Los jóvenes españoles sufren una tasa de paro superior al 22%, más de ocho puntos por encima de la media europea. Además, según la Encuesta de Población Activa, casi la mitad de los jóvenes menores de 25 años que trabajan, cobran menos del salario mínimo interprofesional, y de media se pueden emancipar e intentar empezar una vida en su propio hogar a los 30,3 años, también más de cuatro años por encima de la media de la Unión Europea.

Con este panorama desolador en el horizonte y tantas posibles iniciativas que llevar a cabo desde el ámbito público, al Gobierno no se le ocurre otra cosa que prometer preservativos gratis para todos. La propia iniciativa, lanzada por boca de la Ministra de Sanidad, Mónica García, como una maniobra de distracción más, en medio de la ciénaga de corrupción que cerca al Ejecutivo, denota en sí misma la concepción que el Gobierno tiene de los propios jóvenes y lo que más le preocupa de ellos en este momento.

Son, por otra parte, como la experiencia demuestra, ideas tan demagógicas como ineficaces. Cualquiera que no esté cegado por la ideología, es capaz de entender que el problema de una verdadera educación afectivo-sexual no está en que la capacidad adquisitiva de los jóvenes les impida acceder a los preservativos. Son medidas resultonas para distraer, llamar la atención y atraer el voto de quienes no se paran a pensar, porque basta con tirar de datos, para comprobar cómo este tipo de iniciativas, lejos de solucionar nada, favorecen las causas de cuanto sucede, mientras quienes las han promovido se echan luego las manos a la cabeza por las consecuencias que de ellas se derivan.