La trayectoria de la Semana Santa de Córdoba en el siglo XIX viene marcada por la actuación de dos personas que van a ejercer una notoria influencia. De un lado, el titular de la diócesis Pedro Antonio de Trevilla y, de otro, el abogado y concejal del Ayuntamiento Julián Bustillos de Robles.
El primero promulga un reglamento polémico en 1820 que tiene como resultado la desaparición en la capital de las procesiones de Semana Santa durante treinta años. El segundo presenta una iniciativa en 1849 en la Corporación municipal por la que se recupera la conmemoración de la Pasión y muerte de Cristo por las calles con el desfile oficial del Viernes Santo.
La actuación del obispo Trevilla
El rechazo a las manifestaciones de religiosidad popular de corte barroco por los planteamientos de signo ilustrado de los titulares de la silla episcopal de Osio pervive a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XIX. El fenómeno salta a un primer plano con el obispo Pedro Antonio de Trevilla. Durante su larga etapa de gobierno (1805-1832) intenta aplicar de manera rigurosa los edictos de sus predecesores en materia de procesiones de Semana Santa, sobre todo el de 1744 promulgado por Miguel Vicente Cebrián.
La actuación se centra de forma especial en las localidades de la Campiña y Subbética, donde todavía se encuentran muy arraigadas las escenificaciones de la Pasión en los sermones del Paso y del Descendimiento, la presencia de las figuras bíblicas en los cortejos, los cubrerrostros en el hábito de los penitentes y los horarios tradicionales nocturnos de las procesiones.
El contacto que mantiene en sus visitas pastorales con Baena, Montoro y Lucena en 1807 no le causa una grata impresión, a tenor de las denuncias hechas a la Real Chancillería de Granada. En ellas reprueba unas costumbres y pautas de conducta que tienen el respaldo del clero y de las autoridades locales. En los años siguientes se desplaza a Aguilar de la Frontera, Fernán Núñez y Castro del Río, donde prohíbe los sermones del Paso y del Descendimiento que se venían celebrando. Lo mismo ocurre en Palma del Río.
Aunque el dominio de Andalucía por las tropas napoleónicas a principios de 1810 paraliza temporalmente la acción del prelado vasco, la exclaustración de los religiosos decretada por el régimen bonapartista tiene consecuencias muy negativas para las hermandades penitenciales. Debemos tener en cuenta que, en su mayoría, se hallan establecidas en templos conventuales.
La lucha del obispo Pedro Antonio de Trevilla contra unas formas tradicionales de celebrar públicamente la Pasión se reanuda con el fin de la ocupación francesa y origina una pugna que, lejos de remitir, se encona cada vez más. El punto culminante de este enfrentamiento se produce en marzo de 1820 como consecuencia de la publicación de un reglamento sobre procesiones de Semana Santa, elaborado el año anterior y aprobado por el Consejo de Castilla.
El 26 de marzo de 1819 el mencionado organismo real dicta una resolución por la que insta al obispo de Córdoba a elaborar un proyecto de reforma de las estaciones penitenciales de Semana Santa, siguiendo las directrices del de la Villa y Corte.
En los meses siguientes se lleva a cabo el cumplimiento de la orden y, con este fin, los vicarios elaboran y remiten minuciosos informes acerca de la celebración pasionista en las distintas localidades de la geografía diocesana. Esta interesante documentación se utiliza como base a la hora de confeccionar el reglamento.
El titular de la silla episcopal de Osio envía el borrador del reglamento desde Pozoblanco, donde se encuentra de visita pastoral, el 28 de octubre de 1819 al Consejo de Castilla, siendo finalmente aprobado el 18 de febrero del año siguiente.
El reglamento consta de veinte artículos en los que se regulan las procesiones de manera estricta. La normativa contiene prohibiciones que atentan todavía más a las manifestaciones de religiosidad popular.
