Poco antes de que se cumpliera el veinte aniversario del mayor atentado terrorista en la historia de España, Disney estrena «Nos vemos en otra vida». Esta serie es una de las pocas incursiones de la ficción española en los atentados del 11M. Y además viene de la mano de los responsables de uno de esos títulos que marcaron un antes y un después en la televisión patria: Crematorio. Esta miniserie de seis episodios se centra en la figura de Gabriel Montoya Vidal, conocido como El Baby, que fue el primer condenado por la masacre terrorista, ya que siendo menor de edad ayudó a los yihadistas al traslado de la dinamita que estalló en los trenes desde Asturias hasta Madrid. El guión de los hermanos Jorge y Alberto Sánchez Cabezudo está basado tanto en la propia sentencia de la Audiencia Nacional, como en la entrevista que el periodista Manuel Jabois le hizo al verdedero Montoya después de haber cumplido condena en la jurisdicción de menores por estos hechos. Emilio Guitiérrez es el actor que interpreta al Baby en su juventud, mientras que Quim Ávila le interpreta en su edad adulta y mientras trata de rehacer su vida tras salir libre. La falta de series que se hayan atrevido a meterse en el charco del 11M indica que todavía las heridas sigue muy abiertas en la sociedad española aunque hayan pasado ya dos décadas. Quizá esta serie sea la puerta de entrada a otros títulos. Aunque algunos de los hechos que cuenta son sobradamente conocidos para quien haya seguido la actualidad, vaya por delante el aviso de que alguno podría encontrarse con lo que podrían considerarse spoilers.
Aquellos que se acerquen a esta serie esperando encontrar algo parecido a Homeland o a La Unidad, por poner otro ejemplo más cercano, puede que se decepcionen. Tampoco se encontrarán con escenas sensacionalistas y a lo largo de todo el guión se deja sentir el máximo respecto a las víctimas: 192 muertos y más de dos mil heridos. No hay grandes estrellas en el reparto, que está formado por actores casi desconocidos. El tono y el estilo nos acercan más hacia ese cine quinqui de los años 80, que llevó a la pantalla a figuras de la delincuencia callejera de la época como El Vaquilla y El Torete. Prepárense a sumergirse en el submundo de lo que se conoció como la trama asturiana de los atentados, en la que delincuentes comunes ayudaron a los terroristas a conseguir los explosivos.
Con saltos hacia delante y hacia atrás en el tiempo, el espectador va recomponiendo las vidas de los personajes para completar el puzzle. Cómo acabaron involucrados en la masacre, cómo reaccionaron al enterarse, el momento de la detención y el juicio. Los protagonistas pasan sus vidas entre fiestas con whisky y farlopa, partidas de Grand Theft Auto y salidas en coche a todo gas ritmo de música bacalao. Todos ellos actúan con total desprecio hacia los demás y no les mueve otra cosa que satisfacer sus deseos más primarios. Ninguno era consciente de la magnitud de aquello en lo que se estaban embarcando. Sabían que la dinamita que estaban vendiendo no iba a ser usada para nada bueno, pero eso no era su problema. De hecho, las dudas sobre la autoría que hubo en los primeros momentos se trasladan a los implicados también en la trama. Si fue ETA, esto no tiene nada que ver con la dinamita que vendieron. Si fueron los yihadistas, saben que tendrán un problema gordo. Pero no porque se arrepientan del alto número de víctimas, sino porque saben que tarde o temprano la Policía va a dar con la pista que les lleve hasta ellos. Y lo que ha pasado es lo suficientemente grave como para que quede en olvido.
«Me arrepiento de lo que pasó, no de lo que hice. Murió gente que no tenía que morir, pero si necesitaba el dinero, ¿qué haces», le dice el Gaby al periodista en un momento de la entrevista. Es la gran pregunta que no hacemos en todo momento. ¿Hubo algún tipo de arrepentimiento? Con tan solo 16 años, un padre toxicómano y maltratador, la vida del Baby cambia cuando conoce a José Emilio Sánchez Trashorras, un exminero diagnosticado con esquizofrenia paranoide y trastorno bipolar, traficante de drogas y confidente policial. Pol López es el encargado de interpretarlo y la suya es una de las mejores actuaciones de la miniserie. Si esto fuera una película de Martin Scorsese, Sánchez Trashorras sería el personaje interpretado por Joe Pesci.
El Baby siente una fascinación hacia él, similar a la que podría tener el personaje de Ray Liotta hacia los gángsters de Uno de los Nuestros. Aunque en realidad, el delincuente pasa a ser una figura paterna para el joven. Para Baby, Emilio es una figura paterna para él a la que reverencia como si fuera un Dios. Si otra persona se hubiera puesto en su camino con otros valores y otros referentes, quizá su vida hubiera tenido un camino muy distinto.
La relación entre Baby y Trashorras es clave para entender la actuación del menor durante el juicio. Su testimonio fue clave para fundamentar las condenas. Ese padre que nunca estaba, al final parece ser el Rosebud particular del Baby, como si esto fuera Ciudadano Kane. La duda que nos queda tras la serie es cuánto del testimonio del Baby fue consecuencia del arrepentimiento o cuánto del rencor al verse traicionado por una persona a la que veneraba. No hay moralejas, ni desenlaces grandilocuentes, ni momentos para la redención. Son los pequeños dramas domésticos de los implicados en una de las mayores masacres terroristas en España.