Los peninsulares de Canarias son todos de La Isleta, como el director comercial de la Autoridad Portuaria, Juan Francisco Martín, que cumple 65 años y se jubila tras tres décadas promocionado Las Palmas en los principales mercados marítimos del mundo.
En la parte baja del barrio y no en la manigua se crio Martín, o sea, en la calle La Naval, que es territorio urbanizado por el Puerto y ha crecido a la sombra de sus muelles, entre las banderolas que arriaban las consignatarias de Juan Rejón cuando llegaban los barcos. Por eso se hizo capitán de la marina mercante y por eso cambió luego el puente de mando por la Autoridad Portuaria de Las Palmas, siempre tan escorada hacia el crisol de culturas que es La Isleta.
Martín estudió en la Escuela Superior de la Marina Civil, que ahora se llama Escuela de Náutica y estaba en Tenerife. Se licenció como número uno en las promociones de piloto y de capitán. En abril de 1980 zarpó de Cádiz a Río de Janeiro. Desde entonces no ha parado quieto.
De la marina mercante a las ferias
Su mujer, que está contenta por aquello de tenerlo más tiempo cerca, le recuerda estos días que Brasil fue su primer viaje profesional y que también ha sido el último, porque llegó hace nada de Sao Paulo, tras asistir a una de las ferias de logística y productos hortofrutícolas más importantes del sector.
En la Autoridad Portuaria aterrizó en abril de 1993, un organismo que se creó a principios de ese año para gestionar los puertos de interés estatal en la provincia, en sustitución de la antigua Junta de Obras del Puerto de La Luz. Son, por tanto, 44 años en la industria marítima, de los que 31 han estado siempre ligados a la promoción exterior, ocupando el cargo de director comercial la mayoría de ese tiempo. Antes dirigió también Puertos de Mogán.
Su debut no fue fácil. El puerto arrastraba la debacle de la pesca, con la pérdida del banco sahariano y toda la industria auxiliar que hizo grande a La Luz décadas atrás, y a ese lastre se sumó la caída del muro de Berlín.
Adiós a la flota rusa, llegan los contenedores
Sovhispan, que era la sociedad pesquera, e Intramar que era la mercante, dejaron de facturar, y Las Palmas desapareció como base soviética para todo el comercio con África y el continente americano. De la noche a la mañana, cuando la Autoridad Portuaria empezaba su andadura, «nos vimos sin nuestros principales clientes», rememora Martín.
Ahí comenzó a reinventarse el Puerto: primero con la flota japonesa para frenar la hemorragia, que aún sigue fiel al muelle Pesquero, y después con el transbordo de contenedores, un negocio entonces incipiente que aún sigue en plena forma.
El reinado de las plataformas y los talleres de reparación
Más tarde, durante estos últimos 20 años, se consolidó otro servicio clave: los astilleros y talleres de la industria off shore, con plataformas y buques perforadores que cruzan el Atlántico para poner al día sus certificaciones internacionales en La Luz.
El final de un negocio, como suele ocurrir en Canarias, trajo el nacimiento de otro: desaparecieron la mitad de las consignatarias vinculadas a la pesca, sobre todo las pequeñas, que no tenían «espalda» para aguantar, pero se reorganizaron unos talleres que «hoy son la vanguardia de la industria», destaca Martín. En Astican, por ejemplo, los técnicos trabajan con gafas virtuales para ver desde la oficina lo que ocurre en el barco.
Ese pequeño gran milagro lo hicieron posible empresarios como Germán Suárez en el sector de las reparaciones, Francisco Santana (Fransari) con la flota japonesa, o Javier Esquivel con el transbordo de contenedores, sin olvidar a Pedro Acosta y Hamilton con el turismo de cruceros. Un póker de empresarios que ya no está, pero que Martín se lleva en la memoria, quizá porque se acaba con ellos una manera más personal de entender el puerto y sus secretos.
Embajadores de La Luz
Las empresas, más que la Autoridad Portuaria, son los «verdaderos embajadores comerciales» de La Luz, que no vive del tráfico cautivo, sino del tránsito internacional de los buques, con un espíritu competitivo marcado en el ADN de sus 140 años de historia. En los muelles, cada mañana, eres león o gacela, porque siempre tienes algo que hacer.
Esa impronta competitiva e internacional nace con la primera piedra del Puerto, cuya obra finaliza en 1902, superando, por fin, el viejo debate de la burguesía isleña, a la que le costó 30 años renunciar al pequeño muelle de Triana para apostar por el gran puerto del Atlántico que es hoy La Luz, con un dique hasta Telde para llenarlo de barcos, como querían los hermanos León y Castillo.
El puerto, eso sí, lo hacen las personas y Martín ve dos peligros: falta más obra pública para aumentar la línea de atraque, que es necesario para potenciar los servicios y, sobre todo, falla la vocación de su gente, con compañías que pierden capital isleño y jóvenes que no quieren reparar barcos, sino ferraris.
Porque Canarias no vive de las papas, sino del Puerto, y la capital grancanaria es una ciudad de mar. A eso se dedicará Martín cuando se retire el próximo martes 26, a promover las fortalezas de La Luz desde una asociación con vocación cultural y marinera que está por nacer.
Nuevos proyectos
Romper con el clásico hermetismo portuario, tras colgar la gorra de capitán, es su gran objetivo para esta nueva etapa que empieza. Y avisa. La ciudad necesita un centro de interpretación o port center, un lugar desde el que disfrutar, por ejemplo, de lo que pasa en una terminal de contenedores o en el interior de un barco con la tecnología virtual, y no tanto ese concepto de Puerto – Ciudad que no termina de arrancar. Un proyecto como Singapur, donde los niños juegan con las grúas a ver quién descarga antes un barco.
En definitiva, Martín quiere liderar un lobby de amigos del Puerto de Las Palmas. Porque a la Coca-Cola, en marketing, solo la supera la campana de la iglesia, que suena todos los días.