«El reglamento prohíbe el uso de túnicas a los cofrades que participan en la procesión del Santo Entierro y el paso del Sepulcro lo llevarán eclesiásticos»
Los desfiles procesionales en la demarcación territorial del obispado de Córdoba quedan reducidos únicamente al que saldrá en la tarde del Viernes Santo. El articulado fija el recorrido del que se debería celebrar en la capital, mientras que en las localidades de la diócesis queda a criterio de los respectivos vicarios: «En la ciudad de Córdoba saldrá esta procesión de la Iglesia parroquial del Salvador y Santo Domingo de Silos reunidos, a la que asistirá su párroco y clero, y llevará la carrera siguiente calle de Letrados, Arco Real, Zapatería, Casas Capitulares, Librería, calle de la Feria a la Cruz del Rastro, Potro, Triunfo, Patio de Naranjos, entrada en la Santa Iglesia Catedral y salida por las puertas acostumbradas, calle del Baño, Pedregosa, Santa Ana y Santa Victoria al Salvador».
El itinerario establecido coincide exactamente con el del recorrido que desde el siglo XVI vienen haciendo las procesiones del Corpus Christi y de Semana Santa. Al mismo tiempo, el templo parroquial designado reúne las condiciones de ser céntrico y disponer de un amplio espacio en la plaza de la Compañía para la organización del cortejo.
También las imágenes que podrían salir se limitan a una serie de advocaciones concretas que representan distintas secuencias de la Pasión: Oración del Huerto, Amarrado a la Columna, Jesús Nazareno, Crucificado, Yacente en el Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad.
El reglamento prohíbe el uso de túnicas a los cofrades que participan en la procesión del Santo Entierro. El paso del Sepulcro lo llevarán eclesiásticos en aquellas poblaciones donde hubiere número suficiente. Los fieles que no pertenezcan a las hermandades tienen asignado un lugar en el cortejo procesional y deben ir alumbrando con traje de calle delante del primer paso. La normativa de 1820 establece la asistencia obligatoria del clero y suprime elementos barrocos, como los palios de respeto o los ropajes inadecuados y alhajas que llevan las imágenes. También elimina las escenificaciones del Sermón del Paso y del Descendimiento, y todo tipo de figuras del Antiguo y Nuevo Testamento que habían logrado un fuerte arraigo. Finalmente especifica que a partir de ahora «no se permitirán túnicas, caperuzas, morriones, soldadesca ni distinción alguna que pueda llamar la atención».
Las medidas episcopales provocan una furibunda reacción en contra hasta el punto de que en algunas localidades, como Montemayor, Cabra, Baena y Castro del Río, se está al borde de alteraciones graves de orden público. La masa popular asocia y relaciona las prohibiciones de Semana Santa con el advenimiento del régimen liberal y la entrada en vigor de la constitución de 1812.
El abierto rechazo al reglamento de Pedro Antonio de Trevilla impide su aplicación en las poblaciones de la geografía diocesana, sobre todo en las de la Campiña y Subbética, que defienden y logran mantener la esencia de la celebración tradicional de las procesiones de Semana Santa.
No obstante, consiguen introducirse algunos cambios que afectan al horario y al hábito penitencial. Respecto a este último la prohibición del cubrerrostro se burla al subirse y dejar al descubierto la cara, como podemos observar en los tocados que lucen en la actualidad los santeros de Lucena, los penitentes de algunas cofradías de Puente Genil, los de la hermandad de Jesús Nazareno de La Rambla y los que antaño tenían los hermanos de andas del Nazareno de Baena.
Sin embargo, el funesto reglamento de 1820 se acata a la fuerza por imposición de la autoridad eclesiástica en la capital de la diócesis, si bien no se pone en vigor al originar la desaparición de las procesiones de Semana Santa durante treinta años hasta mediados de la centuria decimonónica. El hecho provoca una ruptura traumática con la tradición y toda una generación de cordobeses se verá privada de contemplar en sus calles los desfiles pasionistas.
La situación que se vive agrava la crisis por la que atraviesan las cofradías penitenciales que, salvo algunos casos excepcionales, quedan prácticamente disueltas. Los actos religiosos en honor de las imágenes titulares se limitan a los cultos que tienen por escenario los respectivos templos.
