apoyo popular ni dentro ni fuera de Irán y está bajo una creciente presión internacional”, asegura a este diario la veterana abogada de los derechos humanos Shiva Mahboubi, afincada en Londres tras abandonar Irán en 1992. “La oposición en el exilio es muy activa. Organiza campañas y manifestaciones por los derechos de las mujeres, la liberación de los presos políticos, para boicotear al régimen o degradar las relaciones diplomáticas, y el régimen está preocupado”. Esas campañas lograron a finales de 2022 que se expulsara a Irán de Comisión de la ONU sobre el Estatus de la Mujer.
La persecución de la disidencia en el exilio no es nueva. Los asesinatos de artistas, políticos y personalidades iraníes contrarias al régimen fueron moneda común en los años 80 y 90, cazados en Alemania, Australia, Chipre o Francia. Así como los secuestros, generalmente perpetrados en países de Oriente Próximo, como reconoció recientemente el exministro de la inteligencia iraní, Mahmoud Alavi. “Nuestra estrategia ha consistido en traer al país a individuos que presentan una amenaza a la seguridad utilizando intricadas tácticas de inteligencia”, le dijo a la agencia de noticias oficial de noticias IRNA. El año pasado, por ejemplo, fue ejecutado en la horca Habib Chaab, una activista que defendía el separatismo árabe en Irán tras ser secuestrado unos años antes en Turquía.
Sicarios a sueldo
Pero algunos métodos han ido cambiando con el tiempo. “Una de las novedades es que Irán ya no ataca directamente a los disidentes, sino que le encarga el trabajo a matones y sicarios”, dice Mahboubi. Otra es el acoso en las redes. “Te amenazan con mensajes directos, diciendo que te van a matar, te van a mutilar o que meterán tu cuerpo en una bolsa. Es tan común que la mayoría ni siquiera se molesta ya en denunciarlo a la policía”. La sensación de vivir permanentemente amenazados es continua para los activistas. Cada vez que va a una manifestación, Mahboubi no vuelve nunca directamente a casa y trata de buscar a alguien que la acompañe en el camino, consciente de que probablemente está siendo vigilada. “Es realmente duro y estresante, te va carcomiendo emocionalmente”, confiesa la abogada.
Pese a la continuas condenas occidentales a Irán, la disidencia no se siente respaldada por sus aliados naturales. Muchos de los agentes iraníes detenidos en el extranjero acaban a menudo intercambiados por ciudadanos occidentales arrestados en Irán y, pese a las baterías de sanciones occidentales, pocos gobiernos han degradado las relaciones diplomáticas con la República Islámica.
“Ni siquiera lo hicieron durante las protestas de ‘Mujer, Vida y Libertad’, cuando cientos de iraníes fueron asesinados y miles encarcelados”, afirma la activista Shaghayegh Norouzi. “Todos nos sentimos traicionados por Occidente. Sus gobiernos no apoyan a la oposición ni están en contacto con ella. No queremos que bombardeen Irán, pero sí que ejerzan una verdadera presión”, añade Norouzi.