El giro a la derecha del pasado domingo en Portugal, cuya traslación al gobierno del país está aún por ver, sí certifica ya los malos tiempos que corren para la socialdemocracia. Tras la salida del exprimer ministro António Costa, y si los conservadores llegan finalmente al poder en Lisboa, solo Pedro Sánchez (España) y Olaf Scholz (Alemania) encabezan gabinetes de izquierda entre los viejos miembros de la UE. El panorama para el centroizquierda no es mucho mejor si se amplía el foco a los 27 países actuales de la Unión: solo se unen a ese club los líderes de Eslovaquia, Eslovenia y Malta.
El Partido Socialista venía de una mayoría absoluta, pero la presunta corrupción que hizo caer a Costa le ha deparado una rápida caída. El escenario parece un anticipo de lo que va a suceder en las elecciones al Parlamento Europeo del próximo junio. Todas las encuestas apuntan en la dirección de que el centroderecha ampliará la ventaja de 2,5 puntos y 28 escaños que logró en las elecciones de 2019. “El Partido Socialista más fuerte es el español, y ahora mismo en las encuestas,
, va detrás del PP, así que imagina el escenario”, admite Ignacio Urquizu. Este profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid es, además de diputado del PSOE en las Cortes de Aragón, uno de los principales especialistas españoles en ese espectro ideológico. No en vano publicó en 2012 un libro titulado ‘La crisis de la socialdemocracia: ¿qué crisis?’, cuya tesis principal es que la socialdemocracia no estaba entonces en más dificultades que las que ha afrontado a lo largo de sus casi dos siglos de trayectoria, porque su naturaleza es cuestionarse críticamente de forma continua.
Pero Urquizu opina que el actual es, efectivamente, un momento delicado, porque su aclimatación a los diferentes momentos históricos la puede acabar desfigurando. “La socialdemocracia tuvo una etapa radical en sus inicios, una época dorada después de la II Guerra Mundial y a partir de los 70 prima el desencanto, la moderación y la asunción de ideas casi liberales. En la última etapa o casi ha desaparecido, como en Francia, o es extremadamente moderada como en los países nórdicos o se ha ido más a la izquierda, como en España”, afirma.
Una «resignación incomprensible»
Tanto él como otro experto en la materia, el catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona Cesáreo Rodríguez-Aguilera, creen que detrás de la crisis hay múltiples causas. Urquizu señala por ejemplo a la dificultad de adaptarse a unos tiempos en los que el criterio económico clásico (rico y pobre, empresario y trabajador) se ha difuminado y ya no es suficiente para articular una opción política socialdemócrata: “A partir de los 90, los elementos identitarios son cada vez más fuertes. Y eso ha provocado que estos partidos busquen coaliciones: en España, los socialistas están muy vinculados a temas relacionados con la mujer o con los jóvenes; en Estados Unidos, Barack Obama llegó al poder con los afroamericanos, las mujeres y los homosexuales como aliados”.
También Rodríguez-Aguilera sitúa en los años 90 del siglo pasado, “desde que se generalizó la infortunada tercera vía de Tony Blair”, el inicio de la actual crisis de la socialdemocracia. A mitad de esa década, en 1994, se celebraron las últimas elecciones europeas que ganaron los socialistas. Han pasado 30 años, y no es que no haya visos de mejora; es que mientras en el Partido Popular Europeo se abren debates interesantes como “si se impone la línea Weber (pactar con los ultras) o Von der Leyen (cordón sanitario)”, entre los socialdemócratas cunde el desánimo. “La resignación del Partido Socialista Europeo es incomprensible, pues presentar al desconocido Schmit es renunciar de antemano a disputar la presidencia de la Comisión. El PSE ni aprende ni rectifica: o se vuelca en defensa de la Europa social o siempre irá a remolque”, afirma Rodríguez-Aguilera.
Tanto él como Urquizu piensan que, al margen de las malas perspectivas para los socialdemócratas en las elecciones europeas, la crisis de estos partidos tiene en cada país causas propias. En Francia y en Grecia, “los casos son muy específicos”, dice el catedrático de la UB. Mientras en Francia los socialistas “nunca tuvieron una base sindical de apoyo y pasaron por profundas divisiones internas”, en Grecia el PASOK “cayó por claudicar ante la troika” tras el derrumbe económico. En Italia, en donde el Partito Democratico –heredero de la socialdemocracia- mantiene una base de apoyo mayor que en esos países, “había un Partido Comunista muy fuerte, y eso debilitaba las opciones”, añade Urquizu. “Luego pasaron por una crisis de corrupción muy fuerte, y también el sistema electoral favoreció la disolución en otras marcas, como L’Ulivo”, explica también.
Pero el catedrático Rodríguez-Aguilera lanza un aviso: todo esto no quiere decir que los partidos hayan perdido vigencia representativa. “De la crisis de los partidos se viene hablando desde … ¡finales del siglo XIX! Los partidos no solo son insustituibles, sino que son organizaciones resilientes y que se adaptan”, asegura. Y añade como advertencia a movimientos que pretendan superar el sistema: “Como estamos en una época de grandes incertidumbres nadie sabe muy bien qué transformaciones internas adoptar, pero es interesante constatar que todos los movimientos que nacen como antipartidos se acaban convirtiendo con el tiempo en partidos: los constreñimientos institucionales obligan”.