«El intento de recuperar las procesiones de Semana Santa surge en el seno de la Corporación municipal a principios de marzo de 1849»
Julián Bustillos
Con la declaración de la mayoría de edad de Isabel II y la llegada al poder del partido moderado del general Narváez en 1843, la Iglesia va a jugar un papel importante y recupera posiciones después de la tensa situación originada por el proceso desamortizador. La legitimación hecha por la Santa Sede de la venta de los bienes incautados, a cambio de una compensación económica, significa la puesta en marcha de una política de entendimiento y colaboración que cristaliza en la firma del concordato de 1851.
En este contexto hay que enmarcar la revitalización de las hermandades durante la época isabelina y la recuperación de las procesiones de Semana Santa en la ciudad de la Mezquita. La puesta en marcha del desfile oficial del Viernes Santo en 1849 constituye un auténtico revulsivo en la dinamización del movimiento cofrade.
El intento de recuperar las procesiones de Semana Santa surge en el seno de la corporación municipal a principios de marzo de 1849. En esa fecha el regidor Julián Bustillos de Robles eleva una propuesta en la que pone de manifiesto los efectos perniciosos derivados de la ausencia de las estaciones de penitencia en la capital de la diócesis a insta al ayuntamiento a instaurar el desfile oficial del Viernes Santo contemplado en el ya mencionado reglamento de 1820:
«Córdoba es la única capital que carece de procesiones de Semana Santa, a pesar de las muchas, hermosas y ricas efigies que posee. Los resultados de esta falta se tocan en los tribunales, en las cárceles y en los hospitales, pues el pueblo, que encuentra cerrados los establecimientos de distracción inocente, se dirige en busca de los de prostitución que, por desgracia, siempre tiene abiertos el vicio […]. Como uno de sus miembros propongo a V. E., que inmediatamente se oficie al Sr. Gobernador eclesiástico de esta diócesis a fin de que, si lo tiene a bien mediante las razones expuestas, disponga se celebre en la tarde del Viernes Santo próximo y en todos los años sucesivos, la procesión establecida por la cédula del Consejo expedida en 18 de febrero de 1820, bajo el reglamento que a la misma acompaña».
La petición tiene una favorable acogida por todos los ediles y, de inmediato, se solicita a la autoridad eclesiástica la licencia necesaria para sacar adelante el proyecto. El 7 de marzo de 1849 el gobernador del obispado José María de Trevilla, remite un escrito al alcalde en el que presta su conformidad.
La organización de la procesión del Santo Entierro corresponde enteramente al municipio que designa una comisión encargada de los preparativos necesarios. Los miembros de la misma, encabezados por Julián Bustillos, se dirigen a los colectivos profesionales y a las hermandades de la ciudad con un doble objetivo. De un lado, piden la participación en el cortejo y, de otro, la colaboración económica para hacer frente a los gastos, mediante donativos en metálico o entregando un número determinado de cirios. Debemos tener en cuenta que uno de los capítulos más gravosos es el de la cera.
Por lo general, la petición de ayuda tiene una buena acogida en el conjunto de artesanos y comerciantes. Entre las corporaciones gremiales que hacen aportaciones dinerarias se encuentran los panaderos, taberneros, posaderos, toneleros, pasteleros y tejeros. También los segundos muestran una buena disposición a colaborar. Por último, encontramos personas que hacen aportaciones a título particular, como el tintorero Alfonso González, el maestro de obras Rafael de Luque y el conocido arquitecto Pedro Nolasco Meléndez. No obstante, las cantidades recaudadas en 1850 no llegan a cubrir los gastos, de ahí que el déficit sea enjugado con cargo a las arcas municipales.
Sin duda, la restauración de la Semana Santa se debe a la iniciativa del concejal Julián Bustillos de Robles, quien, llevado de un gran entusiasmo, logra sacar adelante el proyecto con denodados esfuerzos. A pesar de su decisivo papel en la vuelta de la celebración pasionista es un personaje desconocido actualmente en los ambientes cofrades. Esta circunstancia me lleva a reivindicar la iniciativa y a esbozar su biografía con el fin de dar a conocer y resaltar su figura.
