Trepar a un árbol, subirse a un sofá o a una silla, alcanzar lo alto de un muro… El instinto del ser humano se manifiesta con más intensidad durante la primera etapa de nuestra vida y entre esos aprendizajes iniciales está el de superar y resolver obstáculos. Trepar ha sido parte fundamental de la evolución del ser humano aunque hace tiempo pasó de ser una necesidad vital a convertirse en un ‘juego’ de niños… y no tan niños. Ahora hay quien vive por y para trepar practicando el bouldering, una disciplina de itinerarios cortos o bloques de roca, que pronto alcanzará su centenario atendiendo a las bases que se pusieron hacia 1930 entre las rocas francesas del bosque de Fontainebleau, cerca de París. Hoy en día está tan extendido que se puede practicar hasta en el Central Park de Nueva York.
El alpinista y escalador Oscar Eckenstein formó parte en 1902 de la primera expedición que intentó hacer cumbre en la segunda montaña más alta del mundo, el K2. Antes de esta osadía, en la última década del siglo XIX, Eckenstein solía frecuentar el norte de Gales para escalar y, sin saberlo todavía, plasmar en Llanberis Pass los que son considerados los primeros rastros de boulder de la historia, realizando diferentes pasos técnicos, físicos y de equilibrio procedentes de la gimnasia. Poco después de estos inauditos ‘entrenamientos’ específicos, en 1898, (el mago, poeta, alquimista) Aleister Crowley -amigo de Eckenstein- dejó escrito en el libro de visitas del hotel Wastwater, en el Lake District -donde también solía ir Eckenstein-, la considerada primera guía de boulder de la historia.
Las pioneras formas de entrenamiento y entretenimiento de estos dos ingleses no tuvieron continuidad ni seguimiento en las islas británicas y se quedó como un bloque aislado. Pasarían más de tres décadas hasta que el escalador Pierre Allin buscó en Fontainebleau una manera sencilla de entrenar movimientos y superar obstáculos que posteriormente pudiera encontrarse en los Alpes. Este bosque tenía fácil acceso y estaba relativamente cerca de París, a 70 kilómetros del Arco del Triunfo, con lo que facilitó que este tipo de práctica conquistara la mente y pasión de más franceses. La idea de Allin no se quedó ahí, ya que para practicar estos entrenamientos incorporó a su alpargata una suela de goma lisa que proporcionaba un agarre en roca incomparable hasta el momento. De este modo, Allin se convirtió en el inventor de los pies de gato y aunque él lo comenzara a utilizar en los años 30, no los comercializó (él mismo) hasta 1948 en su propia tienda parisina de artículos de escalada.
Pierre Allin (Mirebeau, 1904 – Saint-Martin-d’Uriage, 2000)
Se le considera el padre de la escalada en roca con el inicio de sus entrenamientos en Fontainebleau hacia 1934, además de prolífico inventor por innovadores artilugios como los pies de gato; el uso de prendas de plumas (duvet) para diseñar sacos de dormir, vivac o plumón; o el perfeccionamiento de los mosquetones; precursor de los descensores. Estos inventos suyos más otros productos de escalada los vendía en su tienda especializada que abrió en París hacia mediados del siglo XX. Fue un alpinista que formó parte de la primera cordada francesa en intentar un 8.000 y autor de ascensiones inéditas hasta la fecha, como la cara norte del Petit Dru. Hasta los 60 años no se fue a vivir a Chamonix definitivamente y hasta los 80 no dejó de escalar.
Así fueron los inicios del bouldering en la posguerra (1946): Varios escaladores, incluido Pierre Allin, entrenando en Fontainebleau:
Si la primera chispa inglesa de EckensteAso logró encender la mecha, la francesa de Allin, sí. Y, como la pólvora, corrió por los amantes de la naturaleza y de los desafíos físicos y técnicos que supone salvar una roca, una ‘rocher’ -en francés-, un ‘boulder’ -en inglés-. Un ser humano adulto, por diversión, entrenamiento y como reto, volvía a ahondar en su instinto para tratar de superarse. Actualmente, Fontainebleau continúa siendo cuna del boulder y una de las escuelas más brillantes de esta disciplina a nivel mundial. De hecho, da nombre a la escala europea de dificultad de la escalada: la escala Fontainebleau o escala F (del 1a al 9a).
La mentalidad de John Gill para impulsar al boulder
No obstante, para comprender el ‘bouldering’ de la actualidad hay que viajar desde Fontainebleau a las Montañas Rocosas de Estados Unidos, donde John Gill situó esta disciplina a otro nivel y sentó las bases del boulder moderno hacia la mitad del siglo XX. Gill trasladó la técnica de la gimnasia -y el magnesio- a la roca y se especializó tanto en la roca que fue el primero que la ‘desligó’ de la escalada clásica, mostrando que más allá de ser un entrenamiento complementario, también era independiente y el fin en sí mismo. Fue el impulsor definitivo tanto por las técnicas innovadoras y dinámicas como por la nueva mentalidad que aplicó.
Gill fue ‘creyente’ del boulder y enganchó seguidores cuando resolvió paredes como la de ‘The Thimble’ -Custer State Park, Dakota del Sur- en 1961 (7a+ de 12 metros). Ejercicios así sirvieron de inspiración y desafío para un público que comenzó a crecer y consolidarse por todo el mundo. A la proeza de Gill seguirían más, aunque el siguiente gran impulso que recibiría el boulder vendría en la década de los 80 con la invención del ‘crashpad’ o colchoneta, el avance más importante de siempre en materia de seguridad del boulder.
El ‘crashpad’ provocó que la accesibilidad al boulder se multiplicara con una importante disminución del riesgo sin restar excesiva adrenalina. Hasta entonces, las caídas las frenaban compañeros y compañeras que se situaban bajo el escalador o escaladora con los brazos preparados para amortiguar. A partir de los 80, a estos brazos se le unió el ‘crashpad’, con lo que abrió aún más el abanico de público y, además, también permitió que se intentaran resolver problemas -así es como se denomina- más altos y espectaculares en la roca.
A partir de aquí, la invención de las presas en esa misma década y la posterior aparición de rocódromos en torno a los 90 propició que ya no hubiera necesidad de desplazarse muy lejos para practicar boulder. Una década después, ya en este siglo, comienza la proliferación de rocódromos específicos y para diferentes niveles, incluyendo los boulder urbanos, que proliferan por parques y espacios comunes y de libre acceso. Y ahora se puede practicar desde el Central Park de Nueva York a unos recién colocados junto a la madrileña M30… También es común ver paredes con presas en colegios.
Todo este plato, que se ha ido cocinando desde hace casi 100 años, ha tenido el ‘boom’ recientemente con la incorporación de la escalada en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en el que se propuso una prueba que reunió boulder, dificultad y velocidad (campeón olímpico el español Alberto Ginés y campeona olímpica la eslovena Janja Garnbret) y que ahora, en París 2024, tiene su expansión separando la prueba de velocidad de la de boulder y dificultad.
Cuando Pierre Allin presenció en su ciudad -París- los JJOO de 1924 era imposible imaginar que 100 años después alguien se colgaría allí mismo una medalla olímpica realizando movimientos y técnicas que él inició sobre una superficie rocosa a unos 70 kilómetros de Le Bourget, el rocódromo que coronará este verano a cuatro campeones olímpicos. Casi un centenario después, la roca que comenzó a rodear Allin está cerca de resolverse alcanzando el punto desde donde todo empezó.