El taoísmo puede considerarse una filosofía contracultural. Lao-Tse recomendaba, por ejemplo, no educar al pueblo porque llenar su mente de conocimientos haría más infeliz a la gente al suscitarle problemas que, de otro modo, jamás se plantearían. Y, en cuanto a la política, tenía muy claro que el mejor gobernante era el que menos importunaba al pueblo. El buen gobernante, pensaba, era aquel que pasaba desapercibido, algo parecido a lo que dicen de los árbitros de fútbol: el mejor es el que no se nota que está en el campo. Y le daba el siguiente consejo al gobernante: “no hagas nada y nada quedará sin hacer”.