Fallece el 19 de noviembre de 1870 a los 59 años de edad en su domicilio de la calle Letrados, víctima de una hepatitis crónica, como lo refrenda la certificación del facultativo Juan Velasco. Al día siguiente se celebra el enterramiento y su cuerpo recibe sepultura en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud.
Santo Entierro
Julián Bustillos de Robles se halla al frente de la comisión organizadora de la procesión del Santo Entierro hasta ver consolidada su iniciativa. El 16 de febrero de 1850 vuelve a ser nombrado por la corporación municipal, junto al también edil Rafael Chaparro Espejo. El objetivo en 1851 se pone en conseguir la vinculación de las cofradías a un proyecto que va cristalizando de manera paulatina. Las hermandades, tanto penitenciales como de gloria, responden a la llamada ofreciendo su colaboración económica y humana, aunque un buen número de ellas no puede hacerlo por carencia de recursos.
La cifra de pasos integrantes de la procesión oficial del Viernes Santo experimenta sensibles variaciones cuantitativas a lo largo de la década de los cincuenta del siglo XIX. Veamos la identidad y orden de los que participan en la Semana Santa de 1851, así como las hermandades y corporaciones gremiales acompañantes.
El cortejo va encabezado por la artística cruz guiona de la parroquia del Espíritu Santo. Inmediatamente detrás, la imagen de Jesús en el Huerto a la que alumbran con 84 cirios algunos particulares y los gremios de curtidores, zapateros, toneleros, albardoneros, posaderos y pasteleros. Le sigue la talla de Jesús Amarrado a la Columna con los sastres y un grupo de devotos.
Más de 40 cirios portados por los gremios de carpinteros y caleros y los miembros de la hermandad que acaba de reorganizarse alumbran el paso de Jesús Caído. A continuación Jesús Nazareno con su nobiliaria cofradía y la popular talla del Cristo de Gracia con la cera aportada por los hermanos de Nuestra Señora de Belén.
Tras el Cristo de Gracia viene el paso de Nuestra Señora de las Angustias con sus cofrades y los de las hermandades de la Virgen del Tránsito, Buen Suceso y Remedios. A ellos también se unen los médicos y el gremio de madereros. Por último, el paso del Santo Sepulcro con los miembros del distinguido colegio de escribanos y el de Nuestra Señora de los Dolores con sus hermanos.
El municipio se congratula y celebra el esplendor alcanzado por el desfile del Viernes Santo de 1851 y este éxito le impulsa a esforzarse en el del año siguiente mediante la incorporación de nuevas imágenes y la participación de una mayor cifra de hermandades.
El bando del conde de Hornachuelos, alcalde de la ciudad, sobre la procesión del Santo Entierro nos permite conocer el orden de los pasos y los respectivos acompañamientos. Como es habitual la cruz guiona de la parroquia del Espíritu Santo con los acogidos del hospicio abre el cortejo. Le sigue Jesús del Huerto con los integrantes de las cofradías del Dulce Nombre de Jesús, Ánimas de la Salud, Nuestra Señora de la Blanca, Nuestra Señora de la Cabeza y San Crispín. Los hermanos de las de los Ángeles y Buen Suceso, así como los de la orden tercera de San Pedro de Alcántara van alumbrando a Jesús Rescatado, mientras que el gremio de sastres, hermandad de la Aurora y orden tercera de San Francisco se encargan de Jesús Amarrado a la Columna.
La disposición municipal anuncia que los panaderos y las cofradías del Ave María y Sacramental de San Juan acompañan a Jesús Humilde. La aristocrática hermandad de Jesús Nazareno y sus invitados alumbran al titular, Santa María Magdalena, la Verónica, San Juan y Soledad. Inmediatamente después figuran en el cortejo los pasos de Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor con su hermandad y las de Nuestra Señora de la Salud y Ánimas y Resucitado. El Cristo de Gracia lleva a su cofradía y la de Nuestra Señora de Belén del barrio del Alcázar Viejo.
