Ninguna carrera resulta aburrida cuando participa Tadej Pogacar. No lo ha sido este sábado la Milán-San Remo, la enorme ‘classicissima’ italiana, y no lo será tampoco la Volta a partir del lunes. Porque corre con la palabra ‘ofensiva’ escrita en su mente, porque busca ganar, porque nunca se rinde y porque vale un potosí, aunque al final sea otro el que se lleve la victoria; en este caso, Jasper Philipsen al que se puede considerar, con mínimo margen de error, el mejor velocista de la actualidad y que contó con la impagable ayuda de Mathieu van der Poel para vencer.
El ciclismo, a diferencia de otros deportes, es la especialidad donde menos prima la nacionalidad del protagonista. A un corredor se le quiere por el arte que exhibe sobre la bici más que por la bandera que luce en su dorsal. La mayoría sabe que, a partir del 1 de julio, el nombre del ganador del Tour saldrá principalmente de la pareja que forman Pogacar y Jonas Vingegaard. Son distintos pero parecidos. Sin embargo, ambos hacen disfrutar por igual. Vingegaard quizá sea más cerebral que Pogacar, quien muchas veces se convierte en un bendito loco, casi un amadísimo chalado sobre la bici, que se exhibe en todas partes, que cuando inicia el curso ciclista, a principios de marzo, se fuga en solitario a 80 kilómetros de Siena y que gana la Strade Bianche, entre sectores sin asfaltar, con la facilidad que lo hace un feliz ciudadano degustando una cerveza o un vino en una terraza durante un atardecer primaveral. Y el mismo que pone a todos en fila india en la Milán-San Remo, aunque finalice en tercera posición por detrás de Philipsen y del australiano Michael Matthews.
Pogacar fue quinto en 2022, cuarto en 2023 y ahora tercero. Así que resulta fácil adivinar lo que sucederá el año que viene, porque se ha propuesto ganar la ‘classicissima’ aunque sea una carrera que, ciertamente, no presenta el mejor guion para él. Porque, tal como sucedió este sábado, se convierta en el ciclista que manda a su equipo, el UAE, iniciar el destrozo de la carrera durante la ascensión a La Cipressa, a 28 kilómetros de la meta, un lugar donde el pelotón ya queda hecho añicos. Y también fuera Pogacar el único ciclista, ya en el Poggio, a las puertas de San Remo, que se decidiera a atacar. Y en dos ocasiones. Si en 2022 y en 2023 probó el demarraje al inicio de la subida final, esta vez aguardó hasta el último kilómetro para encontrar la única respuesta de Mathieu van der Poel, ganador el año pasado, y quien, a diferencia del fenómeno esloveno, disputaba la prueba con las espaldas cubiertas.
Superado el Poggio, con sólo 5,5 kilómetros para la meta, con apenas una decena de ciclistas con opciones a la victoria, supo Pogacar que este año tampoco iba a lograr la victoria, ante un Van der Poel, a la vez atento y tranquilo porque si no ganaba él lo haría su compañero del Alpecin Philipsen, al que decidió ayudar sin que se le cayesen los anillos, aunque el astro esloveno mantuvo el suspense hasta la misma línea de llegada porque, olé su salero, hasta se atrevió a disputarle la victoria al mejor del mundo en la especialidad. O sea que ahora a frotarse las manos y a esperar otra obra de arte de Pogacar en la ruta catalana con una Volta de muchos decibelios.