Media docena de hermandades alumbran el paso de Nuestra Señora de las Angustias: Nuestra Señora de Belén de la parroquia de San Miguel, Nuestra Señora del Tránsito, Ánimas del Purgatorio de la parroquia de Santiago Apóstol, Nuestra Señora de las Montañas, Sacramental del Salvador y Nuestra Señora de las Angustias. Sin embargo, el Santo Sepulcro solo va acompañado por los integrantes del ilustre colegio de escribanos, al igual que el paso de Nuestra Señora de los Dolores por los de su cofradía.
«La cifra de pasos de la procesión oficial del Viernes Santo experimenta sensibles variaciones a lo largo de la década de los cincuenta del siglo XIX»
Sin duda, la procesión oficial del Viernes Santo de 1852 es la más grandiosa en la historia de la Semana Santa cordobesa por el número de pasos y cofradías que forman parte del cortejo. Recorren las calles de la ciudad la cruz guiona y 15 imágenes acompañadas por los residentes en el hospicio, los miembros de 23 hermandades y 2 órdenes terceras, el colegio de escribanos y los gremios de panaderos y sastres. Frente al espectacular aumento de cofradías participantes, en su mayoría no penitenciales, se constata paralelamente un marcado descenso de las corporaciones gremiales.
La suntuosidad lograda con la procesión del Santo Entierro de 1852 impulsa al municipio a repetir la experiencia en los años siguientes, pero trunca sus deseos la negativa de la cofradía de Jesús Nazareno a sacar las imágenes de Santa María Magdalena y la Verónica. Esta circunstancia explica que en 1853 formen parte del cortejo la cruz guiona y 13 pasos. También hay una menor participación del mundo cofrade –únicamente 16 hermandades— que se agudiza el Viernes Santo de 1854, fecha en la que recorre el itinerario oficial ocho efigies: Jesús del Huerto, Amarrado a la Columna, Jesús Nazareno, Jesús Caído, Cristo de Gracia, Angustias, Yacente en el Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Sin embargo, la procesión del Viernes Santo de 1856 marca de nuevo un hito en la Semana Santa de la ciudad de la Mezquita. Vuelven a salir los mismos pasos que en 1852 y el número de hermandades participantes se eleva a 26. También se hallan presentes el colegio de plateros y los gremios de sastres y panaderos. En contraposición, la vulneración de la normativa del reglamento de 1820 es la razón que esgrime el prelado de la diócesis Juan Alfonso de Alburquerque para reducir el número de imágenes de la procesión del Santo Entierro. La salida de 1858 presenta como novedad destacable la sustitución de Jesús Nazareno por Jesús del Calvario de la parroquia de San Lorenzo. La situación se repite durante varios años, debido a que la nobiliaria cofradía procesiona de manera independiente en la mañana del Viernes Santo.
Varias comunidades de religiosas participan en el exorno de los pasos que desfilan en la procesión oficial. La cruz guiona que abre el cortejo se traslada en solemne vía crucis desde la parroquia del barrio del Campo de la Verdad a distintos conventos para ser adornada unos días antes del Viernes Santo. Al principio se encargan de esta tarea las dominicas de Jesús Crucificado, quienes también ornamentan la imagen del Cristo de Gracia. En los años sesenta el adorno de la Santa Cruz corresponde a las carmelitas descalzas del monasterio de Santa Ana.
Hasta mediados de la década de los sesenta los miembros de las cofradías que acompañan los pasos de la procesión del Santo Entierro van sin hábito penitencial, en cumplimiento del reglamento de 1820. La prohibición queda sin efecto en 1865 al sacar la activa hermandad de Nuestra Señora de Belén las primeras túnicas, pero el ejemplo no cunde en las restantes cofradías por falta de recursos. Ante esta situación, el municipio asume en 1866 los gastos de un centenar de trajes nazarenos, siguiendo modelos de la capital hispalense.
Conocemos todos los elementos del cortejo procesional del Viernes Santo. Desde 1851 se incorpora, contraviniendo el reglamento de 1820, un número variable de niños vestidos de ángeles, cuya presencia nos vuelve a recordar la estética barroca. Portan en sus manos los atributos de la Pasión: caña, clavos, lanza, corona de espinas, cruz, escalera, martillo, esponja, sudario, inri, cordeles y tenazas.
En la Semana Santa de 1853 los ángeles se distribuyen entre los pasos de Jesús Rescatado, Virgen de las Angustias y Nuestra Señora de los Dolores. Tres años después se localizan junto a los de Jesús del Huerto y Nuestra Señora de las Angustias.
«La procesión oficial del Viernes Santo de 1852 es la más grandiosa en la historia de la Semana Santa cordobesa por la cifra de pasos y cofradías que forman parte del cortejo»
Al inicio de la década de los años sesenta se constata, abriendo el cortejo, la presencia de batidores a caballo vestidos de gala, pertenecientes a los destacamentos militares instalados en la ciudad que aportan la tropa formada que desfila en la procesión con banda de música. En la Semana Santa de 1868 interviene la del Regimiento de Santiago 5º de Lanceros con vistosos uniformes.
Las fuentes aportan una minuciosa información acerca de las personas invitadas, clero y autoridades que, junto a las hermandades, órdenes terceras, gremios y devotos, forman parte del nutrido cortejo que sobrepasa el millar de individuos. Los titulares de la diócesis normalmente rechazan la invitación cursada por el municipio para integrarse en la procesión y suelen verla en el balcón principal del palacio episcopal.
Veamos el orden establecido en la Semana Santa del año 1861. Abren el cortejo los batidores a caballo y le siguen la cruz guiona con los acogidos de la casa del socorro y los miembros de la hermandad de Nuestra Señora de Belén. A continuación el paso de Jesús del Huerto con su hermandad y devotos asignados por la comisión municipal encargada del desfile. Los hermanos de Nuestra Señora de la Aurora y de la orden tercera de San Francisco alumbran al Amarrado en la Columna, mientras que con Jesús del Calvario van las cofradías del mismo título, Jesús Caído y Jesús Rescatado. Un grupo de fieles se coloca junto al paso del Cristo de Gracia y los cofrades de las Angustias delante de su titular.
Angustias
Detrás del paso de las Angustias van «las personas particulares convidadas, los empleados civiles, los alumnos del Colegio de la Asunción y Seminario Conciliar de San Pelagio, los señores títulos de Castilla y los señores Gefes y oficiales del Ejército y retirados presididos por el Sr. Gobernador militar de la provincia o el Gefe que por la misma autoridad se designe». A continuación figuran en el cortejo el clero con las cruces parroquiales, el paso del Santo Sepulcro con el colegio de escribanos, los jueces de paz y de primera instancia y alumnos del seminario de San Pelagio.
Otro grupo de seminaristas va con la imagen de Nuestra Señora de los Dolores y hermanos de la cofradía. La corporación municipal ostenta la presidencia con el alcalde al frente y el gobernador civil como invitado, seguida de «las fuerzas militares que constituyen el piquete que ha de cerrar la procesión».
El itinerario de la procesión del Santo Entierro a lo largo de la etapa isabelina es el establecido en el reglamento de 1820 con la única variación de que el recorrido de las calles se realiza en sentido inverso al fijado en el artículo segundo de la polémica normativa.
Suele salir entre las cuatro y seis de la tarde de la parroquia de El Salvador y Santo Domingo de Silos (Compañía) y se dirige a la iglesia mayor por las calles de Santa Victoria y Santa Ana, Pedregosa, Céspedes y Caño Gordo. Accede al templo catedralicio por la puerta de Santa Catalina y sale por la del Perdón, regresando a través de Torrijos, Pescadería (actual Cardenal González), Feria, Librería, plaza del Salvador, Liceo, Arco Real y Letrados.
Al margen de la procesión oficial, la Semana Santa cordobesa durante la época isabelina cuenta únicamente con la que saca la cofradía de Jesús Nazareno en la mañana del Viernes Santo desde 1858. La estación de penitencia de ese año tiene un significado especial, puesto que la hermandad ve cumplido un deseo contemplado en la reorganización de 1850 y en los estatutos aprobados en 1857 por la reina.
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